Jueves 26 de diciembre de 2024

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Volvamos a Jesús, la Palabra de amor del Padre, y en Él renovemos la escucha, la alegría y la esperanza

Carta Pastoral de monseñor Pedro Javier Torres, obispo de Rafaela para la Cuaresma 2024

«Como hizo en otro tiempo con los discípulos,
nos explica las Escrituras y parte para nosotros el pan»
(Pleg. euc. div. circunstancias IV; cfr. Le 24, 13-35)

1. El escuchar del resucitado
Jesús resucitado de entre los muertos, Luz y Vida del mundo, como un peregrino más, sale al cruce de los discípulos que vuelven a Emaús; uno es Cleofás, el otro no tiene nombre, de modo que pueda cargar con la historia de cualquier hombre o mujer que se vea reflejado en su caminar.

Ellos van con «el semblante triste» (Le 24, 17), y Jesús sabe reconocer eso en sus rostros y en el peso de sus pisadas. Por eso se acerca, rompe toda distancia, se hace cercarlo aunque no lo reconozcan. Y en la proximidad de quien sabe acompasar su paso al paso de los demás, dialoga, pregunta, invita a sacar del corazón lo que aflige para ayudarles a reconocer el malestar que cargan. Jesús no desconoce lo que pregunta, pero pregunta para que el corazón afligido pueda expresar el malestar que le aqueja, como aquella vez en la que frente a la evidente necesidad del ciego, Jesús le pregunta «¿Qué quieres que haga por ti?» (Le 18, 41). Para aquel hombre, tal vez, más importante que la misma vista, haya sido el sentir que alguien pensaba en él, que se interesaba por su querer y sentir, que «se daba» en lugar de sólo dar.

El resucitado ayuda a los peregrinos de Emaús a desahogar el corazón, a contar su pena con la confianza de saberse escuchados. Pero los rescata de una simple queja proponiéndoles un horizonte. No rechaza lo que ellos sienten, sino que los ayuda a leer distinto lo que viven, desde una lectura pascual de su sufrimiento. Así es como su Palabra va sanando los corazones de los discípulos y dando nueva luz a lo vivido; sin pesimismos ni superficialidad, sin moralismos ni laxismos, ayuda a descubrir cada vivencia dentro del designio amoroso del Padre que nunca se aparta y que siempre consuela. A este momento se referirán los discípulos cuando digan luego: «¿No ardía acaso nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» (Le 24, 32). Su Palabra es la que consuela, ilumina y enciende la vida de quien le confía su vulnerable vida. «En el camino de nuestras dudas e inquietudes, y a veces de nuestras amargas desilusiones, el divino Caminante sigue haciéndose nuestro compañero para introducirnos, con la interpretación de las Escrituras, en la comprensión de los misterios de Dios.» (Mane nobiscum Domine, 2).

Los peregrinos lo descubren presente entre ellos, con ellos, y desde esa experiencia sanante se lanzan nuevamente al camino, pero con los pies apresurados de quienes llevan la urgencia de compartir una alegre noticia que cambia la vida. En esa fraternidad que se hace encuentro con los demás discípulos, comparten «lo que les había pasado en el camino» (Le 24, 35) y reciben con fe el testimonio de aquellos a quienes también el Señor habló.

Nosotros, peregrinos también, estamos invitados a escuchar la Palabra viva que nos hace descubrir nuestra historia como historia de salvación. En este año acompañados de la liturgia dominical podríamos acercarnos más asiduamente al evangelio de San Marcos y San Juan.

2. El escuchar de nuestra Iglesia
En nuestro camino pastoral diocesano, aunque continuamos buscando vivir las realidades reflejadas en los cuatro objetivos específicos en el horizonte de nuestro objetivo general, este año 2024 pondremos énfasis en el objetivo específico 1, como intento de responder al desafío que el Pueblo de Dios ha llamado «Malestar y vulnerabilidad social». Al recordar este desafío, lo hacemos partiendo de la experiencia agradecida del amor de Jesucristo que, como con los discípulos de Emaús, sigue caminando con nosotros para mostramos el rostro de un Dios que no es indiferente al sufrimiento de sus hijos, la cercanía de un Dios que sale a nuestro encuentro porque tiene compasión de quienes están fatigados y abatidos (cfr. Mt 9, 36); el corazón de un Dios que escucha, dialoga y consuela; la voz y el abrazo de un Dios que abre horizontes nuevos y enciende la fe en los corazones. Notemos que son estas mismas actitudes las que nos hemos propuesto como camino pastoral, reflejadas en el objetivo específico 1: «Ir al encuentro de los hermanos, escuchar sin juzgar, acompañar sin cuestionar, amar sin preguntar y transmitir la alegría de la fe».

