Miércoles 25 de diciembre de 2024

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Año de la Eucaristía, de la Comunión, de la Reconciliación y del Padrenuestro

Carta pastoral de monseñor Mario Antonio Cargnello, arzobispo de Salta (14 de febrero de 2024)

A los sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas,
a las comunidades parroquiales, de la vicarías y capillas,
a los miembros de los Organismos pastorales , Instituciones y Movimientos
a las Comunidades Educativas Católicas,
a los fieles todos del Pueblo de Dios que peregrina en Salta

¡Mi saludo fraterno y cordial en el Señor Jesucristo del Milagro y en su Madre bendita!

Nos encaminamos hacia la Celebración del Jubileo del año 2025 que nos ha de reunir a todos los hijos de la Iglesia bajo el lema: “Testigos de la esperanza”.

El Papa Francisco nos ofrece el marco de nuestro peregrinar invitándonos a vivir en nuestras Iglesias particulares la dimensión sinodal de la Iglesia, comprometiendo a todos los cristianos a “caminar juntos” buscando ser un pueblo que tiene conciencia de ser un misterio de comunión misionera. Nos ilumina el Sínodo de la Sinodalidad, cuya culminación será en octubre de 2024.

Este año fue anunciado por el Santo Padre como año de oración. Afirmaba el Papa: «debe acompañar la oración a la lectura de la Sagrada Escritura para que se entable diálogo entre Dios y el hombre» (Dei Verbum, 25). No olvidemos las dos dimensiones constitutivas de la oración cristiana: la escucha de la Palabra y la adoración del Señor. Hagamos espacio a la Palabra de Jesús, a la Palabra de Jesús orada, y sucederá para nosotros lo mismo que a los primeros discípulos.”. Al día siguiente, Mons. Rino Fisichella decía: El año Santo es un acontecimiento espiritual, por lo tanto, ha de ser preparado por la oración…“para recuperar el deseo de estar en la presencia del Señor, de escucharlo y adorarlo”…

En ese marco, en comunión con toda la Iglesia, nuestra Arquidiócesis de Salta celebra el 50° aniversario del Congreso Eucarístico Nacional, que se realizó en Salta entre los días 6 y 13 de octubre de 1974 inspirado en el lema “Reconciliación en Cristo” y el 150° aniversario de la fundación del hoy Seminario Metropolitano “San Buenaventura”.

Bajo este contexto es que en este 2024 estamos celebrando el “Año de la Eucaristía, de la Comunión, de la Reconciliación y del Padre Nuestro”.

Permítanme compartir algunas breves reflexiones sobre algunas realidades que, vinculadas profundamente con la Eucaristía, nos interpelarán a lo largo de este tiempo, ayudándonos a recorrer el camino de los discípulos del Señor. Las mismas no agotan la riqueza del Misterio Eucarístico. Queda en manos de los señores presbíteros profundizar y enriquecerlas con la oración , la reflexión y la vivencia junto al Pueblo de Dios encomendado.

I. LA EUCARISTÍA, EXPRESIÓN PERFECTA DEL AMOR DE DIOS, FUNDAMENTO DE NUESTRA FE Y EXISTENCIA CRISTIANA

La Eucaristía nos entrega a Dios que se da en su totalidad a Su Iglesia, a cada uno de nosotros, a toda la humanidad, puesto que “Él quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4).

“Sacramento de la caridad, la Santísima Eucaristía es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre. En este admirable Sacramento se manifiesta el amor “más grande”, aquél que impulsa a “dar la vida por los propios amigos” (cfr. Jn 15,13). En efecto, Jesús “los amó hasta el extremo” (Jn 13,1)[1].

Este amor total tiene una expresión privilegiada en el ofrecimiento de la verdad. Cristo entrega al hombre la verdad sobre el hombre y alimenta su vida para que viva la verdad de su identidad y de su destino. “Jesucristo es la Verdad en persona que atrae al mundo hacia sí. Jesús es la estrella polar de la libertad humana: sin él pierde su orientación, puesto que, sin el conocimiento de la verdad, la libertad se desnaturaliza, se aísla y se reduce a arbitrio estéril. Con él, la libertad se reencuentra. En particular, Jesús nos enseña en el sacramento de la Eucaristía, la verdad del amor que es la esencia misma de Dios”[2].

