Domingo 12 de enero de 2025

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Apertura Jubileo 2025

Homilía de monseñor Gabriel Bernardo Barba, obispo de San Luis en la apertura del Jubileo 2025 (29 de diciembre de 2024)

Solemnemente, en la Nochebuena…, en la vigilia de la Navidad, el Papa Francisco abrió la Puerta Santa, en la Basílica de San Pedro.

A partir de este 24 de diciembre, abrió las puertas universalmente…, para todo el mundo. Desde. Jubileo llamado: “Peregrinos de la Esperanza”. Y nos delegó para que, en todas las Iglesias Particulares…, en todas las Diócesis, en este domingo, domingo de la Sagrada Familia, abramos también el Año Jubilar en nuestras diócesis.

El signo, de la apertura del Año Jubilar, es: La Peregrinación.

Debimos elegir un Cristo que simbolice y represente a la Diócesis, he elegido el Santo Cristo de la Quebrada. Y hemos tenido la bendición y la Gracia que, desde el Santuario de nuestra Madre, la Virgen del Trono, tuvimos el lugar como punto de partida de peregrinación. Desde allí, presidió la Peregrinación el Santo Cristo de la Quebrada, la “imagen original”. Nos acompañó hasta aquí, hasta la puerta de la Catedral. Y ya volvió. a su Santuario, donde está siempre. A partir de hoy, hemos colocado en esta vitrina, una réplica del Santo Cristo que será el signo visible. Siempre cumpliendo con las normas litúrgicas que nos dieron desde la Santa Sede.

Será esta réplica del Santo Cristo el signo visible del Jubileo en nuestra Diócesis.

El Papa Francisco eligió el domingo de la Sagrada Familia. Para que, en todo el mundo abramos también, como decía recién, el Jubileo.

La lectura del evangelio de hoy nos presenta una situación, difícil e incómoda…; imagínense un papá y una mamá que durante tres días pierden a su hijo adolescente. Tres días buscándolo, tres días sin saber dónde está. Una situación muy traumática. No puede faltar ninguna persona y mucho menos puede faltar un hijo de ningún hogar. Nadie debe desaparecer. Y Jesús se perdió por tres días y lo encuentran así, como narra el evangelio de hoy. Y cuando lo encuentran…, en primer lugar…, dice el evangelista, Les llama la atención cómo se dirigía a las autoridades, a las personas más sabias y preparadas en el campo de lo religioso. Y como lo escuchaban…, asombrados de su sabiduría.

De alguna manera… le increpan a Jesús, su hijo: ¿Por qué nos hiciste esto…? como buenos padres…; Aquí hay unas un diálogo de confianza..., maternal y paternal. ¿Por qué nos hiciste esto? La respuesta de Jesús, al principio parece dura… nos choca. Y les dice: yo tengo que hacer las cosas de mi Padre. Para eso he venido, ¿no?

Me tengo que ocupar de las cosas de mi Padre.

Imagínense, ¿papá y mamá que reciban esa respuesta? ¿Y qué dice el Evangelio que acabamos de escuchar?

María no entendía nada…; ¿cómo el hijo le va a decir eso?

Jesús, en esta respuesta a María, su madre, ya se está Revelando. Ya se está dando a conocer, ya está Revelando el Misterio.

No fue, no fue una respuesta insolente, al contrario. Comienza, también en María el conocimiento de la realidad de quién es Jesús. Ha sido también un aprendizaje y un camino y un crecimiento. Porque a María le tocó vivir muy de cerca el Misterio de la Encarnación. Siendo parte…, siendo parte muy activa. El Niño en su seno, ¡nada más ni nada menos…!, y nueve meses, después parirlo en un lugar extraño. En un lugar…, en un lugar “sin lugar”. Siempre a María le tocaron situaciones difíciles y esta fue una.

Y también María tuvo que aprender a escuchar a su Hijo y aprender...

Lo fundamental en Jesús es la obediencia al padre. Y esto es lo que nos define a Cristo Jesús. Está aquí, se hizo hombre, se encarnó. Enviado por Dios.

