Textos bíblicos:
Sant 5,13-20 | Sal 1401-3.8 | Mc 10,13-16
1. Queridos hermanos: quisiera destacar el valor de este encuentro, y su profundo significado para nosotros. Lo hacemos cobijados y resguardados en nuestra Iglesia Catedral, lugar emblemático y testigo de tantas historias en la vida de quienes habitamos o pasamos por Santo Tomé. Se trata de nuestra casa. ¡Ojalá la sintamos como tal! Bajo su techo, reencontramos lo que en oportunidades olvidamos: nuestra dignidad de hijos de Dios, llamados a vivir como hermanos, convocados a construir un proyecto común. Se trata de nuestra vocación a ser nación, con todo lo que comporta este magnífico término, y a la vez, cultivar el don de ser una ciudad fraterna y solidaria, como nos recuerda a modo de canto silencioso, nuestra larga historia.
2. La ciudad toda y quienes hoy la representan, el rico entramado de sus instituciones, sus integrantes y quienes las dirigen, y el pueblo en general se reúne para invocar a Dios. Dar gracias por su asistencia en nuestra historia y, a la vez, invocarlo en este atrapante y desafiante presente en el que todos –con responsabilidades diversas- somos actores y protagonistas. Todo ello, está contenido en esta histórica ceremonia, llamada Te Deum. Celebrada por primera vez, en mayo de 1810, en la Catedral de Buenos Aires[1].
3. La Palabra de Dios que acabamos de escuchar nos ayuda y nos anima a caminar en esta dirección. Si alguien está afligido, que se ore. Si alguno está alegre, que cante salmos. Si alguno está enfermo…juntos, recen. (Cf. Sant 5,13-20). En esta expresión del apóstol Santiago, encontramos una fuerte exhortación a no soslayar la presencia de Dios en nuestra vida y en nuestro acontecer cotidiano. Por el contrario, a tenerlo siempre presente, a dejarnos confrontar por su Palabra, y a comprometernos a vivir un estilo de vida cuya ley no sea la de la selva, ni la del más astuto, sino la del amor. Ese amor magnánimo que con rostros diversos ennoblece la civilización humana y, la hace distante de lo que en muchas oportunidades podemos caer: la competencia, la envidia, la confrontación, la disputa y la pelea, la maldad, la instrumentalización del hermano, etc. que, por el contrario, degradan y embrutecen nuestra convivencia ciudadana. Esto sólo es posible, si a Dios y a su Palabra –más allá de los credos que tengamos- le damos verdaderamente un lugar consistente en nuestra vida y en nuestra ciudad. Un mundo o una sociedad sin Dios, dice la Sagrada Escritura, en el contexto de la crucifixión y de la muerte de Jesús: “El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra… y el velo del templo se rasgó por la mitad” (Lc 23,44-45). Es decir, comienza a desencadenarse un lamentable y aterrador suceder de hechos cuyo final, es que lo más sagrado –el hombre y su dignidad- se violenta y se quebranta.
4. Hoy celebramos la primera junta de gobierno surgida de la revolución de mayo. Teniendo como fondo esta emblemática y admirable gesta, como quien se deja interrogar por ella, bien podríamos preguntarnos en nuestro acontecer actual, ¿por dónde pasa o debería pasar hoy, la lucha y la revolución? Ciertamente no se juega en una guerra y menos aún, en la violencia de las armas –o de las palabras-. Sí, debemos ofrecer una denodada lucha, en primer lugar, con nosotros mismos. Sobre todo, con aquellos bajos instintos que habitan en todo corazón humano: nuestros “egoísmos” individuales o colectivos. Todo ello, nace del interior de nuestro corazón. Debemos ser conscientes, con el fin de ayudarnos los unos a los otros a no claudicar en esta colosal batalla. Se trata quizás de la lucha más dura, de la más difícil y la más larga.
5. En segundo lugar, quizás como consecuencia de lo referido en el parágrafo anterior, debemos dar una importante batalla, con el fin de recuperar nuestra dignidad de hermanos, más allá de nuestras diferencias y divergencias. Con mucha sabiduría lo cantaba el recordado Padre Julián Zini “para salvarse, hay que juntarse y arremangarse”. Las reducciones jesuíticas de las que somos herederos, certifican con creces que esto es posible, y que vale la pena luchar por ello. Lafraternidad, es ese piso superior que posibilita trascender ese círculo vicioso que genera la natural confrontación, con el fin de encontrarnos, de dialogar, de fortalecernos y así, buscar lo mejor para nuestra ciudad y por tanto, para nuestra querida patria[2].