En la Eucaristía, por lo tanto, nos consolidamos en el fundamento de nuestra fe que es el amor que Dios tiene por cada uno de nosotros; “Él nos amó primero” y la fuerza para vivir nuestra vida diaria como auténticos hijos de Dios que reconocen su propia existencia como respuesta libre y generosa a ese amor.

II. LA EUCARISTÍA Y LA INICIACIÓN CRISTIANA

En nuestra Arquidiócesis estamos recorriendo un camino, ya largo, que nos debe llevar a asumir, como Iglesia particular, el itinerario de la Iniciación a la vida cristiana propuesto por la 5ª Conferencia Episcopal Latinoamericana (Aparecida, 2007). Se trata de una propuesta que la Iglesia en el Continente presenta frente a la descristianización de nuestros fieles, inspirándose en el estilo catecumenal de la Iglesia de los primeros siglos. El desafío asumido es el siguiente: “O educamos en la fe, poniendo realmente en contacto con Jesucristo e invitando a su seguimiento, o no cumpliremos nuestra misión evangelizadora”[3].

Esta propuesta fue entregada para la Iglesia en todo el mundo por el Papa Francisco: “Una catequesis que pretende ser fecunda y en armonía con toda la vida cristiana encuentra su savia en la liturgia y en los sacramentos. La iniciación cristiana requiere que en nuestras comunidades se active cada vez más un camino catequético que nos ayude a experimentar el encuentro con el Señor, el crecimiento en su conocimiento y el amor por su seguimiento. La mistagogia ofrece una oportunidad muy importante para recorrer este camino con valor y determinación, favoreciendo el abandono de una fase estéril de la catequesis, que a menudo aleja sobre todo a nuestros jóvenes, porque no encuentran la frescura de la propuesta cristiana y la incidencia en su vida. El misterio que celebra la Iglesia encuentra su expresión más bella y coherente en la liturgia. No olvidemos en nuestra catequesis la contemporaneidad de Cristo.” [4].

El Papa Benedicto XVI enseñaba lo siguiente: Puesto que la Eucaristía es verdaderamente fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia, el camino de iniciación cristiana tiene como punto de referencia la posibilidad de acceder a este sacramento… debemos preguntarnos si en nuestras comunidades cristianas se percibe de manera suficiente el estrecho vínculo que hay entre el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía… Esto requiere el esfuerzo de favorecer en la acción pastoral una comprensión más unitaria del proceso de iniciación cristiana… Se ha de tener presente que toda la iniciación cristiana es un camino de conversión que se debe recorrer con la ayuda de Dios y en constante referencia a la comunidad eclesial… teniendo en cuenta que en la acción pastoral se tiene que asociar siempre la familia cristiana al itinerario de iniciación. Recibir el Bautismo, la Confirmación y acercarse por primera vez a la Eucaristía, son momentos decisivos no sólo para la persona que los recibe, sino también para toda la familia[5]

III. LA EUCARISTÍA Y LA ORACIÓN

Jesús oraba; los evangelios nos lo muestran dedicando mucho tiempo al encuentro con el Padre. Él enseñó a orar a sus discípulos, les dijo qué debían pedir, y cuáles habían de ser las condiciones espirituales para rezar, si de verdad querían orar al Padre en su nombre. Siguiendo sus enseñanzas, la Iglesia, desde su nacimiento, se revela como una comunidad orante: “Todos perseveraban unánimes en la oración” (Hch 1,14). Por eso puede decirse que la vocación cristiana es una vocación a la oración. San Pablo VI enseñaba: “¿Qué hace la Iglesia? ¿Para qué sirve la Iglesia? ¿Cuál es su manifestación característica?... La oración. La Iglesia es una sociedad de oración. La Iglesia es la humanidad que ha encontrado, por medio de Cristo único y sumo Sacerdote, el modo auténtico de orar” (3 de noviembre de 1978).

