Jueves 26 de diciembre de 2024

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Año Pastoral Arquidiocesano

Homilía de monseñor Andrés Stanovnik, arzobispo de Corrientes, en la misa del Año Pastoral Arquidiocesano (Basílica de Itatí, 25 de febrero de 2024)

Aquí estamos de nuevo, Tierna Madre de Itatí, tus hijos, peregrinos y devotos, para expresarte nuestro amor, poner en tus manos el Año Pastoral Arquidiocesano, y suplicarte que nos acompañes, nos muestres el camino para encontrarnos con tu Divino Hijo Jesús, y nos animes y sostengas en la misión. Así como estamos abiertos y expectantes a la preparación y celebración de la segunda fase del Sínodo sobre la Sinodalidad, que se llevará a cabo el próximo mes de octubre en Roma, también nos estamos preparando para celebrar nuestra Segunda Asamblea Diocesana, Dios mediante, en la segunda mitad de este año, inspirados en el lema: “Iglesia Sinodal, escucha, discierne y misiona”. 

Recordemos también que el papa Francisco inauguró el mes pasado el Año de la Oración, "un año dedicado a redescubrir el gran valor y absoluta necesidad de la oración", en la vida personal, en la vida de la Iglesia y la oración en el mundo. Por eso, para nuestro inicio del Año pastoral, destacamos la oración y decimos: “Iglesia orante, escucha, discierne y misiona”, también para insistir, a tiempo y a destiempo, en la necesidad indispensable de la oración si queremos escuchar de veras a Dios y a los hermanos; discernir juntos lo que Dios quiere hoy para nosotros, y misionar descubriéndonos enviados y no proyectados individualmente y por cuenta propia. 

Además, en este contexto eclesial, declaramos el año 2024 como un Año Vocacional, cuya finalidad es doble: por una parte, ayudarnos a tomar conciencia de la dignidad que tenemos como hijos e hijas de Dios por el Bautismo, llamados, “vocacionados”, a vivir como cristianos; y, por otra parte, a preguntarnos cuál es el servicio al que Jesús nos llama a prestar en la comunidad. Una particular insistencia estará puesta en el llamado que están recibiendo los jóvenes para discernir su vocación al matrimonio cristiano, al ministerio sacerdotal, o a la vida consagrada. También en este camino estamos ante el desafío de ser una Iglesia sinodal que escucha, discierne y misiona. Vayamos ahora a la Palabra de Dios, que siempre es luz que ilumina nuestro caminar creyente. 

La primera lectura que escuchamos del libro del Génesis (cf. 22, 1-2.9-13. 15-18) se abre con una llamada de Dios a Abraham: “¡Abraham!”, le dijo. Él le respondió “Aquí estoy”, y luego, a lo largo de toda su vida mantuvo firme su total disponibilidad, aun cuando estuvo ante el tremendo desafío de sacrificar a su hijo Isaac. Por eso se lo llama Padre de la fe. También nosotros, al iniciar al año pastoral, renovamos nuestra total disponibilidad y, con las palabras de Abraham decimos: Aquí estoy. Aquí estoy para escuchar a Dios y a los hermanos, aquí estoy para discernir juntos lo que Dios quiere hoy para nuestra Iglesia, aquí estoy para anunciar con mi vida y con mis palabras la Buena Noticia de Jesús. Entonces, tengamos la certeza de que también sobre nosotros caerá una lluvia de gracia, tal como Dios prometió a Abraham: “Yo te colmaré de bendiciones y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar”.

El Evangelio de hoy (cf. Mc 9, 2-10), Segundo Domingo de Cuaresma camino hacia la Pascua, nos llena de esperanza, como a aquellos tres discípulos que Jesús invita a un monte elevado y allí se transfigura en presencia de ellos. La emoción que los embarga es tan intensa que quieren quedarse con Él en ese lugar apartado. La experiencia les dura poco, pero es suficiente para sostenerlos en el duro camino de seguir a Jesús, ahora con la consigna que les confirmó a quién debían escuchar: “Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: “Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo”. Ese pequeño grupo de tres discípulos recibieron la contraseña que los identificaría para siempre como comunidad sinodal, cuya primera actitud es escuchar juntos a Jesús. También nosotros fuimos invitados a subir a este monte elevado de la devoción, que es el santuario de nuestra Madre, para recordar que lo primero a lo que debemos volver siempre es a escuchar la Palabra de Dios en la intimidad personal, para luego ir a la comunidad para discernirla juntos y acordar las pautas que orienten nuestro accionar misionero. 

En la segunda lectura (cf. Rm 8, 31b-34), San Pablo responde con mucha emoción que nadie ni nada puede separarnos del amor de Dios, que se ha manifestado en Cristo Jesús. Así como a los discípulos de Jesús la fuerte experiencia del Amor de Dios en aquel monte elevado los fortaleció para poder atravesar con Él los momentos dramáticos de su pasión y muerte, así también a los creyentes que se dejan transformar por ese Amor, transitan serenos y confiados en medio de las dificultades y contratiempos con los que se encuentran a diario. Ellos, pacientes y fieles, caminando en presencia del Señor, como respondíamos al Salmo, son depositarios de aquella promesa que les asegura toda clase de favores que les vienen de su fidelidad a Jesús, tal como nos asegura San Pablo. En ese espíritu, caminemos confiados, con paciencia y perseverancia, renovando nuestro amor a Jesús y encomendándonos a nuestra Madre en la preparación de la II Asamblea Diocesana. Tierna Madre de Itatí, ruega por nosotros. Amén. 

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap, arzobispo de Corrientes