Miércoles 25 de diciembre de 2024

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Ordenación episcopal de Mons. Matías Vecino

Desgrabación de la homilía de monseñor Sergio Fenoy, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, en la ordenación episcopal de monseñor Matías Vecino (Basílica Nuestra Señora de Guadalupe, 30 de septiembre de 2024)

Quiero agradecerles, como lo hacía al comienzo de la misa, toda la preparación de este día, sobre todo, agradecer el clima auténtico de oración que han mantenido en sus comunidades preparando esta celebración. Porque una vez más, como un pueblo fiel, nos han enseñado, con la espontaneidad de su devoción, que sin la oración toda acción puede parecer vacía. Y el anuncio, aún el más cierto, puede no conmover a nadie, puede no tener alma. 

Por eso sabemos que en la Iglesia toda iniciativa es de Dios. Él es el origen, Él es el protagonista, a Él celebramos y nos dirigimos en esta tarde. 

Tranquilo, Matías, lo ponemos a Dios en primer lugar. 

Y todos descansamos, poniéndolo a él en primer lugar, nos vamos ubicando nosotros. ¿No cierto? 

Quisiera que volvieras al evangelio, esa imagen muy litoraleña, por otro lado; como tantas escenas del evangelio al lado del agua, de los pescadores; porque te puede serenar. Si es que te hace falta serenarte, hoy. Pero te puede serenar.

Ver esos pescadores sentados, tomándose su tiempo para ir separando lo que sirve de lo que no sirve. Es una imagen muy hermosa. Es el tiempo, es el precioso tiempo que Dios nos da, para examinar con atención, con cuidado. Para discernir, diríamos nosotros, sentimientos, emociones, pensamientos, tantas cosas. Vamos tomando algunas, vamos dejando otras. Las que no sirven, las que pesan, las que no valen.

Bueno, yo te invito en esta celebración a que serenamente te sientes con tiempo y puedas hacer en tu corazón este discernimiento, mientras se va desarrollando esta celebración. 

Yo te propongo tres momentos para que tomes lo que vale. Creo que esos tres momentos valen mucho.

El primero, otra vez a la orilla del lago, cuando pasa Jesús y llama a sus discípulos. El origen de tu vocación. Que vayas al comienzo de tu vocación, al pasado, sí, al origen, al comienzo; donde todo ha empezado. Donde este día se fue preparando. 

Cuando escuchamos el mandato apostólico recién del Santo Padre, en realidad, lo que nos está diciendo el mandato del Papa, es que es Dios es quien ha pronunciado tu nombre. Fue Jesús la noche en que oró por sus apóstoles. Fue Jesús el que llamó a orillas del lago, el que pronunció tu nombre.

Muchas veces te van a preguntar, ¿cómo llegaste a obispo? ¿por qué llegaste? Que si tuviste que estudiar más. Vieron lo que todos nos preguntan cuando hacemos una visita y se interesan. Tenés que tener la seguridad que ha sido Dios quien ha dicho tu nombre.  

Y en un mundo tan frágil, donde se rompen permanentemente los vínculos y vivimos a los tropiezos, de fracturas en fracturas, donde todo sucede, empieza y termina, y hay tan poca estabilidad, poder celebrar esto..., que es casi un milagro. 

Yo pensaba hoy, nuestros ojos están viendo lo del lago, porque estamos viendo lo de la vocación de Matías, lo que llamamos la sucesión apostólica. Los obispos van a imponer sus manos sobre tu cabeza repitiendo un gesto que comienza allá y que nunca se ha interrumpido en la Iglesia: es un milagro. Ese amor de Dios que elige y que consagra nunca se interrumpió.  

El otro episodio, otra vez en el lago, después de desayunar, lo dice Juan, cuándo Jesús resucitado le pregunta a Pedro si lo ama; y si lo ama, tiene que apacentar, tiene que cuidar. Bueno, creo que esto es un presente, es la madurez. 