La oración es conversación familiar y unión con Dios. Decía Santa Teresa que la oración es “tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama” (Vida 8,5). La oración es inmersión familiar en la Trinidad divina. Oramos al Padre en Cristo, por el Espíritu. Debemos aprender a orar. La Iglesia es maestra de oración en su liturgia y en el testimonio de los grandes orantes, los santos. Pero es sobre todo en la Celebración Eucarística el lugar y el momento en el que alcanza su plenitud la oración cristiana. Allí, desde lo profundo de nuestro interior y en comunión con toda la Iglesia, se expresan las dimensiones fundamentales de la oración bíblica: la petición, la alabanza y la acción de gracias. Con la Iglesia pedimos por todos los hombres, por los vivos y por los difuntos, alabamos al Señor y le damos gracias. En el clima de acción de gracias se renueva la Pascua del Señor que se nos da en la comunión eucarística.

En la Eucaristía el Padre Nuestro tiene un lugar especial. El Padre Nuestro nos fue entregado el día de nuestro bautismo. El Señor nos lo entregó como su oración, por eso, finalizando la Plegaria Eucarística es introducido para ser rezado por todos, siguiendo las enseñanzas de Jesús, bajo el impulso del Espíritu. Hemos de convertirlo en nuestra oración por excelencia.

Enseña el Papa Francisco: “La misa es oración, de hecho, es la oración por excelencia, la más alta, la más sublime, y al mismo tiempo la más «concreta». Porque es el encuentro de amor con Dios a través de su Palabra y del Cuerpo y la Sangre de Jesús. Es un encuentro con el Señor”. (15 de noviembre de 2017)

IV. LA EUCARISTÍA Y LA COMUNIÓN

La Eucaristía es la fuente de la comunión eclesial y personal. En el banquete eucarístico recibimos el pan del Palabra y el Pan de la Eucaristía. Allí alimentamos la comunión con Dios y con los hermanos. La Eucaristía dominical es el gran momento de la comunión de la Iglesia, en la diócesis y en las parroquias. Esta comunión nace en el misterio de Dios, se realiza y entrega en la Iglesia, se traduce en el caminar juntos en la fe y en la caridad que nos impulsa a la misión y al servicio a los hermanos.

A. Desde la comunión trinitaria
Cada celebración de la eucaristía es un rayo de ese sol sin ocaso que es Jesús resucitado. “Participar en la misa, en particular el domingo, significa entrar en la victoria del Resucitado, ser iluminados por su luz, calentados por su calor. A través de la celebración eucarística el Espíritu Santo nos hace partícipes de la vida divina que es capaz de transfigurar todo nuestro ser mortal. Y en su paso de la muerte a la vida, del tiempo a la eternidad, el Señor Jesús nos arrastra también a nosotros con Él para hacer la Pascua. En la misa se hace Pascua. Nosotros, en la misa, estamos con Jesús, muerto y resucitado y Él nos lleva adelante, a la vida eterna. En la misa nos unimos a Él. Es más, Cristo vive en nosotros y nosotros vivimos en Él: «Yo estoy crucificado con Cristo -dice san Pablo- y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (Gálatas 2, 19-20). Así pensaba Pablo”[6].

La comunión brota de la misma Trinidad que genera la unidad interior en cada uno de nosotros y desde allí se desborda sumergiéndonos en el misterio de la unidad de la Iglesia. “Dios es comunión perfecta de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Ya en la creación, el hombre fue llamado a compartir en cierta medida el aliento vital de Dios. Pero es en Cristo, muerto y resucitado, y en la efusión del Espíritu Santo, que se nos da sin medida, donde nos convertimos en verdaderos partícipes de la intimidad divina”[7].

B. En la comunión eclesial
Al rezar el Credo profesamos: “Creo en la Iglesia que es una, santa, católica y apostólica”. Se trata de cuatro atributos inseparables entre sí, que indican rasgos esenciales de la Iglesia y de su misión. Son dones de Dios que la llaman a ejercitar cada una de estas cualidades.

