Miércoles 25 de diciembre de 2024

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Servidores que aman y sirven en red

Homilía de monseñor Marcelo Daniel Colombo, arzobispo de Mendoza, en la ordenación sacerdotal de los diáconos Damián Villaseca y Kariuki Nyagi (Parroquia Nuestra Señora de los Dolores, Ciudad de Mendoza, 7 de diciembre de 2024)

Queridos hermanos,

¡Qué alegría celebrar el fin del año jubilar junto a Damián y a Kariuki que reciben su ordenación presbiteral! Ellos constituyen para nuestra Iglesia particular mendocina un motivo de gratitud a Dios por el don de sus vidas jóvenes y a la vez, un renovado compromiso misionero para seguir anunciando al Señor entre nuestros hermanos. La bella parra mendocina sigue ofreciéndonos sus frutos, regalos de Dios para su pueblo. 

En este intenso año jubilar, vocacional y misionero, el Señor nos regaló reconocer su llamada para salir con Él al encuentro de nuestros hermanos, muchos de ellos alcanzados por el rigor de este tiempo difícil que atravesamos en materia económica y social. A todos queremos anunciarles a Jesucristo. Él es siempre buena noticia para los pobres y luz para aquellos que no encuentran razones para vivir; así lo hemos vivido en la experiencia de tantas misiones, parroquiales y decanales; la etapa diocesana nos regaló descubrirnos como parte de la Iglesia de Jesús misionando en la ciudad de Mendoza y celebrándolo, principalmente en aquella maravillosa Eucaristía del 20 de abril por los noventa años y en la siempre vivaz fiesta diocesana, en el Santuario del Challao.

Por todo esto, es tan significativo recibir a Chulo y Kariuki en nuestro presbiterio. Verlos tan activos y comprometidos con la comunidad diocesana es un augurio de una gran fecundidad puesta al servicio del Reino de Dios y de su pueblo. Los recibimos con mucho amor y entusiasmo. Gracias por decir que sí, a Dios y a su pueblo, por querer compartir la llamada en esta Iglesia mendocina.

El profeta Jeremías evoca su propio llamado vocacional, sus reparos, su conciencia de fragilidad y las propias carencias frente a tantas exigencias para su ministerio profético. Pero saberse conocido y amado por Dios, elegido por Él desde el vientre materno, lo lanzaba a la misión, lo hacía fuerte y capaz de aquellas grandes cosas que el Señor le proponía. Como Jeremías experimentamos nuestras limitaciones ante una realidad tan exigente como apasionante, y sólo podremos asumir los desafíos del camino, animados por esa viva experiencia de encuentro con la llamada de Dios.

La dimensión profética nutre el ministerio presbiteral y lo puebla de sentido. Ella se realiza cotidianamente en el servicio a los hermanos. Hablar en nombre del Señor nos exige interiorizar su Palabra y compartirla con todos, sin aguarla ni esconderla porque está destinada a encender el mundo con el fuego de Dios. La catequesis, la predicación, la misión, los espacios educativos, son ámbitos de una gran fecundidad para el ministerio sacerdotal y anunciar a Jesucristo nunca deberá ser para Uds. un servicio optativo. Partir de la Palabra para nutrir la vida de los hermanos será el camino a recorrer para animar la vida de familias y comunidades. Como presbíteros, Uds. siempre serán misioneros, catequistas, predicadores, educadores, comunicadores del don de Dios.

El encuentro entre Jesús resucitado y los apóstoles nos ofrece matices verdaderamente elocuentes. Si los pescadores volvían vacíos y frustrados, la invitación del Señor a volver a pescar según sus indicaciones, así como la docilidad con que supieron responder al aparente desconocido permitieron un nuevo regreso, desbordante y entusiasta con la misión cumplida. En ese marco, asistimos al diálogo de Jesús con Pedro, un diálogo de una gran intimidad, en relación con el amor de Pedro, que podría sostener la misión tan importante que deseaba encomendarle.

