Miércoles 25 de diciembre de 2024

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Misa de apertura de la 125ª Asamblea Plenaria

Homilía de monseñor Oscar Vicente Ojea, obispo de San Isidro y presidente de la CEA en la misa de apertura de la 125ª Asamblea Plenaria (Casa de retiros El Cenáculo, 11 de noviembre de 2024)

Queridos hermanos:

En cada Asamblea Plenaria nos presentamos ante el Señor como cuerpo episcopal pidiendo la luz del Espíritu Santo y de un modo especial lo haremos en esta asamblea electiva en la que vamos a rezar y a pensar juntos acerca del rumbo que tomara nuestra Conferencia en los próximos años.

Traemos para poner delante del Señor en esta Eucaristía al terminar el año nuestra Acción de Gracias por tantos bienes recibidos en nuestra vida y ministerio; llevamos también en el corazón el clamor de nuestro pueblo a quien servimos y su sincero deseo de paz y de justicia en este tiempo tan delicado de nuestra convivencia social.

Dejemos que la Palabra de Dios ilumine nuestro encuentro. En las lecturas de hoy, en primer lugar, tenemos la breve carta de Pablo a Tito en la que se habla de las condiciones de quienes presiden la comunidad. El apóstol insiste: “Quien preside la comunidad tiene que ser irreprochable, como buen administrador de la casa de Dios”. Irreprochable…Por un lado sentimos que es algo que nos excede, por otro lado, reconocemos que esta recomendación paulina está en línea con lo que nos está pidiendo el Sínodo que acabamos de finalizar en cuanto a la transparencia, a la rendición de cuentas y a la rectitud en los procesos.

Encontramos en el Evangelio la profundización de esta idea. Se habla en primer lugar del escándalo. Dice Jesús, “es inevitable que los haya, pero ay de aquellos por quienes vienen”. Etimológicamente la palabra escandalo significa piedra de tropiezo. Es una piedra en el zapato que no nos deja avanzar, que nos detiene y paraliza. El escándalo hiere la vulnerabilidad del Pueblo de Dios, muchas veces destruyendo esperanzas e ilusiones. Es provocado por la falta de coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos, entre nuestra predicación y nuestros actos. El sínodo ha remarcado la importancia de esta coherencia de vida para la formación sacerdotal.

Los heridos por el escándalo nos interpelan constantemente para estar vigilantes, en esa misma línea está la recomendación de Jesús: “tengan cuidado”. Jesús nos exhorta muchas veces a estar atentos y vigilantes. Sabe que nos desviamos fácilmente del camino si no nos cuidamos. El Papa Francisco nos ha hablado extensamente en Laudato Si´ del paradigma del cuidado con respecto a la creación. En estos años a raíz de los abusos de distinto tipo venimos hablando mucho de esta actitud. La atención y el cuidado son las concreciones de la caridad. Quien ama cuida, presta atención. San Agustín decía “Donde hay amor, hay ojos”. Esa atención es la que debemos tener como pastores que velan por su rebaño.

La transparencia que nos pide hoy la Iglesia es una ayuda para cumplir nuestra misión no un control que nos oprime o nos abruma. Por el contrario, es una gran ayuda que facilita nuestro ministerio y lo mejora. El cuidado es una profecía en medio del descuido y del descarte en un mundo donde la vida no se valora en tantos aspectos.

El texto de Lucas nos trae un segundo tema. El perdón. Llegando al final del año y al final de un ciclo en la Conferencia es recomendable pedir perdón y perdonarnos. Estamos en las vísperas de un año jubilar. El Año Jubilar en la Biblia es un año de perdón de las deudas y de los pecados. Un obstáculo importante para perdonar aparece cuando nos quedamos atrapados en nuestras heridas y nos detenemos a restregarnos en ellas repitiendo con el pensamiento aquello que nos lastimó. Esta actitud nos impide tomar la distancia necesaria para perdonar, nos instala en el pasado y bloquea nuestros vínculos impidiéndonos avanzar. Es importante elaborar nuestros dolores, soltarlos y seguir adelante. Cuando nos encontramos con hermanos y hermanas heridas, en cambio, recordando que hemos sido perdonados por Jesús, nuestra actitud debe ser de sumo respeto y cuidado para no volver a dañar a quien herimos y ofrecer el espacio de la reparación. Sobre la reparación nos dice el Papa en la encíclica Dilexit nos, hablándonos de la belleza de pedir perdón, “la reparación para ser cristiana, para tocar el corazón de la persona ofendida presupone dos actitudes exigentes: reconocerse culpable y pedir perdón. Es de este reconocimiento honesto del daño causado al hermano y del sentimiento profundo y sincero de que el amor ha sido herido, que nace el deseo de reparar… Acusarse a sí mismo es parte de la sabiduría cristiana porque al Señor le agrada recibir un corazón contrito…” (188 y 189 de Dilexit nos)

El tercer tema que aparece en el evangelio es una exhortación a la fe. Nos unimos al pedido de los apóstoles a Jesús: “auméntanos la fe”, que ella madure en esa dimensión de abandono y entrega a la voluntad de Dios como lo fue la de María. Que vivir la fe en el abandono confiado a la voluntad de Dios de sentido a nuestra vida entregada a Jesús y a nuestras comunidades y que podamos dejarnos enseñar por la fe de los más pequeños de nuestro pueblo y continuar siendo sus felices servidores.

Que, por la intercesión de este gran Pastor, San Martín de Tours, cuya memoria hoy celebramos, el Señor así nos lo conceda.

Mons. Oscar Vicente Ojea, obispo de San Isidro y presidente de la CEA

Buenos Aires (Pilar), lunes 11 de noviembre de 2024.
Primer día de la 125° Asamblea Plenaria de los Obispos.