La Iglesia es una por su origen: “la unidad de un solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu Santo en la Trinidad de personas”[8]. Es una por su fundador: Cristo. Es una por su “alma”, el Espíritu Santo. Pertenece a la esencia misma de la Iglesia ser una. El Concilio Vaticano II afirma , que, “la Iglesia es, en Cristo, como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano”[9]. Obra de Dios Uno y Trino, la Iglesia “aparece como un pueblo reunido en virtud de la unidad de Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”[10]. La Iglesia es depositaria y distribuidora de la acción redentora de Cristo. “La obra de la Redención se efectúa cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio de la cruz, por medio del cual Cristo, que es nuestra Pascua, ha sido inmolado” (1Cor 5,7). Y, al mismo tiempo, la unidad de los fieles, que constituyen un solo cuerpo en Cristo, está representada y se realiza por el sacramento del pan eucarístico (Cfr. 1 Cor 10,17)[11].

De todo esto nace que la liturgia (y especialmente la Eucaristía) es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza”[12]. La Eucaristía es constitutiva del ser y del actuar de la Iglesia y se muestra como misterio de comunión.

C. Para la sinodalidad en la Iglesia
La enseñanza del Concilio Vaticano II nos lleva a descubrir a la Iglesia como un misterio de comunión misionera. Este misterio se vive en la historia como un Pueblo, el Pueblo de Dios que camina en comunión. “Caminar juntos” es el estilo comunional que caracteriza a la Iglesia. Este estilo es la sinodalidad. Hemos vivido el proceso en su momento diocesano, hemos compartido lo reflexionado con la Iglesia en la Argentina. Después del Sínodo en Roma en octubre de 2023 nos hemos reunido con el Consejo de Pastoral para avanzar en la propuesta ofrecida por la Iglesia extendida en el mundo entero. Estamos caminando, lento, pero caminamos.

El Papa Francisco, al iniciar este camino del Sínodo de la Sinodalidad, enseñaba: “Vivamos este Sínodo en el espíritu de la oración que Jesús elevó al Padre con vehemencia por los suyos: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). Estamos llamados a la unidad, a la comunión, a la fraternidad que nace de sentirnos abrazados por el amor divino, que es único. Todos, sin distinciones, y en particular nosotros Pastores, como escribía san Cipriano: «Debemos mantener y defender firmemente esta unidad, sobre todo los obispos, que somos los que presidimos en la Iglesia, a fin de probar que el mismo episcopado es también uno e indiviso» (De Ecclesiae catholicae unitate, 5). Por eso, caminamos juntos en el único Pueblo de Dios, para hacer experiencia de una Iglesia que recibe y vive el don de la unidad, y que se abre a la voz del Espíritu. Las palabras clave del Sínodo son tres: comuniónparticipación y misión. Comunión y misión son expresiones teológicas que designan el misterio de la Iglesia, y es bueno que hagamos memoria de ellas”[13]

El Papa San Juan Pablo II incorporó la noción de “participación” en el discurso de clausura del Sínodo extraordinario de 1985 (7 de noviembre de 1985); entonces afirmó: “Es preciso que en las Iglesias locales se trabaje en su preparación -de los sínodos- con la participación de todos”. Francisco nos advierte que la participación es una exigencia de fe, no de simple estrategia. Es la escucha atenta a la voz del Espíritu que continúa manifestándose en el sentido de la fe de nuestros fieles.

La sinodalidad se convierte en un modo de vida de la Iglesia que quiere vivir su identidad de misterio de comunión misionera en la historia y en cada época, por eso busca escuchar para llegar a enfrentar los desafíos que le muestra el Espíritu Santo discerniendo los signos de los tiempos en cada Iglesia particular en el misterio de la Iglesia universal.

La fuente, el alimento y la cumbre del caminar juntos es y será siempre la Eucaristía. Es bueno recordar la enseñanza conciliar: “Conviene que todos tengan en gran aprecio la vida litúrgica de la diócesis en torno al obispo, sobre todo en la iglesia catedral, persuadidos de que la principal manifestación de la Iglesia se realiza en la participación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios en las mismas celebraciones litúrgicas, particularmente en la misma Eucaristía, en una misma oración, junto al único altar, donde preside el Obispo rodeado de su presbiterio y ministros”[14]. Esta manifestación y alimento de la comunión se expande en las parroquias sobre todo en la misa dominical presidida por el Párroco y en toda Celebración Eucarística que se celebra en espíritu de comunión.