A la descripción del «malestar y vulnerabilidad social» que el Pueblo de Dios hiciera hace un tiempo atrás, debemos sumarle aquellas realidades que estos años pusieron al descubierto y acentuaron. La dolorosa experiencia de la pandemia del Covid ha hecho experimentar en todos, sin excepción, los límites y la debilidad que se expresa aún hoy. Para esto, el Consejo Diocesano nos acercará unas fichas de trabajo que nos ayudarán a hacer memoria y completar la realidad a la que queremos responder con audacia y convicción.

3. Escuchar junto a la Iglesia que camina en el mundo
Junto a las iglesias de todo el mundo, seguiremos viviendo el Sínodo, aportando nuestra vivencia, convencidos de que nuestra historia y nuestros deseos son portadores de una riqueza que queremos compartir con todos. Para esto, desde la experiencia de fraternidad en camino, viviremos este año discerniendo como Pueblo de Dios lo que el Señor hizo con nosotros, cómo nos salió al cruce en el camino y cómo lo hemos reconocido. Y lo haremos con el deseo de escuchar a los demás, cómo también a ellos se les apareció el Resucitado y qué les dijo. Y así, juntos y compartiendo la vida, seguiremos discerniendo la voluntad de Dios para el hoy de nuestra Iglesia diocesana.

En sintonía con el documento que recoge reflexiones y propuestas pastorales a partir de la Io Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, llamado «Hacia una Iglesia sinodal en salida a las periferias», podemos comprender que la «escucha» a la que estamos llamados, es una escucha activa, atenta especialmente a quienes habitan las periferias geográficas y existenciales y que nos permita conmovernos frente a la realidad del hermano. En este tiempo de cuaresma -y comenzando a pensar nuestra vida pastoral- debemos preguntarnos desde lo individual y comunitario: ¿estamos en camino hacia las periferias?, ¿cuáles son nuestras periferias?, ¿estamos disponibles y en salida?, ¿no son nuestros hermanos que están en una situación de vulnerabilidad los que están en esas periferias?, ¿estamos caminando como Iglesia sinodal en salida hacia las periferias?, ¿somos una Iglesia que se deja guiar por el Espíritu Santo?

4. Escuchar con el estilo de Jesús
El Papa Francisco que nos recuerda en esta cuaresma que “A través del desierto Dios nos guía a la libertad”, nos invita a vivir como Iglesia que mira y se detiene ante la realidad del pueblo santo de Dios y está cercano a las comunidades, que no permanece inmóvil, sino que busca soluciones nuevas a problemas nuevos, que está a la escucha del Espíritu y sale al encuentro de los hermanos. La Conversión cuaresmal es destello de una nueva esperanza.

El objetivo específico que asumimos, nos marca además un modo, un estilo, el de Jesús: «sin juzgar... sin cuestionar... sin preguntar». Para que esto sea posible y haga fecundo y concreto el anuncio de la buena noticia, debemos primero redescubrimos hijos amados y perdonados por el Padre misericordioso, y renovar la experiencia de ser rescatados por Jesús, hasta llegar a decir como Pablo «me amó y se entregó por mí» (Gal 2, 20). Sólo desde esta certeza hecha experiencia, podremos «ir al encuentro de los hermanos, escuchar sin juzgar, acompañar sin cuestionar, amar sin preguntar y transmitir la alegría de la fe» (obj.diocesano 1). Ese hermano, todo hermano, (y particularmente el niño, el joven, el pequeño, el frágil, el marginado, el sufriente...), también es un amado.

