Queridos hermanos y hermanas: paz y bien.
“Dios los eligió desde el principio para que alcanzaran la salvación
mediante la acción santificadora del Espíritu y la fe en la verdad” (2 Tes 2,13b).
Hoy celebramos la elección que Dios hizo para con este pueblo de Tartagal, este es el motivo fundamental de nuestra acción de gracias recordando el momento fundacional de nuestra ciudad.
La festividad de San Antonio nos desafía a creer que es posible la fraternidad humana cuando privilegiamos el cuidado de los pobres y excluidos. El cuidado por los más pobres lo representamos con el “pan de San Antonio” que, nos recuerda que toda persona tiene derecho a la alimentación y al trabajo digno. El pan es signo del compartir fraterno, de la solidaridad.
Quiero invitarlos en la celebración de los 100 años de la ciudad de Tartagal, a mirar con ojos de fe la historia y descubrir los signos de la presencia liberadora de Dios, y cómo esta comunidad fue creciendo animada por la acción del Espíritu en la construcción de una ciudadanía reconciliada.
Hacer memoria del pasado, es reconocer la riqueza ancestral de las comunidades originarias que habitaban en este territorio y la novedad recibida de tantos inmigrantes llegados a estas tierras para construir su futuro. Desde los inicios de la vida ciudadana esta comunidad ha vivido el desafío de construir una sociedad reconciliada e inclusiva. Donde el reconocimiento y la aceptación del otro, del distinto, es una exigencia fundamental de su vocación humana y un modo para la construir un futuro esperanzador para todos. Tartagal es lugar del encuentro de pueblos y culturas, es lugar de la inclusión y la solidaridad.
La Iglesia por medio de la presencia misionera de los frailes franciscanos asumieron el desafío de la evangelización en medio de los pueblos originarios para proponerles la amistad con el Señor que promueve y dignifica. El anuncio de un Dios que ama infinitamente a cada ser humano, que ha manifestado plenamente ese amor en Cristo crucificado por nosotros y resucitado en nuestras vidas.
Esta presencia misionera, al mismo tiempo que anunciaba el Evangelio promovía la dignidad humana, reconfigurado una identidad propia en la escucha y el diálogo con las personas, realidades e historias de su territorio. La presencia evangelizadora franciscana ha dado a nuestra Iglesia diocesana un rostro pluriforme en la complejidad cultural que somos. (Cf.QA66-69).
Sienta bien volver sobre los pasos de Dios en nuestra vida, por todas las veces que el Señor se ha cruzado en nuestro camino, para corregir, animar, perdonar. “Así tenemos claro que el Señor nunca nos ha abandonado, que siempre ha estado cerca de nosotros, a veces de forma discreta, otras de forma más evidente, incluso en los momentos que nos parecían más oscuros y áridos”.
Hoy vivimos inmersos en una cultura del descarte y de la muerte, sometidos a una ideología que privilegia la supremacía del yo egoísta que busca sólo su bienestar individual y usufructuar de los bienes en beneficio propio. En palabras del Papa Francisco, ese “individualismo consumista provoca mucho atropello. Los demás se convierten en meros obstáculos para la propia tranquilidad placentera. Entonces se los termina tratando como molestias y la agresividad crece. Esto se acentúa y llega a niveles exasperantes en épocas de crisis, en situaciones catastróficas, en momentos difíciles donde sale a plena luz el espíritu del “sálvese quien pueda”. Sin embargo, todavía es posible optar por el cultivo de la amabilidad. Hay personas que lo hacen y se convierten en estrellas en medio de la oscuridad” (FT 222).
Para poder soñar juntos un futuro donde a todos se les reconozcan sus derechos y sea respetada la dignidad humana en cualesquiera circunstancias de la vida, es necesario un cambio de mentalidad. Para ello, debemos superar y dejar de naturalizar que es justificable el sacrificar derechos inalienables, como el derecho a la alimentación, donde “partes de la humanidad parecen sacrificables en beneficio de una selección que favorece a un sector humano digno de vivir sin límites”. Nos dice el Papa Francisco: “En el fondo «no se considera ya a las personas como un valor primario que hay que respetar y amparar, especialmente si son pobres o discapacitadas, si “todavía no son útiles” -como los no nacidos-, o si “ya no sirven” -como los ancianos-.” ( FT 18)
A pesar de la imposición de un modelo productivo que nos lleva a la destrucción de la humanidad confiamos que un futuro más humano es posible. “Necesitamos repensar entre todos la cuestión del poder humano, cuál es su sentido, cuáles son sus límites. Porque nuestro poder ha aumentado frenéticamente en pocas décadas. Hemos hecho impresionantes y asombrosos progresos tecnológicos, y no advertimos que al mismo tiempo nos convertimos en seres altamente peligrosos, capaces de poner en riesgo la vida de muchos seres y nuestra propia supervivencia. Hace falta lucidez y honestidad para reconocer a tiempo que nuestro poder y el progreso que generamos se vuelven contra nosotros mismos.” (LD 28)
Recordemos que no hay cambios duraderos sin cambios culturales, sin una maduración en la forma de vida fraterna y en la convicción de una sociedad inclusiva. No hay cambios culturales sin cambios en las personas. El Papa en Fratelli Tutti, nos recuerda que: “La esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna». Caminemos en esperanza.” (FT 55).
Por último, dejemos iluminar con la parábola del buen samaritano que nos muestra con “qué iniciativas se puede rehacer una comunidad a partir de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que se hacen prójimos y levantan y rehabilitan al caído, para que el bien sea común.” (FT 67)
Que el Espíritu Santo, ilumine nuestros corazones y nos conduzca a la unidad en la diversidad reconciliada, que San Antonio nos enseñe a compartir el pan con los hermanos y nos guie por el camino de la verdad, de la justicia y de la paz. Amen.
Mons. Fray Luis Antonio Scozzina OFM, obispo Orán