D. Hacia la misión
La comunión en la Iglesia no alimenta la autocomplacencia. Por el contrario, la comunión es para la misión, es comunión misionera. La Iglesia vive para evangelizar, esa es su identidad más profunda. El mandato ha brotado de labios de Jesús: “Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt 28, 19-20).

Esta palabra de Jesús, nos interpela. El anuncio del Evangelio responde a nuestra identidad cristiana. A su luz recordemos esta enseñanza de San Pablo VI: “Sería ciertamente un error imponer cualquier cosa a la conciencia de nuestros hermanos. Pero proponer a esa conciencia la verdad evangélica y la salvación ofrecida por Jesucristo, con plena claridad y con absoluto respeto hacia las opciones libres que luego pueda hacer…, lejos de ser un atentado contra la libertad religiosa, es un homenaje a esa libertad, a la cual se ofrece la elección de un camino que incluso los no creyentes juzgan noble y loable… No sería inútil que cada cristiano y cada evangelizador examine en profundidad, a través de la oración, este pensamiento: los hombres podrán salvarse por otros caminos gracias a la misericordia de Dios, si nosotros no le anunciamos el Evangelio, pero, ¿podremos nosotros salvarnos si por negligencia, por miedo, por vergüenza…, o por ideas falsas omitimos anunciarlo?”[15]. El desafío es llegar a todos los hombres y a todo el hombre. Nuestra Iglesia arquidiocesana ha de hacer suya la pasión del Señor Jesús que, en su imagen del Milagro llegó “buscando el amor de un pueblo”.

1. Llegar a todos
La nueva evangelización convoca a todos y se realiza fundamentalmente en tres ámbitos. Así nos lo recuerda el Papa Francisco: “En primer lugar, mencionemos el ámbito de la pastoral ordinaria, animada por el fuego del Espíritu, para encender los corazones de los fieles que regularmente frecuentan la comunidad y que se reúnen en el día del Señor para nutrirse de su Palabra y del Pan de vida eterna…. En segundo lugar, … el ámbito de las personas bautizadas que no viven las exigencias del Bautismo, no tienen una pertenencia cordial a la Iglesia y ya no experimentan el consuelo de la fe… Finalmente, remarquemos que la evangelización está esencialmente conectada con la proclamación del Evangelio a quienes no conocen a Jesucristo o siempre lo han rechazado… Todos tienen e derecho de recibir el Evangelio. Los cristianos tienen en deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable. La Iglesia no crece por proselitismo sino por atracción”[16].

Según la enseñanza del Papa San Juan Pablo II, la actividad misionera representa aún hoy día el mayor desafío para la Iglesia” y “la causa misionera debe ser la primera”[17]

2. Darlo todo (entregar a Jesucristo, cuidar a los pobres)
Llegar a todos los hombres y a todo el hombre. Lo enseñaba San Pablo VI: “La Iglesia evangeliza cuando por la sola fuerza divina del mensaje que proclama, trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos… Para la Iglesia no se trata solamente de predicar el Evangelio en zonas geográficas más vastas o en poblaciones cada vez más numerosas, sino de alcanzar y transformar, con la fuerza del Evangelio, los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación… Lo que importa es evangelizar… de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces, la cultura y las culturas del hombre”[18].

Desde el corazón de la Eucaristía, que se hace Pacto de Fidelidad cada 15 de septiembre, hemos de abrir el corazón a los horizontes de toda la humanidad y de todo lo humano que habita en nuestra Arquidiócesis. Se impone el diálogo con todos los salteños, con lo diversos sectores y el servicio a los pobres, los enfermos, los necesitados. Que la vivencia de la fraternidad que brilla en los peregrinos sea luz de esperanza para una nueva sociedad que cuida y se hace cargo del hermano.