5. Un Corazón herido que sana
El 27 de diciembre hemos celebrado la apertura del año jubilar del Corazón de Jesús, recordando los 350 años de las apariciones del Corazón de Jesús a Santa Margarita María Alacoque. Este camino jubilar no es para nada extraño a lo que deseamos vivir como diócesis, porque salir al encuentro de los hermanos para escucharlos, acompañar sus vidas, amando y anunciando la alegría de la fe, supondrá en nosotros el sincero trabajo espiritual de modelar nuestro corazón para que sea cada día más parecido al Corazón de Jesús, siguiendo la invitación de San Pablo que nos pide: «Tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús. El, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: ‘Jesucristo es el Señor ’» (Flp 2, 5-11).

La devoción del Pueblo fiel de Dios nos permite encontrar la imagen del Sagrado Corazón de Jesús en cada hogar, en una estampa, en un cuadro, iluminada por una lámpara encendida, entronizada en puertas o recibidores, en una grutita en el frente o en el patio de las casas... El rostro de Jesús «manso y humilde de corazón» (Mt 11, 29) con su mano señalando el corazón traspasado de amor, es la invitación a la confianza y a la imitación de sus sentimientos. Por eso, la religiosidad popular ha conservado aquellas simples palabras que se abren a la misericordia: «Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío»... «Jesús, manso y humilde corazón, hace mi corazón semejante al tuyo», jaculatorias que podemos retomar en nuestro diario peregrinar, no para aferramos a una espiritualidad anacrónica, sino para enseñar a nuestros niños, y que se vayan grabando en el corazón creyente y acompañen la vida siempre necesitada del abrazo tierno de Jesús que consuela y fortalece.

Este año -conjugando el marco sinodal, el objetivo específico í y la contemplación del Sagrado Corazón- será un kairós, un tiempo providencialmente oportuno para continuar plasmando en la vida personal y comunitaria aquello que San Pablo VI invitaba a vivir como estilo de evangelización, fiel al modo del mismo Jesucristo: «Desde fuera no se salva al mundo. Como el Verbo de Dios, que se ha hecho hombre, hace falta hacerse una misma cosa, hasta cierto punto, con las formas de vida de aquellos a quienes se quiere llevar el mensaje de Cristo; hace falta compartir -sin que medie distancia de privilegios o diafragma de lenguaje incomprensible- las costumbres comunes, con tal que sean humanas y honestas, sobre todo las de los más pequeños, si queremos ser oídos y comprendidos. Hace falta, aun antes de hablar, escuchar la voz, más aún, el corazón del hombre, comprenderlo y respetarlo en la medida de lo posible y, cuando lo merece, secundarlo. Hace falta hacerse hermanos de los hombres en el momento mismo que queremos ser sus pastores, padres y maestros. El clima del diálogo es la amistad. Más todavía: el servicio. Debemos recordar todo esto y esforzarnos por practicarlo según el ejemplo y el precepto que Cristo nos dejó (Jn 13, 14-17)» (Ecclesiam suam 39, cfr. Gaudiun et Spes 92-93).

Contemplar el corazón traspasado de Jesús es reconocer, como lo hizo María al pie de la cruz, que todo dolor ha sido asumido por su dolor. Cómo no escuchar en este marco los clamores del mundo hoy: los de los jóvenes, los de la inseguridad, los de padres, madres, jubilados que viven con angustia la situación económica, los de grandes espacios de la humanidad azotados por el fracaso de la guerra, del cambio climático y tantos más... Escuchar con el corazón, comprender, y aun en la impotencia, trasfigurar el dolor por el amor orante, servicial y solidario (cfr, Romanos 12,2ss). Escuchar amando de tal manera que cada uno pueda también descubrir sus dones y posibilidades viviendo en comunión con Dios, con Cristo y con el Espíritu Santo y construyendo fraternidad.

6. Llamados a la santidad
«Los santos no son héroes inalcanzables o lejanos, sino personas como nosotros, nuestros amigos, cuyo punto de partida es el mismo don que nosotros hemos recibido» (Papa Francisco, Ángelus 01/11/23) El Santo Padre utiliza el término «santos» para describir a personas generosas, justas, que se toman en serio la vida cristiana y que, con la ayuda de Dios, han correspondido al don recibido y se han dejado transformar día a día por la acción del Espíritu Santo, recibido en el bautismo.

