Miércoles 25 de diciembre de 2024

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Ordenaciones sacerdotales

Homilía de monseñor Jorge García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires, en la misa de ordenaciones sacerdotales (Catedral de Buenos Aires, sábado 9 de noviembre de 2024)

El sábado 9 de marzo de este año, el día de la ordenación diaconal de Pedro, Franco, Fabián y Ariel entablamos un diálogo con Mateo, aquel recaudador de impuestos, que, escuchando el llamado de Jesús, lo dejó todo y lo siguió.1

Hoy, ocho meses después, e iluminados por el evangelio que proclamamos recién, queremos volver a dialogar, esta vez con Simón Pedro que a orillas del mar de Tiberíades conversa con Jesús.

Después de comer… (v 15); el Señor había preparado el fuego y colocado un pescado sobre las brasas y pan (cf. ver. 9). Sin embargo, Pedro, tu corazón seguía con hambre. La última vez que tu mirada se había cruzado con la de Jesús fue la noche de la traición; por eso tu corazón tiene hambre de perdón, tu corazón necesita de la misericordia de Dios que te anime a ponerte de pie y recomenzar; tenés hambre de paz en el alma, tenés hambre de amistad, tenés hambre de un abrazo fuerte que exprese todo tu arrepentimiento y, a la vez, todo el amor que Jesús te tiene. Como escribía San Juan Pablo II: Es importante notar cómo la debilidad de Pedro manifiesta que la Iglesia se fundamenta sobre la potencia infinita de la gracia.2

La noche de la traición debe haber sido una noche muy oscura, cerrada, sin estrellas, sin esperanza, sin horizonte, sin salida. Pero hoy, tu diálogo con Jesús es al amanecer (v 4); está comenzando a salir el sol, está clareando. Y aquí recuerdo a Helder Cámara cuando escribía: “No debemos tener miedo de la oscuridad de la noche. De la noche más negra surge la mejor aurora.” Y así, de la oscuridad de las negaciones, surge este encuentro con Jesús que tres veces te preguntará si lo amás.

Queridos Fabián, Ariel, Franco y Pedro, comienzan un camino hermoso, ser sacerdotes de Cristo, siguiendo los pasos del Maestro. No desesperen de sus noches oscuras, no se dejen ahogar por sus miserias y pecados; en la mayor oscuridad comienza a amanecer, y volverán a escuchar a Jesús, que los eligió, y que vuelve a decirles como el

primer día ¿me amás?

Déjense misericordiar por el Señor que lo sabe todo, como hoy dice Pedro (v 17). Y así, conscientes de sus propias fragilidades, pero perdonados y sanados por Él, no se cansen de perdonar; no se cansen de abrazar con la ternura de Dios a tantos hermanos que se acercarán a ustedes, hambrientos de consuelo y misericordia.

Pedro, también queremos saber de tu corazón cuando el Señor te preguntó: Simón, hijo de Juan ¿me amás? (v 16). Y vos nos dirás que fue una pregunta decisiva, una pregunta “al hueso”, una pregunta que nos queda muy grande, porque Jesús sabe de tus flaquezas y de las nuestras; sin embargo, en esa pregunta sentimos la confirmación del

llamado y la humilde disposición a reiniciar el camino.

Jesús no pregunta: ¿Te sentís con fuerza? ¿Conocés bien mi doctrina? ¿Te vescapacitado para gobernar o conducir? No. Es el amor a Jesús lo que capacita para animar, orientar y alimentar al pueblo de Dios.

