Miércoles 25 de diciembre de 2024

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Tedeum del 25 de Mayo

Homilía de monseñor Marcelo Julián Margni, obispo de Avellaneda-Lanús, en el tedeum interreligioso con motivo del 214º aniversario del primer gobierno patrio (Remedios de Escalada, 25 de mayo de 2024)

Queridos hermanos y hermanas:

Como miembros de un mismo pueblo, aunando nuestra diversidad de creencias y de pertenencias eclesiales o religiosas, nos reunimos en este día aniversario de nuestro primer gobierno patrio. Es un día que invita a celebrar, a agradecer, a honrar con nuestro reconocimiento. Es un día que invita a la memoria, esa lámpara indispensable de todo presente, y, precisamente por eso, también un día que también nos convoca, que nos pide reconocernos solidarios de una misma historia ?ni espectadores ni víctimas, sino protagonistas y autores, testigos y creadores de una historia compartida?, que nos llama a un compromiso renovado con los caminos de nuestra Patria.

A ninguno de nosotros se le oculta que nuestro país atraviesa un momento difícil. Cualquiera sea nuestra opción política y nuestro marco de valoraciones, somos conscientes de la gravedad del momento presente. Es precisamente ahora cuando más más necesitamos redescubrir el valor de la esperanza, y de una esperanza que no sea ilusión, consuelo pasajero, ensoñación que nos libra de asumir responsabilidades, sino como el ancla (Hb 6,19) que nos mantiene firmes, los pies en la tierra, la mirada fija en un horizonte capaz de orientar y dar sentido a nuestra común pertenencia a este pueblo y nuestra común responsabilidad con su historia.

Por eso, en este día, hemos escuchado el pasaje del Evangelio que conocemos como «bienaventuranzas» (Mt 5,1-10). Ocho exclamaciones de Jesús, todas encabezadas por una misma expresión: «Felices…, dichosos…, bienaventurados…», que han sido descritas como la «carta magna» de todo su mensaje. Son palabras dirigidas a la multitud (Mt 5,1), a quienquiera que lo escuche, a todos. No son un mensaje que quiere interpelar y tocar únicamente el corazón de quienes creemos en Cristo, sino el corazón de todos, el de cada ser humano, el de todo el pueblo.

Ocho palabras que hablan de una felicidad a contracorriente, a contramano de lo que fácilmente se hace pasar por felicidad en el mundo de ayer como en el de hoy.

Aquí, no se llama felices a quienes acumulan riquezas, se desviven por el poder, se encumbran y gritan desde sus privilegios, dan muestras de fuerza hasta someter con el miedo o la violencia, piensan que pueden pasar indiferentes ante la necesidad y el sufrimiento de otros… Aquí son llamados felices quienes eligen un camino de sencillez y pobreza, camino de mansedumbre que renuncia a toda forma de violencia y de misericordia que asume como propio el dolor del otro, camino de compromiso con la justicia, con el bien y la vida digna como Dios los entiende ?un compromiso tan agudo y abrasador como el hambre o la sed, y que aprende incluso a afrontar la adversidad, las contradicciones y hasta la calumnia y la persecución?, camino de conciencia limpia y manos artesanas de paz. Felicidad a contracorriente, paradójica, de una autenticidad desarmada que, sin embargo, hace temblar nuestras falsas seguridades, nuestras pretensiones desmedidas, nuestras valoraciones arrogantes con las que dividimos el mundo en merecedores y despreciables, «gente de bien» y «mala junta», gente de mérito y descartables.

Felicidad libre, verdaderamente libre, de quien no busca ni quiere privilegios a los que aferrarse con uñas y dientes, porque se sabe parte de una historia más grande, de un «nosotros» más grande que su «yo» pequeño y mezquino, de un pueblo que lo recibió cuando vino al mundo con las manos vacías, lo acunó, lo custodió, lo formó, y del que es ahora ?también él, también ella? responsable. Una libertad que se limite a ser ausencia de esclavitudes y límites no es todavía una libertad cabalmente humana. Es todavía una libertad incipiente, inmadura, que no se ha convertido en capacidad real de asumir compromisos, de buscar lo más grande, de crear junto con otros una historia. El ser humano no encuentra su propia libertad hasta que no encuentra al otro, hasta que no se hace libre junto con el otro, hasta que no se compromete con el otro.

Felicidad a contramano, fraterna, desarmada. Felicidad libre, verdaderamente libre. Felicidad fundada, arraigada, anclada en la esperanza. De esa felicidad habla Jesús, habla esta página del Evangelio que escuchamos hoy, en el 124 aniversario de nuestro primer gobierno patrio y en este momento histórico de nuestra Patria.

La esperanza -escribe el papa Francisco- «habla de una sed, de una aspiración, de un anhelo de plenitud, de vida lograda, de un querer tocar lo grande, lo que llena el corazón y eleva el espíritu hacia cosas grandes, como la verdad, la bondad y la belleza, la justicia y el amor. La esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna. Caminemos en esperanza» (Fratelli tutti, 52).

Que esta misma esperanza nos guíe hoy a nosotros y a nuestro pueblo.

Padre Obispo Maxi Margni, obispo de Avellaneda-Lanús