Miércoles 25 de diciembre de 2024

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La Purísima: signo del triunfo de la gracia

Homilía de monseñor Sergio O. Buenanueva, obispo de San Francisco, en la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María (Santuario diocesano de la "Virgencita" en Villa Concepción del Tío, 8 de diciembre de 2024)

“El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo:
«¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo».”
(Lc 1, 28).

No solo en su casa, el saludo de Dios entra en el corazón de María. Es que, como nos lo pinta el evangelio de hoy, la Trinidad se ha enamorado de ella.

El Padre ha puesto sus ojos en María, ha derramado sobre ella la sombra protectora y fecunda del Espíritu Santo y, así, ha concebido y dado a luz a Jesús, el Salvador, el Mesías.

Y entonces estalla la alegría, porque el Dios amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo está con María y con nosotros.

Así, en el corazón de este Adviento, contemplamos a nuestra Virgencita, la Purísima; también nosotros con ojos de enamorado.

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Hemos escuchado en la primera lectura la maldición a la serpiente: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. Él te aplastará la cabeza y tú le acecharás el talón.” (Gn 3, 15).

Como un eco de este pasaje bíblico, el arte cristiano representa a la Inmaculada aplastando con su pie la cabeza de la víbora.

La serpiente simboliza la presencia del mal que siempre amenaza la vida de los hombres y mujeres; representa al enemigo de Dios y de los hombres, a Satán.

Es la figura de un mal que atrae y seduce, engaña y corrompe desde dentro al ser humano.

Preservada del pecado, María se ha convertido en el canal purísimo por el que el Redentor ha entrado en la historia humana, sembrando una esperanza cierta para todos.

La fiesta de hoy nos dice con fuerza: el mal ha sido vencido, su poder destructor no tiene la última palabra, porque Dios está con nosotros y su gracia actúa de verdad en nuestra vida.

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María tiene sus pies descalzos para tocar la tierra en la que vivimos sus hijos.

Contemplamos su rostro y sus ojos, sus manos y su manto; pero también no dejamos de mirar sus pies descalzos, tan cerquita de los nuestros y de nuestras luchas cotidianas.

¿Quién de los que estamos esta tarde aquí puede decir que no está viviendo batallas duras en su propia vida?

Algunas de ellas las compartimos, porque son comunes y visibles. Otras, cada uno de nosotros, las lucha en el abismo de su propio corazón.

En unas y otras, María está presente para aplastar el poder de la serpiente, para que no nos desanimemos ante las pruebas del camino.

Estoy seguro de que, en nuestro corazón, cada uno, le confiamos a la Virgencita estas luchas.

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Sí, en medio de las tormentas de la vida, miramos a la estrella e invocamos a María.

Hay tormentas fuertes que hacen zozobrar a nuestras familias y a nuestro pueblo.

Como la serpiente del Génesis, hay males que serpentean entre nosotros, seduciéndonos con su enorme poder de engaño: prometen todo y terminan dejándonos desahuciados.

Pienso en la tentación de volvernos una sociedad cruel, sin lugar para la compasión, dominada por la ira, el miedo y el resentimiento. Crueldad en el corazón y en los ojos, en los labios y en las manos.

María, toda santa y buena, nos libre de volvernos crueles.

María nos enseñe a cultivar la bondad de corazón, atentos siempre a los más frágiles.

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Pienso también en el juego online, que está haciendo saltar las alarmas de padres y educadores, de organizaciones sociales y religiosas. Lo que inicia como juego termina como adicción.

¿La promesa engañosa? Un click y vas a ser rico. Algunos lo consiguen: gestionan desde su celular el acceso a los casinos virtuales, y logran en poco tiempo multiplicar sus bienes.

Alguno puede pensar: “Es solo un juego: me divierto, no me canso y gano plata. ¡Mirá lo que éste ganó hoy! ¡Mañana el suertudo puedo ser yo! ¿Entonces para qué estudiar? ¿Para qué trabajar?”

La vieja tentación de la serpiente que solo ha cambiado de piel.

Pero lo sabemos bien: hay oscuros intereses moviendo los hilos de este drama social. Como con las drogas, el narcomenudeo y el narco.

Es bueno avanzar en leyes que fijen límites y promuevan conductas. Sin embargo, el desafío es mayor: entre todos, recrear una cultura popular rica en valores humanos, espirituales, ciudadanos.

Una tarea que nos involucra a todos: casa y la escuela; al barrio, al club y a la parroquia, a las organizaciones sociales, las empresas y las autoridades…

Una tarea ardua que exige paciencia, fortaleza interior y cooperación. Pero, sobre todo, una misión que solo podemos llevar adelante si nos abrimos a la gracia de Dios.

Excluir a Dios de nuestra vida personal y social es abrir la puerta a las formas más oscuras de deshumanización.

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Por eso, miremos a María, “llena de gracia”: ella tiene los oídos bien abiertos para escuchar nuestras penas, ilusiones y luchas.

Ella está con sus pies sobre nuestra tierra para caminar con nosotros y hacernos sentir su auxilio.

La tarea es ardua. No podía ser menos: se trata de recrear la cultura de la vida, del trabajo y de la virtud, de transmitir a las nuevas generaciones lo mejor que nosotros recibimos de nuestros mayores; de abrirnos con esperanza al futuro con todas sus posibilidades.

Todo el bien que hagamos en esta tierra es anticipo del cielo, fruto del don de Dios y de nuestra cooperación con Él.

María, pura y limpia concepción, nuestra Virgencita, seguirá alentando nuestro caminar, dándonos ánimo en nuestras luchas, consolándonos en nuestras tribulaciones y celebrando todas nuestras victorias.

Ella es signo cierto de que el mal no tendrá la última palabra, sino que la victoria de Jesucristo es ya nuestro triunfo y nuestra esperanza. Amén.

Mons. Sergio O. Buenanueva, obispo de San Francisco