V. LA EUCARISTÍA Y LA RECONCILIACIÓN

Ya en 1984el Papa San Juan Pablo II describía a este mundo como “en pedazos”, hablando de divisiones que se manifiestan en las relaciones entre las personas y los grupos, pero también a nivel de naciones contra naciones. El Papa Francisco habló varias veces de una tercera guerra mundial por las numerosas zonas de conflicto que dibujan un mundo enfrentado. Las guerras entre Rusia y Ucrania, así como el enfrentamiento provocado por Hamas en Israel, son el emergente doloroso de una humanidad dividida. Varias causas se descubren según las miradas desde las que se estudian estas divisiones: las varias formas de discriminación racial, cultural, religiosa: la violencia y el terrorismo, la trata de personas, la acumulación de armas, la distribución inicua de las riquezas del mundo y de los bienes de la civilización. También en el interior de la misma Iglesia aparecen estas divisiones entre sus mismos miembros, causadas por la diversidad de puntos de vista en el campo doctrinal y pastoral. “Sin embargo, por muy impresionantes que a primera vista puedan aparecer tales laceraciones, sólo observando en profundidad se logra individualizar su raíz: ésta se halla en una herida en lo más íntimo del hombre. Nosotros, a la luz de la fe, la llamamos pecado; comenzando por el pecado original que cada uno lleva desde su nacimiento como una herencia recibida de sus primogenitores, hasta el pecado que cada uno comete, abusando de su propia libertad”[19].

Si profundizamos la mirada sobre la humanidad captamos en lo más vivo de la división un inconfundible deseo, por parte de los hombres de buena voluntad y de los verdaderos cristianos, de recomponer las fracturas, de cicatrizar las heridas, de instaurar una unidad esencial. La reconciliación buscada no puede ser menos profunda de lo que es la división; debe llegar a la raíz de todas las divisiones que es el pecado. La unión de los hombres no puede darse sin un cambio interno de cada uno. La conversión personal es el camino necesario para la concordia entre las personas.

A. La Reconciliación personal
La Reconciliación es un don de Dios; es iniciativa del Padre que se concreta y manifiesta en el acto redentor de Jesucristo en su Pascua y que se irradia en el mundo mediante el ministerio de la Iglesia.

El Señor Jesucristo, venciendo con la muerte en la Cruz el mal y el poder del pecado con su total obediencia de amor, ha traído a todos la salvación y se ha hecho reconciliación para toda la humanidad. La Iglesia es sacramento de esa reconciliación, por eso ella proclama con san Pablo: “Nosotros somos embajadores de Cristo, y es Dios el que exhorta a los hombres por intermedio nuestro. Por eso les suplicamos en nombre de Cristo: Déjense reconciliar con Dios” (2 Cor 5,20). Con su oración, con su predicación y con su testimonio, la Iglesia no cesa de llamar a la reconciliación con Dios y con los hermanos.

Un servicio especial es el sacramento de la Reconciliación. El amor a la Eucaristía lleva también a apreciar cada vez más este sacramento, llamado también penitencia o confesión. El Papa Benedicto XVI enseñaba: “Debido a la relación entre estos sacramentos, una auténtica catequesis sobre el sentido de la Eucaristía no puede separarse de la propuesta de un camino penitencial… La relación entre la Eucaristía y la Reconciliación nos recuerda que el pecado nunca es algo exclusivamente individual, siempre comporta también una herida para la comunión eclesial, en la que estamos insertados por el Bautismo”[20].

B. La Reconciliación comunitaria en la Iglesia
También la Iglesia, como comunidad, recibe del Padre el don de la Reconciliación. Este don la convierte en sacramento de Reconciliación para todos los hombres. Al mismo tiempo la desafía permanentemente a trabajar por la reconciliación entre sus miembros, los bautizados. La herida a la unidad de la Iglesia la acompaña en su historia desde los pequeños enfrentamientos hasta los cismas que afectaron gravemente su comunión, muchos de los cuales aún perduran. Hemos de pedir humildemente y con insistencia por la unidad de la Iglesia. Este año, en el que queremos honrar especialmente el sacramento de la Eucaristía, signo de unidad y vínculo de caridad, hemos de elevar al Señor nuestras súplicas para que nuestras palabras y actitudes no rompan la comunión. Que la fe en la obra de Jesús Resucitado y de su Espíritu Santo se traduzca en un amor fiel a la Iglesia, tanto a la Iglesia extendida por toda la tierra como a la Iglesia local.

