Miércoles 25 de diciembre de 2024

Documentos


Fiestas patronales de la comunidad peruana

Homilía pronunciada por monseñor José Luis Mollaghan, arzobispo emérito de Rosario, en la celebración del Señor de los Milagros (27 de octubre de 2024)

Queridos hermanos:

Celebramos la fiesta del Seños de los Milagros, que como cada año nos reúne en esta Basílica de La Piedad, de un modo particular, junto con la comunidad peruana en nuestra Ciudad, que festeja sus fiestas patronales, y sigue con piedad los pasos de Jesús en la cruz.

Por esto le agradezco al párroco, que me invitó como en otras ocasiones, a compartir con ustedes esta fiesta.

Meditemos un momento en el Señor de los Milagros: primero, que Él nos amó y nos ama en la cruz, y cómo el Padre nos ama en su Hijo; segundo que Él nos enseña a ser pacientes, aun en medio de las contrariedades; y finalmente que Él nos invita a servir.

Nos va a ayudar a hacerlo, conocer la última Encíclica de Papa Francisco sobre el amor del Corazón de Jesús.

1. El Señor de los Milagros, nos amó
El Señor de los Milagros nos ama desde la cruz, y nos enseña que su Corazón contiene y refleja el amor infinito de Dios Padre, un amor sin medida hacia cada uno de nosotros.

Como el ciego, que se levantó pidiéndole a Jesús que lo cure, porque quería ver, hoy también nos acercamos al Señor con confianza, sabiendo que “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en Él, no muera” (Juan 3, 13-17).

Por eso, el encuentro con Jesús, con el Señor de los Milagros, es un encuentro con una Persona viva, que vive y nos ama. ¿Acaso no es lo que sentimos hoy, que nos encontramos a los pies de la cruz?

Queremos poder ver, mirarlo de un modo nuevo, como quien espera y confía, sabiendo que el amor levanta nuestro corazón hacia Dios, y nos abre un camino de fe y de esperanza.

Como dice el Papa en su última Encíclica “Nos amó”, “...en su ternura, en el temblor de su cariño humano, se manifiesta toda la verdad de su amor divino e infinito”. Y agrega, “así lo expresaba Benedicto XVI: Desde el horizonte infinito de su amor, Dios quiso entrar en los límites de la historia y de la condición humana, tomó un cuerpo y un corazón, de modo que pudiéramos contemplar y encontrar lo infinito en lo finito, el Misterio invisible e inefable en el Corazón humano de Jesús, el Nazareno (Nos amó, nº 64).

2. Señor de los Milagros nos enseña a ser pacientes
Cuando en el desierto, “el pueblo perdió la paciencia”, dejó de confiar, y unos y otros decían, “aquí no hay pan ni agua y estamos hartos de esta comida…” (Nú, 21, 4b), Moisés intercedió ante Dios, el Señor le hizo fabricar una serpiente de bronce, y le dijo que la colocara sobre un mástil, y quien la mirara quedaría sano. Fue un anticipo de la salvación, una promesa de la vida, que iba a traer Jesús.

Hoy miramos a la cruz, para ver al Señor. Así como cuando sanaba a los enfermos, multiplicaba el pan, y consolaba a quienes se acercaban a Ël, hoy también nos cura con su gracia, y nos invita a superar con paciencia muchas situaciones difíciles y a veces angustiosas, y sabemos cuántas son para los enfermos, para quienes están solos, para los más pobres y para quienes sufren las divisiones y las guerras… Jesús se compadece de nuestras debilidades para enseñarnos un camino de confianza en Él, y para despertar en nosotros, en tantos casos, la cercanía y la solidaridad fraterna.

Pidamos ante el Señor, “que una vez más tenga compasión de esta tierra herida, que él quiso habitar como uno de nosotros. Que derrame los tesoros de su luz y de su amor, para que nuestro mundo que sobrevive..., pueda recuperar lo más importante y necesario: el corazón” (“Nos amó”, nº 31).

3. El Señor de los Milagros también nos enseña a servir
El Señor de los Milagros, nos muestra desde la cruz, - como dice San Pablo en la carta a los Filipenses, - que Jesús “se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor” (Fil.2,6-11).

El Señor, como servidor nuestro, es fuente de todo consuelo, y nos invita: “Vengan a mi todos los que están fatigados y cansados, que yo los aliviaré” (Mateo 11, 28).

Su deseo de aliviarnos de nuestro cansancio, es también parte de su servicio. El asumió “la condición de siervo” (Fil 2, 7), y no vino para ser servido, “sino para servir y dar su vida en rescate de muchos” (Mat. 20, 28).

Por eso, “Observándolo actuar podemos descubrir cómo nos trata a cada uno de nosotros...” (Nos amó, nº 33), y yo agregaría, observándolo actuar, podemos descubrir lo qué espera de nosotros, sabiendo que “el corazón creyente ama, adora, pide perdón y se ofrece a servir en el lugar que el Señor le da a elegir para que lo siga” (ibidem, nº 25).

Este es el camino del cristiano, nuestro camino, y esta enseñanza suya es para toda la vida, porque “Cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mt 25,40).

Que el Señor de los Milagros nos mueva a servir, y contribuir con nuestra atención y servicio fraterno también al bien que esperamos. Es decir, ser felices de servir, ya que esto tiene consecuencias no sólo en nuestra vida, sino también en la sociedad, y así, amando a Jesús, el mundo, pueda cambiar.

Cuando al terminar la celebración de la Misa, salgamos a caminar por las calles con el Señor de los Milagros, y con su Madre, que podamos llevar también este mensaje de esperanza, y que muchos puedan acercarse a Él, para verlo con los ojos de la fe y amarlo con el corazón.

Mons. José Luis Mollaghan, arzobispo emérito de Rosario