Miércoles 25 de diciembre de 2024

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Tedeum del 9 de Julio

Homilía de monseñor fray Carlos María Domínguez OAR, obispo de San Rafael en el solemne tedeum de acción de gracias en el 208° aniversario de la Independencia (9 de julio de 2024)

Queridos hermanos:

Hoy celebramos el bicentésimo octavo aniversario de nuestra Independencia Nacional declarada en la ciudad de San Miguel de Tucumán el 9 de julio de 1816. Nos cuentan las crónicas de la época que, al día siguiente de la declaración de la Independencia, el primer acto de los congresales fue implorar la ayuda de Dios. “A las nueve de la mañana se reunieron los señores diputados en la casa congresal y de allí se dirigieron a la Iglesia de San Francisco, donde asistieron a la Misa del Espíritu Santo”, que fue celebrada por el sacerdote Pedro Ignacio de Castro Barros, diputado por La Rioja. Como desde entonces, también hoy nos reunimos a orar por el país; para alabar a Dios y darle gracias por nuestra Patria, por todo lo que nos ha dado. También le pedimos su bendición, a fin de que la prosperidad, el desarrollo, y la dignidad alcancen a todos los argentinos.

La independencia es un hecho histórico que recordamos y celebramos. Pero es, sobre todo, una tarea cotidiana que nos compromete a todos.

La Palabra de Dios que ilumina esta fiesta nos invita a superar las esclavitudes personales y sociales para vivir nuestro llamado a la libertad. En la primera lectura san Pablo nos exhortaba a mantenernos firmes en nuestra vocación de vivir en libertad para no caer en el yugo de la esclavitud. Esa libertad no puede ser un pretexto para que cada uno haga lo que quiera (dejaría de ser libertad para convertirse en libertinaje) sino que debe ser ejercida en el servicio de unos a otros por amor. Una libertad mal usada termina por destruir al individuo y a la sociedad.

En el Evangelio escuchábamos esa frase de Jesús pronunciada con autoridad potente: “La verdad los hará libres”. Para poder vivir humanamente es necesario tener un proyecto y una tradición. Uno se debe poder saber in­serto en una historia que es más ancha que nosotros, y sostenido por una memoria y una heredad de las que vivimos. Quien no se puede apoyar en nada, se convier­te en víctima de sus emociones y presa de la angustia. ¿Dónde está el cimiento y el horizonte de su esperanza? No se puede vivir sin referencia a verdades que nos tras­cienden y a la vez nos sostienen.

La búsqueda de la verdad que libera es inherente a la naturaleza del hombre, mientras que la ignorancia lo mantiene en una situación de esclavitud. El hombre, efectivamente, no puede ser verdaderamente libre si no recibe luz sobre las cuestiones centrales de su existencia, y en particular sobre lo que se refiere a saber de dónde viene y adónde va. Sólo la verdad nos hará libres (cf. Jn 8, 32). Y es preciso aceptar que ella no nace con nosotros; nos precede. Es un edificio al cual entramos con respeto y reconocimiento. No somos sus propietarios ni sus ar­quitectos, sino en todo caso sus depositarios. Uno debe dejarse formar por ella, acogiendo su luz, obedeciendo sus orientaciones. Decía el recodado Papa Benedicto XVI: «Por encima del poder del hombre está la verdad; ella debe ser el límite y el criterio de todo poder: sólo así podemos llegar a ser libres y buenos. El hecho de que antes que nuestro actuar deba estar la escucha de la verdad significa también que por encima de nues­tros proyectos personales y de nuestras intenciones está la voluntad de Dios».

Pero decíamos que celebrar la Independencia es comprometerse a ir afianzándola cotidianamente y redoblar nuestro empeño por romper las cadenas que aún nos esclavizan y no nos dejan ser completamente libres.