6. Este marco fraterno, es la mística que posibilita que toda la formación se mantenga bien unida y, con el ánimo suficiente para dar batalla contra todo aquello que quiera amenazar la dignidad de las personas de nuestro pueblo. Sólo así, podremos dar una importante lucha con el fin de lograr un crecimiento económico sustentable y la generación de un empleo digno. Sólo así, podremos dar un golpe decisivo, con el fin de lograr que cada institución cumpla con responsabilidad su cometido, y así, alcanzar una sociedad con igualdad de oportunidades para todos. Sólo así, podremos dar pelea, para reducir y llegar a erradicar entre nosotros, la dolorosa realidad de la indigencia y de la pobreza –con todas las consecuencias que ellas conllevan-. Sólo así, podremos encontrar estrategias comunes para hacer frente a las consecuencias del cambio climático desatado entre nosotros. Sólo así, podremos dar una significativa batalla al gigante flagelo de las adicciones –en cualquiera de sus manifestaciones- que merodea entre nosotros y desbasta la vida de tantos adolescentes, jóvenes, adultos y, la de sus familias. Solo así conseguiremos mantenernos fieles en tantas la luchas que debemos afrontar para de este modo, lograr entre nosotros actualizar aquella emblemática gesta de mayo de 1810.
7. El Evangelio que acabamos de escuchar manifiesta que la gran revolución, pasa por recuperar en nosotros, la estatura humana y moral de los niños. Resulta muy llamativo –hasta provocativo- que Jesús, que como nadie conoce el entramado del corazón humano, tenga la intención expresa de poner al niño como ícono de un ideal a seguir y a alcanzar, en toda comunidad humana.
8. El niño nos habla de simplicidad. Esa simplicidad entendida como grandeza de espíritu y pureza de corazón. En ellos no encontramos esa doble intención que muchas veces habita en el mundo de los adultos, donde por un lado u otro, encontramos las excusas -incluso razonables-, para dar riendas sueltas a nuestros egoísmos. En el niño encontramos la capacidad de sorpresa. No hay para ellos una alegría más grande que, recibir el diario y afectuoso abrazo de su padre o de su madre, el jugar con sus amigos e imaginar historias, armadas a partir de cosas cotidianas que terminan por dibujar en ellos, una sonrisa en sus rostros. Los adultos hemos perdido esa capacidad de sorprendernos de las cosas de siempre. El mundo del consumo y de la técnica, si bien nos abrió muchas oportunidades, ha terminado por achicar nuestros horizontes y robarnos la capacidad del asombro de lo cotidiano: la vida, la salud, la familia, los hijos, los amigos, la paz, el gesto de servicio y de generosidad, etc. El niño en tiempo de Jesús no contaba ni se contabilizaba. Era nadie. Esto me lleva a pensar en miles de historias y de vidas, que aparentemente no cuentan y que jamás tendrán publicidad y que, heroicamente hacen patria allí donde se encuentran, entregando sus vidas y ofreciendo su trabajo. En la mayoría de los casos incluso, sin ser lo suficientemente reconocidos ni remunerados de modo digno. Se trata del valor del trabajo oculto. Recuerdo como en tiempos de pandemia, irrumpió ese ejército silencioso que todos hemos denominado como, los “esenciales”. Se trata de aquellos gigantes que, nadie sabía de ellos, pero que, sin ellos, el mundo no se mueve, ni menos aún, viviría.
9 La celebración que juntos estamos realizando, compone un cuadro precioso. Confronta y pone en diálogo lo que sucedió con sus protagonistas en aquel mayo de 1810, y lo que está sucediendo en este tiempo, con los actores ayer y con nosotros, los protagonistas de hoy. Que Dios bendiga a todo el pueblo argentino. Que nos ayude -en la responsabilidad que nos ha tocado- a poner lo mejor de nosotros mismos, a dar lucha y batalla, para el bien de nuestra ciudad y de nuestra patria. Que así sea.
Mons. Gustavo Montini, obispo de Santo Tomé
Notas:
[1]https://es.wikipedia.org/wiki/Te_Deum_(Argentina)#:~:text=El%20Te%20Deum%20es%20una,Catedral%20metropolitana%20de%20Buenos%20Aires. La Primera Junta de Gobierno, surgida en la Revolución de Mayo, ordenó, entre sus primeras medidas, realizar un Te Deum en homenaje a su nacimiento, lo cual fue cumplido por el sacerdote Diego Estanislao Zavaleta el 30 de mayo de 1810 en la catedral de Buenos Aires.
[2] Obispos de la Región Pastoral NEA, Construyamos juntos la fraternidad, Santo Tomé, febrero 2024, nº 24: “Jesús no anula los tiempos difíciles. Tampoco los hace fáciles. Simplemente los convierte en oportunidad. Hace que en ellos se manifieste el Padre y nos invita a asumirlos en la esperanza que nace de la cruz”, son palabras del recientemente beatificado cardenal Eduardo Pironio. Para nosotros, esa esperanza tiene un rostro: Jesús de Nazareth. Él no se desentiende de nuestras luchas y anhelos; los hace suyos y, caminando con nosotros, nos ayuda a ser artesanos de fraternidad. Es la gran esperanza que queremos compartir.