Muy queridos hermanos sacerdotes, hoy queremos hacer memoria agradecida del día feliz, de nuestra propia ordenación sacerdotal. Ese día fuimos ungidos en Cristo con el óleo de la alegría y se nos invitó a hacernos cargo de este gran regalo, que es la alegría sacerdotal. Dicha alegría no se encierra en nosotros, sino que se abre al pueblo de Dios, a la gente, a los más pobres, a los sufrientes, a los desalentados, a los desilusionados. En fín, a los que no tienen alegría, a los que perdieron la esperanza.
La alegría es expansiva, comunicativa, no queda encerrada en sí misma. Se convierte en misión.
La alegría del sacerdote, es decir nuestra propia alegría, no solamente es algo para nosotros sino, que es para regalar. Por eso el sacerdote es “ungido para ungir” (Francisco – Crismal 2014)
“Alegres en la esperanza” (Rm. 12, 12)
La raíz de la alegría sacerdotal es el amor, que a su vez se alimenta de la esperanza y fructifica en la paz. ¡Que bueno que seamos sacerdotes transfigurados por la esperanza y habitados por la paz!
El sacerdote cuyo rostro ha sido transformado por la alegría y la esperanza es aquel que tiene “los ojos fijos en Jesús” (Hb. 12, 2). El que nos transforma es Jesús, el ungido, con el óleo de la alegría.
“Me gusta pensar la alegría contemplando a Nuestra Señora, María, la madre del Evangelio viviente, que es manantial de alegría para los pequeños”. (Francisco - EG. 288)
El misterio del ser sacerdotal nos hace tomar conciencia que la grandeza del don que nos es dado para servir nos relega entre los más pequeños de los hombres.
“El sacerdote es el más pobre de los hombres si Jesús no lo enriquece con su pobreza, el más inútil siervo si Jesús no lo llama amigo, el más necio de los hombres si Jesús no lo instruye pacientemente como a Pedro, el más indefenso de los cristianos si el Buen Pastor no lo fortalece en medio del rebaño. Nadie más pequeño que un sacerdote dejado a sus propias fuerzas; por eso nuestra oración protectora contra toda insidia del Maligno es la oración de nuestra Madre: soy sacerdote porque “Él miró con bondad mi pequeñez” (cf. Lc. 1, 48). Y desde esa pequeñez surge nuestra alegría. ¡Alegría en nuestra pequeñez!” (Francisco – Misa Crismal 17/4/2014)
La alegría sacerdotal es la que brota de nuestra unión con Jesús, que penetra en lo más íntimo de nuestro corazón, y nos identifica con El, y hace posible el seguimiento y la entrega.
Ya dijimos que se trata de una alegría misionera que se abre, que se expande, que quiere llegar a los más lejanos.
Es la alegría del don, que es fuente incesante de alegría, una alegría incorruptible.
La alegría sacerdotal, se hermana a la fidelidad, tal como lo testimonia el beato Cardenal Eduardo Pironio.
Francisco, a su vez, destaca que se trata de una alegría custodiada por el propio rebaño, por la gente, que siempre nos pide la bendición.
Finalmente, una alegría custodiada por tres hermanas que la rodean, cuidan y defienden: la hermana pobreza, la hermana fidelidad y la hermana obediencia.
No podemos olvidar que en nuestro Sínodo Diocesano, los encuentros, las celebraciones estuvieron marcadas por la alegría, que confirmaba nuestro caminar juntos, nuestro buscar juntos. Sentimos que estas cosas venían de Dios, del primer sinodal, que es el Espíritu Santo.
Quisiera terminar con estas palabras de nuestro beato el Cardenal Eduardo Pironio cuando nos habla de “la alegría de la fidelidad”:
“Es la alegría, serena y honrada, del sacerdote que ha vivido siempre en la pobreza, la contemplación y la disponibilidad de María, la humilde servidora del Señor”.(Card. Pironio - “A los sacerdotes”).
“¡Que bien hace en la Iglesia un sacerdote que irradia serenidad interior, alegría pascual y esperanza inconmovible!” (Id.).
El sacerdote por ser hombre de la esperanza, transfigurado por la alegría, asume la esperanza de la gente, la hace suya y todos los días la presenta a Dios dialogando con El.
Pido para ustedes y para mí un corazón de pastor capaz de asumir el dolor y la frustración de nuestro pueblo, pero también sus alegrías y sus logros; un corazón que asume su esperanza y acompaña su fe; un corazón misericordioso que abraza con ternura toda miseria, latiendo al unísono con el corazón de Jesús.
Virgen del Buen Viaje, Señora del camino, Madre de la Iglesia que peregrina en Morón, Hurlingham e Ituzaingo abrázanos con ternura para que juntos sigamos abriendo “los caminos de la nueva Evangelización, marcada por la alegría” (EG. 1).
Mons. Jorge Vázquez, obispo de Morón