Dios envió a su propio Hijo. Y es por eso que, primero, tenía que obedecer al Padre, por eso ya se estaba dedicando a las cosas de su Padre.

María al principio no entendía... Y no tengo ninguna duda que, progresivamente, en el silencio de su corazón, rezando y meditando.

Buscando hacer la voluntad de Dios, María fue comprendiendo el Misterio… el Misterio de Jesús, que se manifiesta de esta manera…,

En esta situación de pérdida y hallazgo en el templo, es lo mismo que se repite en la cruz. Jesús llega a la cruz por obediencia al Padre. Y no porque él quisiera estar ahí. Él no quería estar ahí…, no nos olvidemos esto. No quería estar ahí, por eso dice: aparta de mí este cáliz. Pero, por supuesto, no era más importante su deseo, sino, lo fundamental era la Obediencia al Padre. Que está por encima del deseo y le da sentido al verdadero al buen deseo de la Santidad… de trascendencia. Del bien de la persona. Y una vez más, Jesús es fiel desde el principio hasta el fin. Desde lo pequeño hasta lo más grande. Esto mismo que pasó en el templo siendo adolescente…, en definitiva, se repite en el misterio de la cruz. Y muere por nosotros en la cruz amándonos hasta el final. Reflejando en su sangre… su entrega. El amor de Dios…, Dios nos ama en Cristo y Cristo nos ama hasta dar la vida. ¿Cómo no va a ser esto siempre…, la causa y fundamento de nuestra esperanza?

Hoy nosotros comenzamos en este marco de la Sagrada Familia de Nazaret. En este marco, donde, la humanidad y la divinidad se siguen entrelazando cotidianamente. Hoy, el Papa nos invita a que tengamos este tiempo especial, retomando aquella antigua tradición de la Iglesia y que, mucho antes también… desde el Antiguo Testamento existía este ejercicio del Jubileo. Cada cincuenta años se daba lugar al perdón, a empezar de nuevo…; cada cincuenta años, debía descansar la tierra. Cada cincuenta años, condenar las deudas. Esta sana tradición del Jubileo, sin duda es patrimonio inicial del Pueblo de Israel. La Iglesia retoma esta tradición y posteriormente…, se fueron achicando los años hasta llegar a lo que es hoy. Jubileos ordinarios cada veinticinco años. El anterior fue en el año 2000. Hoy nos toca, en el 2025, vivir un nuevo Jubileo.

El sentido del Jubileo va a estar marcado, sin duda por el perdón.

Preside al Jubileo el signo de la cruz, porque desde allí surge el perdón. Porque es Cristo quien nos perdona. Es Cristo quien nos da su Gracia y nosotros somos quienes tenemos que recibirla. El perdón… podemos celebrarlo siempre…, más allá de cualquier Jubileo. En cada momento…; sacramentalmente, Dios nos regala la certeza del perdón a través de este sacramento.

Como dice la Bula que escribió el papa Francisco en la Encíclica Spes no Confundit, los pecados que nos son perdonados: “nos dejan huella”. Tenemos “efectos residuales” en nuestras almas. El pecado, más allá de haber sido perdonado, deja este resabio en nuestras almas y en el Jubileo podemos limpiarlo. Para uno mismo o en favor de otros. Celebrando la comunión de los Santos.

El Papa nos pide que este Jubileo esté marcado por este caminar en la fe y en la caridad.

No solamente podemos vivir los Jubileos dentro de los lugares que han sido elegidos, como lugares santos, principalmente la catedral, es el lugar Santo Diocesano.

Saben que yo he establecido la parroquia Nuestra Señora de La Merced en Villa Mercedes, Ntra. Señora del Rosario, en Merlo y los 2 santuarios: el Cristo de la quebrada y Divino Señor de Renca. Tenemos estos 5 lugares santos en nuestra diócesis para vivir los jubileos. Pero también nos enseñan los documentos, que vamos a poder ganar estas indulgencias a través de las Obras de Misericordia. Se pueden vivir en la cárcel…, Se pueden ganar las indulgencias en el hospital, visitando enfermos.