Queridos hermanos, que, en la oración personal, todas las mañanas al comenzar la jornada y a la noche, al presentar frente al sagrario el cansancio del día, escuchen la pregunta ¿me amás?; escúchenla como una renovación del llamado que Jesús les hace. Como decía San Agustín, la renovación interior y semejanza con Cristo le vendrá al apóstol de la oración realizada en lo íntimo con el Huésped.3

El Papa Francisco, reflexionando sobre este texto del evangelio dice que Jesús le pide a Pedro: “Ámame más que los otros, ámame como puedas, pero ámame”. Y es lo que el Señor pide a los pastores “Ámame,” Porque el primer paso en el diálogo con el Señor es el amor. Él nos ha amado primero, pero nosotros debemos amarlo también.4

Franco, Ariel, Pedro y Fabián, sean pastores enamorados. Allí está la centralidad del misterio. Y para que no se enfríe el amor, aliméntenlo con la oración, con la Eucaristía y con el pastoreo. Apacentar significa dar alimento; nuestro pueblo tiene hambre, por eso procuren ser profetas de la justicia que ayuden a que el pan y el trabajo digno lleguen a todos, animando en la solidaridad y el compromiso especialmente con los que más sufren; pero también alimenten a nuestro pueblo con el Pan de la Vida, porque tenemos hambre de Dios, y la Eucaristía es su respuesta al hambre más profunda del corazón humano.

Otro te atará y te llevará donde no quieras (v 18). Me imagino Pedro lo que habrán resonado esas palabras en tu corazón. Parecía que, con las tres preguntas de Jesús y tus tres respuestas, ya era suficiente. Sin embargo, Jesús te dice que te prepares, que la misión también tiene momentos de incomprensión, de sufrimiento, prepararte para la cruz.

Amar, pastorear y prepararse. Tres conceptos que pueden ser la hoja de ruta de un pastor, la brújula para no perderse.

Queridos hermanos, todos nosotros también estamos atados a la voluntad de Dios, atados a la fraternidad sacerdotal, atados a nuestras comunidades y atados a la Iglesia, nuestra Madre; paradójicamente cuando más atados más libres, como Cristo, que entregó su vida libremente por amor a nosotros.

Porque no es la mismo ser libres que estar sueltos; vivimos en una sociedad donde muchos andan sueltos, pero esclavizados de sus adicciones, de sus caprichos, de sus ideologismos, de sus prejuicios, de los celos.

Por eso proclamen con su vida la libertad que nos ha dado Cristo, la libertad del compromiso con los demás, la libertad de la comunión y la fraternidad, la libertad de la entrega.

El evangelio termina con una palabra de Jesús a Pedro: Sígueme (v 19). Seguramente Pedro, esa palabra quedó resonando en tu mente y en tu corazón para siempre; incluso cuando extendiste tus propios brazos en la cruz para entregar tu vida por Cristo en la capital del Imperio.

Seguirlo todos los días hasta el final, seguirlo en los días grises y en los días que las cosas nos salen bien, seguirlo los días que cargar nuestra humanidad se hace pesado; seguirlo livianos de equipaje, cuidando de que el corazón no quede detenido en algo que nos impida acoger lo nuevo que Dios proponga. Justamente San Ignacio de Loyola llamaba “cosa adquirida” a lo que ya tenemos y nos apresa. Lo que nos retiene puede ser algo muy bueno, pero nos impide acoger las nuevas propuestas que Dios nos hace y sus sorpresas. El seguimiento exige una dinámica de movimiento; lo contrario del seguimiento es el inmovilismo.

Queridos Ariel, Franco, Pedro y Fabián, sigan a Jesús enamorados de Él, síganlo con alegría y libertad, anunciando que está vivo y que nos invita a todos a ser constructores del Reino, un proyecto de justicia y fraternidad, de paz y misericordia, un proyecto por el que, desde hoy, entregan para siempre sus vidas como sacerdotes.

Y por favor, no tengan miedo de mostrar la alegría de haber respondido a la llamada del Señor, a su elección de amor, y de testimoniar su Evangelio especialmente entre los que sufren y los marginados en esta ciudad tan compleja y desafiante. Que donde estén sus pies, esté su corazón.

Que Dios los bendiga mucho, sean muy felices junto al pueblo de Dios y sus hermanos sacerdotes que hoy los reciben en el presbiterio,

María, nuestra Madre, los cuida,

Mons. Jorge Ignacio García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires
9 de noviembre de 2024