C. La reconciliación social en nuestro país y en el mundo
Los cristianos, sin ser del mundo, vivimos en este mundo. Resuena en nuestro corazón la enseñanza del Concilio Vaticano II: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez los gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón”[21].

Nuestra patria y el mundo vive un tiempo de enfrentamientos y divisiones. Trabajar por la paz es una tarea ineludible para cada cristiano. El Papa Francisco nos propone alimentar la cultura del diálogo y del encuentro, una cultura capaz de promover a todos, de dignificar a los excluidos, a los pobres a los necesitados. La propuesta de la Carta “Fratelli Tutti” que ha de ser leída con la Carta “Laudato sí” nos deben orientar a cada uno de nosotros y a nuestras comunidades. La fuerza transformadora de la sociedad, subraya el Santo Padre, es sin duda la educación. Que los lineamientos esenciales del Pacto Educativo Global guíen la labor educativa en nuestra diócesis para ser un acto de reconciliación y esperanza en nuestra sociedad.

Reitero mi invitación a los señores presbíteros a profundizar y ampliar estas reflexiones para que nos impulsen a vivir este año de la Eucaristía, de la Caridad y del Padre Nuestro con gozosa fidelidad.

Para finalizar, les propongo algunas acciones pastorales que han de marcar el curso pastoral de este año en nuestra Arquidiocesis:

ACCIONES PASTORALES

1. Alimentar la vida litúrgica en nuestras parroquias, centros educativos e instituciones y movimientos
Es importante que renovemos el fervor por hacer de la liturgia “la fuente y la cumbre de la vida de la Iglesia”, especialmente de la Eucaristía dominical. Aprovechemos los tiempos fuertes de la liturgia, las fiestas patronales, el curso del año litúrgico y las ocasiones favorables para animar, con una catequesis mistagógica, la “activa y fructuosa participatio” de todos los fieles.

2. Encuentro de la Iglesia local
Según los conversado en el Consejo Presbiteral y en reuniones del Presbiterio, en torno a Pentecostés, organizaremos un encuentro que puede ser arquidiocesano y/o decanatal, de parroquias, instituciones y movimientos, para acrecentar el conocimiento y la comunión entre los bautizados. Será un momento celebrativo y catequístico.

3. La Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor
Debemos destacar este año la Celebración de la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor (Domingo 2 de junio). La Celebración Eucarística será en las proximidades de la Cruz del Congreso Eucarístico y la procesión ha de dirigirse a la Catedral Basílica para culminar allí con la Bendición Eucarística.

4. Congreso Eucarístico Arquidiocesano Juvenil
Al cumplirse el 50° aniversario de la Celebración en Salta del Congreso Eucarístico Nacional, celebraremos el Encuentro Eucarístico Juvenil Arquidiocesano entre los días 12 y 13 de octubre en la Parroquia "Nuestra Señora Aparecida" en Vaqueros. Esperamos contar con la participación de delegaciones todas las parroquias. Serán invitadas las arqui/diócesis y prelaturas del NOA.

5. 50° Aniversario del Servicio Sacerdotal de Urgencia y de la Parroquia “San José Obrero”
Nos uniremos a las celebraciones organizadas por los fieles de esa institución y de esa parroquia, frutos del Congreso Eucarístico Nacional.

6. 150° Aniversario de la creación del Seminario Metropolitano “San Buenaventura”
Los formadores de nuestro querido Seminario, corazón de la arquidiócesis, presentarán el programa de celebraciones de un aniversario que proclama la fidelidad de Dios y compromete nuestro apoyo orante y de sostenimiento material.