Sobre el amor de Jesús, nos dice el Papa Francisco: “El Hijo eterno de Dios, que me trasciende sin límites, quiso amarme también con un corazón humano. Sus sentimientos humanos se vuelven sacramento de un amor infinito y definitivo.” (Dilexit nos, n. 60). “Por eso, entrando en el Corazón de Cristo, nos sentimos amados por un corazón humano, lleno de afectos y sentimientos como los nuestros. Su voluntad humana quiere libremente amarnos y ese querer espiritual está plenamente iluminado por la gracia y la caridad. Llegando a lo más íntimo de ese Corazón nos inunda la gloria inconmensurable de su amor infinito como Hijo eterno que ya no podemos separar de su amor humano. Precisamente en su amor humano, y no apartándonos de él, encontramos su amor divino; encontramos «lo infinito en lo finito».” (Dilexit nos, 67)

Pero sobre el amor de Pedro, su capacidad de verdadera fidelidad, las tres preguntas de Jesús a Pedro nos llevan a recordar su triple negación. Si emocionalmente Pedro responde enseguida que sí, que ama al Señor, la secuencia insistente de preguntas lo va a entristecer. Imposible no haber sentido toda la densidad de su traición de aquella noche.

También nosotros, ante el envío misionero de Jesús que nos interpela sobre nuestro amor por Él, debemos reconocer con humildad nuestras negaciones, vacilaciones y ambigüedades, aquellas falsas prioridades que antepusimos al Reino de Dios. Así y todo, el Señor nos encomienda a sus ovejas, que no son nuestras sino suyas, a las que debemos cuidar, sin herir ni abandonar. Uds. como nosotros, los ministros ya ordenados, somos pecadores misericordiados por el Señor, llamados a un ministerio que les pide cuidar el rebaño que Él les confía. Si nos conoce desde el vientre materno, cómo no va a saber de nuestras dificultades. Así y todo, confía y renueva su apuesta. En Uds. la eficacia de aquel diálogo sanador a la orilla del lago de Tiberíades entre Jesús y Pedro, hará posible un ministerio realista, apoyado sobre el amor de elección de Jesús que urge nuestra fidelidad y nos apoya con su ayuda para afrontar nuestra fragilidad.

Queridos Chulo y Kariuki, pido a Dios para Uds. capacidad de vivir proféticamente su entrega pastoral, sabedores de sus límites, pero animados por un amor grande, amor de Dios y a Dios que los hace capaces de amar a todos sin exclusión. En la conclusión del año jubilar los invito a dejarse abrazar por la comunidad diocesana que los recibe.

Sé cuánto los quieren en las comunidades donde están ejerciendo el diaconado y estoy seguro de que sabrán cultivar esa misma experiencia de honda reciprocidad y amistad allí donde serán enviados en esta nueva etapa. Sencillos y apasionados por Jesús y su Reino, no dejen de apacentar el rebaño que les confía y en su nombre guíen su andar peregrino por oscuras quebradas, aguas tranquilas y verdes praderas. Sean respetuosos y cuiden los dones de Dios en la vida de sus hermanos y hermanas; ayúdenlos a vivir esos carismas derramados en el santo pueblo de Dios para que cada bautizado pueda ser testigo de Jesús no sólo en la Iglesia sino también en sus familias, sus ámbitos de trabajo y la participación de la vida social para transformarla según el corazón de Cristo Jesús.

Cercanos a los sacerdotes y diáconos, apóyense en esa fraternidad que los fortalecerá en la misión. Participar de un presbiterio constituye una gracia de Dios y es a la vez, una enorme responsabilidad de construir junto a los hermanos una red de vínculos, fuerte y robusta capaz de contener todos los peces que Dios nos entrega. Renuncien a ser hilos sueltos, aunque sean muy bellos, pero que no sostienen ni contienen. Al contrario, cuiden esa red, repárenla si se daña, no la dejen envejecer ni aflojar por rutinas, aislamientos o distanciamientos que los debilitará y empequeñecerá de frente a las exigencias de un ministerio que parte de una respuesta personal, pero se hace fuerte cuando se comparte su ejercicio y se pone a disposición de la misión.

En mi caso personal quiero agradecerles la relación filial, auténtica y franca que los une a nosotros los obispos. Que profundizando ese vínculo espiritual en diálogo y confianza podamos ayudarlos a vivir su propia paternidad espiritual de las comunidades encomendadas, cuidando de edificarlas sobre la Palabra y los sacramentos, haciéndolas capaces de discernir los signos de Dios y apacentándolas con el testimonio de sus propias vidas.

Todos llamados, todos enviados, todos celebrando. Con emoción y gratitud a Dios, junto a nuestra Madre del Rosario, empezamos a despedir este Año jubilar, vocacional y misionero, y Uds. Chulo y Kariuki nos ayudan a caminar en esperanza todo lo que viene. Con Jesús, les pido en esta mañana: “Levanten los ojos y miren los campos: ya están madurando para la cosecha.”(Juan 4,35)

Mons. Marcelo Daniel Colombo, padre obispo de Mendoza