Se puede ganar las indulgencias con las siguientes consignas: debemos estar en Gracia y si es necesario, confesar. Rezar por las intenciones del Papa. Si voy a la misa, comulgar y ofrecer todo esto para ganar la Indulgencia Plenaria en favor de quien nosotros deseamos. Vivos o difuntos…, especialmente para nuestros seres queridos difuntos, sin duda.

Y le decía recién el uno de los signos principales del Jubileo, es el perdón. El sacramento del perdón. Gracias a Dios, en nuestra Diócesis hay una gran costumbre de acercarse al sacramento de la confesión. Yo sé que los sacerdotes confiesan mucho y siempre…, pero, sepamos que también el Jubileo rompe estructuras, por eso tengamos también especiales momentos en nuestras comunidades para invitar a la confesión. Yo siempre digo: algunos tienen que confesarse más… y otros tienen que confesarse menos…; no asusten con lo que digo…; sé que este es un tema vidrioso.

La confesión tiene que ser un camino de Santidad. Nunca camino de patología o de alimentar escrúpulos. Debo confesarme cuando sea necesario. No debo hacerlo por mero escrúpulo.

Muchas veces, antes de confesar, pregunto: ¿cuánto hace que no se confiesa…? tres días…, cuatro días...; en esos casos… les digo: Dejen lugar a los que necesitan la confesión.

¿Cuándo es necesaria la confesión? Cuando hay un pecado mortal. Allí sí o sí es necesario. Entiendo que es vidrioso lo que estoy diciendo porque es difícil ponerle fecha y tiempo a las confesiones, pero tengamos un pensamiento Eclesial y pensémoslo como camino de Santidad. Para crecer espiritualmente. Y en esto también les encomiendo a los sacerdotes que sean maestros de la confesión. Sean maestros de la Misericordia, acercando de verdad al perdón, escuchando y perdonando mucho. Pero no alimentando cosas que no sean sanas.

Todos tenemos que aprender a confesarnos para crecer la Santidad. Insisto en esto, no dar lugar a patologías o escrúpulos enfermizos. Es muy profundo lo que estoy diciendo…; para eso, es necesario el discernimiento de los confesores.

No ocupemos a los sacerdotes innecesariamente, para que los que necesitan verdaderamente de la confesión…, siempre tengan lugar tiempo y las puertas abiertas. Aprender a confesarnos… que éste sea parte de nuestro camino de Santidad y de conversión en este Año Santo, para que la Gracia penetre en nuestros corazones, ende nuestras comunidades y en nuestra Diócesis.

Vamos a pedir entonces de un modo muy especial, que tengamos un corazón confiado.

No soy yo el que por mi esfuerzo me voy a salvar. Es Dios el que me salva. Yo no puedo pagar el precio del perdón…; no puedo pagar nada a cambio. Para mi salvación, ya lo pagó Cristo en la cruz. La sangre derramada fue el precio. No soy yo el que lo está pagando.

El perdón…, la confesión…, las indulgencias…, son los elementos y caminos de la Gracia para llegar a la Santidad. Pero Dios ya me dio en la cruz, lo que hoy estoy pidiendo. Dios ya pagó el precio, porque sabía que nosotros no lo podíamos pagar.

Que el Año Santo sea aquel tiempo, aquel lugar, donde crezca en nosotros la Santidad, la Misericordia y la Esperanza entre nosotros…, en nuestras convivencias, dentro de las distintas comunidades. En nuestra convivencia como clero, en nuestra convivencia como diócesis.

Que seamos una Diócesis que camina libre…, que camina ágil…, que camina sin el peso de estructuras innecesarias. Que camina a puro Evangelio. Una Diócesis que se deje guiar por el Espíritu Santo, escuchando los signos de los tiempos y siendo fieles, donde Dios nos llama a ser testigos.

Mons. Gabriel Bernardo Barba, obispo de San Luis