7. Apertura del Proceso de Canonización de Mons. Carlos Mariano Pérez Eslava, 2° arzobispo de Salta
La escucha de numerosos testimonios y el pedido de la gran mayoría de los señores presbíteros me impulsan a poner en marcha el proceso de canonización de Mons. Pérez.

Invito a la oración de todo el pueblo santo de Dios para que podamos responder a este regalo de Dios a nuestra arquidiócesis.

8. Consagración de los templos parroquiales del Bautismo del Señor y Nuestra Señora de Lourdes en la ciudad de Salta y de San Francisco Solano en El Galpón
El 9 de febrero ha sido dedicado el templo parroquial del “Bautismo del Señor y Nuestra Señora de Lourdes”. El próximo 10 de marzo, a hs 10,00 será dedicado el templo parroquial de ”San Francisco Solano” en El Galpón. Ambas dedicaciones profundizan el misterio de la Eucaristía como centro de la vida de la Iglesia. Damos gracias a Dios.

9. Las fiestas en honor del Señor y de la Virgen del Milagro
Este año, las fiestas en honor al Señor y a la Virgen del Milagro destacarán, de un modo particular, la centralidad de la Eucaristía en la vida de nuestra Iglesia de Salta. Es una dimensión profunda del Milagro.

10. Que Nuestras Cáritas ocupen el lugar protagónico que les corresponde en las parroquias
Esto nos compromete a priorizar, apoyando a Cáritas y a otras iniciativas que el Espíritu suscita en instituciones, movimientos o fieles al servicio de nuestros hermanos mas necesitados. Por ejemplo: Casita de Belén, Manos Abiertas, Casa de la Bondad y otros.

11. Asumir el desafío eclesial a favor de la educación integral de todos los salteños
Nuestra Universidad Católica y nuestros colegios sean de la arquidiócesis o de congregaciones religiosas, deben ser los modelos de una educación de calidad con fuerte identidad católica, siguiendo las indicaciones del Pacto Educativo Global que el Papa Francisco propuso a la Iglesia.

Gracias a todos, por su testimonio de fe y de amor a la Iglesia. El Señor los bendiga. En el Miércoles de Ceniza, Salta, 14 de febrero de 2024.

Mons. Mario Cargnello, arzobispo de Salta


Notas:
[1] Benedicto XVI, Exhortación Apostólica “Sacramentum Caritatis”-a partir de ahora SC- 22.02.2007, 1
[2] SC 2. Siempre es de renovado valor las reflexiones de G.S. 22
[3] 5ª Conferencia Episcopal Latinoamericana, a partir de ahora DA 287
[4] francisco, “El Catequista, testigo del Misterio” (22.09.2018). El Papa Francisco dedicó sus catequesis de los miércoles al tema de los sacramentos de la iniciación cristiana entre el 8 de noviembre de 2017 y el 6 de junio de 2018. Quince catequesis dedicadas a la Eucaristía, seis al bautismo y tres a la confirmación.
[5] Cfr. Benedicto XVI, Exhortación Sacramentum Caritatis, (A partir de ahora SC)- 17-19
[6] Papa Francisco, Catequesis en la Audiencia General del 22 de noviembre de 2017.
[7] SC 9
[8] Concilio Vaticano II, Decreto sobre el Ecumenismo -UR- 2
[9] Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia_- LG-, 1
[10] LG 4
[11] LG 3
[12] Concilio Vaticano II, Constitución sobre la Liturgia, - SC- 10.
[13] Francisco, Discurso en el Aula Nueva del Sínodo, sábado, 9 de octubre de 2021
[14] SC 41
[15] San Pablo VI, Exhortación Apostólica “Evangelii Nuntiandi”, (8.12,1975),-EN-, 80.
[16] Francisco, Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium” -EG-. 14
[17] San Juan Pablo II, Encíclica “Redemptoris Missio” -RM-, 40. 80.
[18] EN 18,19,20.
[19] San Juan Pablo II, Exhortación Apostólica “Reconciliatio et Poenitencia” -REP, 2
[20] SC 20.
[21] Concilio Vaticano II, Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, -GS- 1.