Nosotros estamos llamados a ser santos, y la cuaresma es el tiempo que la Iglesia nos propone para preparar el corazón a fin de renovar nuestro bautismo. En la noche más santa de todas las noches, la vigilia pascual, se nos invitará a renovar nuestro bautismo con el deseo de ser santos: «terminado el ejercicio de la Cuaresma, renovemos las promesas del santo bautismo, con las que en otro tiempo renunciamos a Satanás y a sus obras y prometimos servir fielmente a Dios, en la santa Iglesia católica» (Misal, vigilia pascual)

Como una gran providencia de Dios, el 11 de febrero del presente año, ha sido canonizada Mama Antula, “caminante del Espíritu”, considerada la madre espiritual de la Nación Argentina, la primera mujer argentina reconocida como santa. Se trata de María Antonia de San José, una mujer que vivió en el siglo XVIII y trabajó con valentía e iniciativa para mantener viva la obra de los padres jesuitas tras su expulsión. ¿Qué podemos recuperar de su vida para que sea inspiración para nuestra misión en este tiempo que nos toca? Una Santa evangelizadora del pueblo, que vio el maltrato de indios y esclavos y, con el paso del tiempo, el dolor de estas personas se le hizo insoportable. Los sentía como hermanos y sufría con ellos. Fue una mujer que desafió las convenciones de su tiempo, llevando la Palabra de Dios a través de ios ejercicios espirituales.

Podemos contemplar su testimonio para traducir en acciones concretas el deseo de escuchar a quienes viven sumidos en la dolorosa vulnerabilidad, los maltratados, los que sufren, los que están excluidos. La vida de Santa María Antonia de San José nos puede insinuar cómo hacer para que todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo se sientan hermanos nuestros, amados por nuestro Padre Dios. Al mismo tiempo, imitarla nos ayudará a salir de nuestras comodidades, de nuestras seguridades y nuestros miedos, desafiando lo establecido para ir más allá, creciendo en la conciencia de que no nos llevamos a nosotros mismos, sino a Dios, de que somos instrumentos simples al servicio de la misión que él nos está encomendando, y de que la oración es nuestro alimento y fuente de fortaleza. Con ella podemos exclamar: «Honra y gloria sean dadas a Dios y al amante Corazón de Jesús eternamente... porque Dios tiene entrañas de Piedad y Misericordia» (carta de Mama Antula, 1792).

Conclusión
Este tiempo de cuaresma que hemos comenzado a vivir y que nos irá moldeando el corazón para celebrar la Pascua de Jesucristo actualizándola en nuestra vida, es un tiempo precioso para abrimos a la escucha de la Palabra de Dios -en el silencio de la oración y en la experiencia de otros hermanos- y a la celebración eucarística que nos alimenta para que «formemos un solo cuerpo y un solo espíritu» (Plegaria eucarística ITT).

La presencia de Jesús resucitado en su Palabra y en la Eucaristía nos regala el horizonte pascual de lo que vivimos, de lo que nos duele y de lo que nos hace sentir vulnerables frente a la realidad. En ellas encontraremos la esperanza y la alegría que queremos renovar y transmitir. Como lo hicieron los primeros discípulos del Resucitado, iluminados por su Palabra, alimentados por la Eucaristía y fortalecidos por el Espíritu Santo, vivamos nuestro Bautismo como un permanente Pentecostés, y seamos una Iglesia que se mueve, que sale al encuentro, que evangeliza con alegría porque se sabe enviada y acompañada por el mismo Señor de la historia.

SEÑOR TE NECESITAMOS, ¡haz que escuchemos tu voz! Bendícenos, y bendice a los que nos has confiado. Mantennos en el espíritu de las “Bienaventuranzas”: la alegría, la sencillez, la misericordia, la escucha, la esperanza. Que tu Madre, la Virgen de Guadalupe, y San José acompañen nuestro caminar.

(Nota: Agradezco la sustanciosa colaboración del Consejo Pastoral Diocesano en diversas instancias y de variados agentes pastorales para la elaboración de esta propuesta.)

Rafaela, 8 de febrero de 2024
Mons. Pedro Javier Torres, obispo de Rafaela