Esta pregunta que Jesús te vuelve a hacer hoy, ¿me amas?, requiere que sepas antes que nada que él conoce tus traiciones, conoce tus heridas, conoce tus pecados, como conocía los de Pedro, y sin embargo insiste y quiere hacerte testigo de su resurrección. Frente a un mundo lleno de indiferencia, también, de desinterés por el otro, de anonimato, de individualismo. En un país, en una ciudad, en una región cada vez más empobrecida, más deshumanizada.

Qué bueno es que el Señor te invite a amar y a cuidar, que para Él es lo mismo: amar y cuidar. Y para que tengas la fuerza te va a cubrir con su Evangelio. Mientras pronunciemos las palabras de la consagración, el Evangelio será tu techo, tu escudo. Estarás debajo, bajo la sombra del Evangelio. Quizás para que vuelvas a enamorarte de Él. Para que vuelvas a encantar a tu gente con su alegría. Para que sepas responder a tantas necesidades de nuestra gente, con la palabra del Evangelio que te cubre, que te rodea.

Y por último, al final del Evangelio, a veces en el monte, a veces en el cenáculo. Vayan y anuncien, vayan y hagan mis discípulos: la misión. Es el futuro.

Como obispo tendrás una primera misión, que te traerá muchas cruces y dolores, que es sostener la unidad y la comunión en la Iglesia. No hay nada que justifique nuestras divisiones: nada, ningún argumento, nada, y sin embargo están y son dolorosas. Y la herejía que más arruina el rostro de la Iglesia es la división entre nosotros. Por eso será tu primera tarea, tendrás que consagrar toda tu vida, tendrás que aprender a tejer y a remendar, porque muchas cosas las encontrarás rotas. Y bueno, tendrás que tener paciencia para tratar de rescatar lo que se puede, muchas veces ceder. Parecerás débil. Tenés que salvar la unidad. 

Vas a sentir el óleo en tu cabeza, que simbólicamente debería llegar hasta tus pies. El óleo es el signo de la unidad, así como llega y toca, y sigue, y no queda nada sin que lo abarque, así deberás trabajar por la unidad. Cuando sientas el Crisma, sentite enviado por el Señor, en un mundo que vive en guerras, que vive en oposiciones, que se desgarra. En un mundo en el que nos peleamos, en el que encontramos tan pocos acuerdos, en que nos gritamos: vas a defender la unidad.

Y bueno, no puedo no recordar a nuestra hermana, que en un día como hoy ha entrado en la vida, a Teresa de Lisieux. Has querido estampar su nombre en tu escudo. Y es este día, el de su muerte, en el que recibís su consagración. 

Yo quiero de nuestra hermanita tomar una frase. Es cuando se encuentra en su peor momento. Hoy lo recordábamos en la mesa. En la noche de la fe, hacia el final de su vida, en la oscuridad más profunda, ella dice que el Señor le ha dado a gustar, a probar el pan del dolor y la ha hecho sentar en la mesa de los pecadores. Es una más. Y le dice a Jesús, no quiero levantarme de aquí hasta que vos no lo permitas. Me quiero quedar acá, con ellos, con los últimos. 

Teresita que se hace así hermana y compañera de los últimos, de los que no tienen esperanza, de los que nosotros condenamos, de los que creemos que no tienen salvación, de los despreciados. Ella se sienta allí y se queda allí, y come con ellos.

Yo te deseo en este día que ella te tome de la mano y te sientes en esa mesa, y que nunca te levantes hasta que Jesús quiera hacerlo. Y que con ella creas en el amor, porque eso es lo que ella testimonia, ella cree en el amor del que es capaz todo hombre, aún el que nosotros consideramos perdido, irremediablemente. Ella cree que en ese corazón el amor se puede volver a encender. 

Por eso, con ella, de la mano, sentado en esa mesa de los últimos, testimoniá la esperanza, en tantas noches que tendrás que vivir y en tantas tormentas que el Señor te va a regalar. 

Mons. Sergio Fenoy, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz