Viernes 15 de noviembre de 2024

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"El Espíritu del Señor está sobre mí" (Is 61,1; Lc 4,18)

Homilía de monseñor Gabriel Mestre, arzobispo de La Plata, durante la Misa Crismal (Iglesia catedral, 27 de marzo de 2024)

Queridas hermanas y queridos hermanos.
De manera particular queridos presbíteros:

En la alegría del Evangelio celebramos hoy la Misa Crismal. La primera que presido como arzobispo de La Plata. Me dirijo a todo el Pueblo de Dios, pero, de modo particular a los queridos presbíteros que hoy renovarán sus promesas sacerdotales. Teniendo presente el sentido y los signos de esta celebración, propongo tres breves puntos para reflexionar sintetizados en tres palabras: gracias, crisma, oración.

1. Acción de gracias
2. Renovar el crisma
3. Animadores de la oración de nuestro Pueblo

1. Acción de gracias
En esta Eucaristía, acción de gracias por excelencia, ya estamos pregustando el Jueves Santo. Miramos con espíritu agradecido la condescendencia de Dios que se hace presente en medio de su Pueblo como Pan Vivo bajado del Cielo. Damos gracias por el don del sacerdocio ministerial que sin merecer hemos recibido para alimentar a nuestro Pueblo. Alimentarlo con la presencia sacramental del Señor que da la gracia necesaria para poder vivir el mandamiento del amor en las diversas circunstancias de la vida a lo largo del tiempo.

Ya han pasado más de seis meses que asumí como arzobispo y he recorrido muchas comunidades en contexto de acción de gracias: celebrando la Eucaristía y compartiendo diversos momentos con personas, familias y grupos. En muchos casos he podido percibir con gran alegría la acción de gracias de nuestro Pueblo por la entrega y el servicio de sus sacerdotes. Realmente me reconforta escuchar de parte de laicos y consagrados el agradecimiento a sus pastores. Por eso, le doy gracias a Dios y a cada uno de ustedes, queridos sacerdotes, por su pastoreo fiel a imagen de Jesús. Gracias por su entrega generosa día a día, a veces en circunstancias adversas, con incomprensiones y con fragilidad en la salud, con cruces y frustraciones que pueden venir de diversos ámbitos. Gracias por entregarse en la evangelización y la catequesis; gracias por santificar a nuestro Pueblo con los sacramentos; gracias por los servicios caritativos y de misericordia en parroquias, capillas, escuelas, cárceles y distintos ámbitos de la vida. Agradezco especialmente a los presbíteros que están a cargo de diversas áreas arquidiocesanas. No siempre es fácil animar y sostener las tareas de toda la comunidad, por eso: ¡gracias de corazón! Contemplando la vida de muchos de ustedes no puedo decir más que, orgulloso de ser su padre y pastor:

¡Gracias, gracias, muchas gracias, queridos presbíteros!

Dentro de unos instantes, en la renovación de sus promesas, una de las preguntas volverá a conectar sus vidas con la Eucaristía, con la acción de gracias perfecta:

¿Quieren ser fieles administradores de los misterios de Dios en la celebración eucarística y en las demás acciones litúrgicas, y cumplir fielmente el sagrado deber de enseñar, imitando a Cristo, Cabeza y Pastor, movidos, no por la codicia de los bienes terrenos, sino sólo por el amor a las almas? ¡Queridos sacerdotes que puedan seguir siendo profundamente eucarísticos, que siempre vivan en acción de gracias a Dios, muchas gracias por su entrega pastoral! ¡Muchas gracias por ser colaboradores directos del arzobispo en el pastoreo de toda nuestra Iglesia Particular de La Plata!

2. Renovar el crisma
Jesús en el Evangelio, retomando la intervención profética de la primera lectura, se nos define como el consagrado por la unción (cf. Is 61,1; Lc 4,18). La raíz griega crió, ungir, termina transformándose en nombre propio del Salvador del mundo: cristós, el Mesías, el Ungido. De aquí que crisma se deriva de Cristo y adquiere su profundo sentido desde Cristo. El santo crisma nos consagra en el Bautismo y la Confirmación y, a los pastores del Pueblo, de modo eminente en la ordenación ministerial. Tal es la importancia del crisma que, esta misma Misa que estamos celebrando, recibe el título de Misa crismal. Dentro de unos instantes voy a consagrar con ustedes el santo crisma para santificar nuestro Pueblo.

En este contexto, queridos hijos y hermanos, les propongo y les pido que puedan renovar en sus vidas el santo crisma que los ha consagrado presbíteros. En un tiempo en el que percibimos que las cosas se complejizan, en el mundo, la Iglesia y nuestro propio país, el Señor nos vuelve a invitar a renovar nuestro sí a Dios para el servicio a los hermanos, en cada una de nuestras tareas, en cada uno de nuestros ambientes. El Señor me ha ungido decimos con el profeta; el Señor me ha consagrado por la unción decimos con Jesucristo. Como ministros de Dios, el santo crisma ha tocado nuestras manos el día de la ordenación presbiteral mientras el obispo nos decía: Jesucristo, el Señor, a quien el Padre ungió con la fuerza del Espíritu Santo, te auxilie para santificar al pueblo cristiano y para ofrecer a Dios el sacrificio. Somos crismados para crismar… Somos consagrados para consagrar nuestro Pueblo a Dios. De alguna manera, somos cristificados para cristificar. ¡Ese es el sentido de nuestra vida y de nuestra vocación!

Llevemos nuestra mente y nuestro corazón al día de la ordenación. Con más o menos años de servicio a Dios, con el peso de la vida y de la historia, hoy podemos renovar existencialmente el crisma que nos santificó dejando cristificar nuestra vida. Lo hacemos juntos en esta Eucaristía, ante el Pueblo y el arzobispo, sostenidos por la gracia de Dios y con la alegría de haber sido llamados para ser pastores en nombre de Cristo.

3. Animadores de la oración de nuestro Pueblo
Nos estamos preparando para el Jubileo del año 2025. El Papa Francisco ha propuesto que este año previo esté marcado por el tema de la oración. La oración es vital para nuestra existencia de pastores. En primer lugar, por nuestro vínculo con Dios en la vida de oración cotidiana. Este año también nosotros, preparándonos para el Jubileo cristológico, debemos revisar y acrecentar nuestra vida de oración. El hecho de haber recibido el orden no implica que seamos hombres de oración. Tenemos que volver a la fuente inagotable de la presencia de Dios en la oración una y mil veces a lo largo de nuestra vida. ¡Qué seamos pastores que siempre disfrutemos de nuestros encuentros con el Señor en la oración!

En segundo lugar, la oración toca nuestro servicio ministerial de lleno, en cuanto que tenemos que animar a nuestro Pueblo para que siempre se abra a Dios en la belleza de la oración. En medio del secularismo en el que nos encontramos, existe también una fuerte corriente de búsqueda espiritual, hallamos hambre de Dios que reclama de nosotros, pastores en nombre de Cristo, que seamos verdaderos pedagogos de oración. ¡Qué como pastores, enseñemos a nuestro querido Pueblo a orar, a buscar siempre entrar en intimidad con Dios en la vida de oración!

El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda, apropiándose de una reflexión de San Agustín: …Jesús tiene sed, su petición llega desde las profundidades de Dios que nos desea. La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él (núm. 2560). Queridos presbíteros, que este año de preparación al Jubileo, podamos volver siempre a la experiencia de la oración como encuentro de nuestra sed con la sed de Dios. Que podamos acompañar y animar a nuestro Pueblo para que cada persona se abra de corazón al misterio insondable del Dios vivo que resplandece en el encuentro de la oración.

Para concluir
Es el primer año que celebramos la Misa Crismal con la gracia de la beatificación del Cardenal Eduardo Francisco Pironio. Muchos de nosotros hemos sido nutridos por sus reflexiones sacerdotales. Muchos de nosotros seguiremos creciendo en el servicio ministerial a la luz de su legado pastoral y espiritual. Comparto, para terminar, un texto del nuevo beato. Unas líneas donde nos ilumina, en clave pascual, para que podamos seguir madurando en nuestro ser y quehacer pastoral como ministros ordenados:

La caridad pastoral nace en el silencio, madura en la cruz, se expresa en la alegría pascual. La verdadera fuente de la caridad pastoral es Cristo, el buen pastor, quien a través de la acción transformadora de su Espíritu de amor nos va configurando consigo mismo, nos transmite sus propios sentimientos de perfecta obediencia al Padre, de serena inmolación en la cruz y de alegre y fecunda donación a los hombres. Hace falta ser contemplativos y saborear en silencio la cruz para tener un alma serena y grande de buen pastor (Queremos ver a Jesús, pág. 204).

Mons. Gabriel Mestre, arzobispo de La Plata