Hoy celebramos a la Virgen bajo la popular advocación del Carmen. La Sagrada Escritura celebra la belleza de la montaña del Carmelo, donde el profeta Elías defendió la pureza de la fe. Esta montaña es un símbolo de la fortaleza y la belleza espiritual, un lugar donde la fe se mantiene firme y pura. El profeta Elías, con su celo por Dios, luchó contra la idolatría y restauró la verdadera adoración al único Dios verdadero. Así, el Carmelo no solo es un lugar geográfico, sino un símbolo de la lucha y la victoria de la fe auténtica.
En el fragmento evangélico de esta jornada, Jesús es presentado como el vino nuevo que viene a traer la alegría del Reino. Jesús es Dios con nosotros, la Buena Nueva encarnada, el esposo que viene a sellar la alianza con su pueblo. La imagen del vino nuevo es poderosa: simboliza la renovación, la abundancia y la transformación. Jesús no solo cumple las promesas de la antigua alianza, sino que las supera con una nueva y eterna alianza. La salvación se ofrece a todos, sin distinción, y esto es motivo de inmensa alegría y esperanza.
María intercede ante su Hijo en las bodas de Caná, donde reconoce la carencia del vino en la fiesta. Las tinajas vacías simbolizan la insuficiencia humana y la necesidad de la intervención divina. Nuestras carencias de paz, unidad, alegría, esperanza, de pan, de educación, de salud, de dignidad…María, siempre atenta y solícita, actúa con la ternura de una madre que se preocupa por las necesidades de sus hijos. Al decir a los sirvientes “hagan todo lo que él les diga”, María muestra su completa confianza en Jesús y su disposición a obedecer la voluntad divina. Ella es el modelo más perfecto de cómo escuchar y vivir fructuosamente la Palabra de Dios. Su vida es un ejemplo de fe activa y de entrega total a Dios.
La Palabra de Dios no puede permanecer escondida, sino que debe resplandecer e iluminar al mundo entero. Los cristianos estamos llamados a ser “portalámparas” del Evangelio, llevando la luz de Cristo a todos los rincones de la tierra. Somos las “tinajas” que transportan el vino nuevo que es Jesús. Como discípulos-misioneros-testigos, nuestra misión es compartir la alegría del Evangelio con todos, vivir nuestra fe de manera auténtica y ser testigos del amor de Dios en nuestras vidas cotidianas.
La Virgen María fue el primer odre que contuvo a Jesús, ella que lo gestó en sus entrañas y lo ofreció al mundo como el vino que no se acaba, el vino nuevo esperado, el vino que alegra el corazón. María, como mujer creyente, confía plenamente en su Hijo. Ella le hace el pedido, le avisa, sabe que su Hijo actuará y espera con paciencia y fe. Su vida es un testimonio de confianza y obediencia a Dios. Cuando María dice “hágase en mí tu Palabra”, adelanta la hora de la gloria de su Hijo, una gloria que se revelará plenamente cuando Jesús entregue su vida por la salvación del mundo.
La Virgen María nos inspira a vivir desde la Palabra de Dios, a meditarla y orarla cada día. La Palabra nos nutre en nuestras celebraciones y en la comunidad, anima nuestra misión como bautizados y nos empuja a amar y servir a los hermanos. ¡Que Ella, María, nos confirme en nuestra vocación cristiana, en nuestra fe, ¡nos ayude a encarnar el estilo de Jesús de cercanía, compasión y ternura! Que nos aumente el gusto para saborear el vino nuevo del Reino que nos trajo Jesús. Bajo su guía y protección, que podamos ascender a las cimas más elevadas de la montaña que es Cristo, su Hijo. La vida a veces se nos hace cuesta arriba, que Ella nos ayude a subir sin cansarnos, juntos y animándonos mutuamente, a la cima del monte de las bienaventuranzas, de la santidad y del amor fraterno.
Mons. José Luis Corral SVD, obispo de Añatuya