La primacía del pragmatismo de los números –como dice el Papa Francisco- es una cadena que nos esclaviza. Este ídolo escondido se reconoce por su amor a las estadísticas, esas que pueden borrar todo rasgo personal en la discusión y dar la preeminencia a las mayorías que, en definitiva, pasan a ser el criterio de discernimiento y actuación. Las personas no se pueden “numerar”. En esta fascinación por los números, en realidad, nos buscamos a nosotros mismos y nos complacemos en el control que nos da esta lógica, que no tiene rostros y que no es la del amor, sino que ama los números. Obsesionarse porque los números “cierren” nos pueden hacer olvidar que, detrás de los porcentajes, hay rostros e historias de hermanos que sufren. No podemos ser ingenuos ni engañarnos que en un país en el que más de la mitad de sus ciudadanos viven en la pobreza; cuando diariamente hay nuevos pobres, los pobres son más pobres y hay cada vez más desigualdades; que tienen hambre porque los alimentos no llegan a todos; porque muchos se encuentran en la disyuntiva de elegir comer o comprar un medicamento porque el sueldo no alcanza para todo; en donde muchos viven la angustia de la precariedad de sus puestos de trabajo; la palabra “independencia” se convierte en un concepto despojado de contenido.

El flagelo del narcotráfico y la droga tal vez sea la cadena de esclavitud más difícil de romper. Puede que la realidad nos envuelva con un sentimiento de impotencia que nos lleva a preguntarnos: ¿Por qué nos está ganando la droga, con su correlato que es el narcotráfico? ¿Qué nos ha llevado hasta aquí? ¿Qué ideales nobles hemos dejado de inculcar y testimoniar con el ejemplo para que tantos busquen en las drogas alcanzar esa necesidad de “estar bien”? Decía el Papa Francisco el pasado 26 de junio, Día Internacional de la Lucha contra el Uso Indebido y el Tráfico Ilícito de Drogas cuyo lema era: “La evidencia es clara: debemos invertir en prevención”: «Es necesario una cultura de la prevención, donde se eduque a los jóvenes en los valores que construyen la vida personal y comunitaria. Es muy triste ver a tantos jóvenes arruinados por la droga, es muy difícil, cuando llegan a cierto nivel, volver atrás».

No es la mirada confrontativa ni el echarnos culpas lo que nos hará independientes. Tampoco el “tirar la pelota al campo del adversario”, ni evadir la realidad, ni mucho menos abordarlas con una mirada sesgada por una ideología. Sólo la verdad, como nos decía Jesús, nos hará libres y nos proporcionará los valores e instrumentos para la transformación integral de nuestra Patria. Buscándola juntos; defendiéndola entre todos y siendo el motor de nuestras acciones podremos construir una civilización del amor en donde todos seamos protagonistas. Decía el Papa Francisco: «La caridad, el “amor social”, con su dinamismo universal, puede construir un mundo nuevo porque no es un sentimiento estéril, sino la mejor manera de lograr caminos eficaces de desarrollo para todos. El amor social es una «fuerza capaz de suscitar vías nuevas para afrontar los problemas del mundo de hoy y para renovar profundamente desde su interior las estructuras, organizaciones sociales y ordenamientos jurídicos» Sin la verdad, la emotividad se vacía de contenidos relacionales y sociales. Por eso la apertura a la verdad protege a la caridad de una falsa fe que se queda sin «su horizonte humano y universal» La caridad necesita la luz de la verdad que constantemente buscamos y «esta luz es simultáneamente la de la razón y la de la fe», sin relativismos. Esto supone también el desarrollo de políticas para encontrar los caminos concretos y más seguros para obtener los resultados que se esperan. Porque cuando está en juego el bien de los demás no bastan las buenas intenciones, sino lograr efectivamente lo que la Patria y todos los que la formamos necesitamos para realizarnos» (cfr. FT 184-185).

Que nuestra Madre, la Virgen de Luján, no aparte de nuestra Patria su mirada llena de ternura; nos cubra con su manto celeste y blanco; nos haga sentir su presencia y nos acompañe en nuestro caminar.

Mons. Fray Carlos María Domínguez OAR, obispo de San Rafael
9 de julio de 2024