Jueves 26 de diciembre de 2024

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Solemnidad de Nuestra Señora del Rosario del Milagro

Homilía de monseñor Ricardo O. Seirutti García, obispo auxiliar de Córdoba en la dolemnidad de Nuestra Señora del Rosario del Milagro (Córdoba, 1 de octubre de 2023)

La Palabra que acabamos de proclamar nos es muy conocida y querida. Nos refiere en seguida a la fiesta de la Virgen y también al tiempo navideño. Dos mujeres que se encuentran: María e Isabel: las dos con el vientre lleno de vida: una adolescente y la otra anciana. La esposa de un soñador y la mujer de un mudo. Las dos gritan la alegría del mundo que viene, la salvación ya está puesta no sólo en sus entrañas sino en sus corazones. Dios es el que, por su Espíritu, ha obrado en ellas y no dejará de llevar adelante su proyecto para con la humanidad.

María ha salido sin demora, una vez recibido el anuncio del Ángel y al servicio de Isabel. La mujer de Zacarías recibe a la que viene con el Emmanuel, y su niño salta en su seno.

Las dos se llenan de gozo. Las dos tocadas por el Espíritu Santo, que exulta también y canta.

Las dos son comienzo de la misión que no se detendrá hasta el día de hoy, y seguirá también en tiempos futuros: la Virgen porque lleva y anuncia al que el mundo espera y la anciana porque porque recibe y abraza la buena noticia. Las dos producen el encuentro que Dios tiene preparado para todos. Las dos son misión, evangelio escrito ahora en el corazón de cada una.

Es entonces María la que canta el Magnificat, la obra del Eterno que no es sólo para ella, sino para las generaciones venideras.

Grita ante Isabel y para siempre la grandeza del Señor, por la que será felicitada por generaciones, pero se reconoce pequeña, pobre y servidora: la obra es de Dios y su nombre es santo, regalando su misericordia por los siglos. El brazo de Dios es fuerte dispersando a los soberbios y enalteciendo a los humildes, colmando de bienes a los que tienen hambre y despidiendo a los ricos con las manos vacías. Es el Dios que auxilia y cumple sus promesas.

María es misión y Dios es la causa de su confianza. Sólo eso la hace peregrinar y salir rápidamente hacia al encuentro con otros: su sí a Dios y la necesidad del encuentro para que todos sepan lo que Dios hace: lo hecho en ella se hace para todos, y nadie debe quedar sin saberlo, deben conocerlo. María es misión porque lejos de guardarse la noticia en su intimidad la proclama abiertamente y quiere que esa noticia llegue y anide también en el corazón de muchos.

María es misión porque lleva con ella la salvación de todos y a todos; y da testimonio de que esto ya se ha dado en su vida, cantando la obra de Dios para ella y para toda la humanidad. Isabel es misión porque recibe y abraza, siendo también testigo del anuncio que en ella ya es realidad.

Misión es encuentro, es abrazo de hombres y mujeres que reconociendo la voluntad de Dios cantan y se alegran de la presencia actuante del Dios con nosotros, que cambia nuestras vidas y las hace nuevas por generaciones y generaciones.

María es misión porque sabe que no va sola, que lleva lo que anuncia. María lleva a Jesús y lo grita. Lo proclama, de palabra y con su vida, con sus gestos y actitudes, yendo al encuentro y al servicio, ahora de Isabel, para siempre al mundo entero. Llega, anuncia y se queda. Abraza y acompaña. Ama, consuela y se alegra. Escucha y comparte. Cuenta y se hermana. María es misión porque se hace encuentro.

María, madre Querida, hermana misionera nuestra, volvé a salir con nosotros para anunciar a Jesús. Volvé a gritarnos tu cántico maravilloso que nos aliente el alma y nos haga testigos en cada encuentro, en cada visita, en cada cercanía. Que no nos quedemos desentendidamente fríos ante el Dios que quiere hablar en nosotros y abrazar a todos. Es Jesús el que va al encuentro y es su obra la que en nuestros corazones ha obrado y quiere obrar en los demás.

Salí con nosotros, María, para escuchar la palabra que nos habla del Padre. Salí con nosotros para que Jesús vuelva a partir y compartir el pan en las multitudes y detenga las tempestades de nuestro corazón.

Volvé a salir con nosotros María para que nos enseñes a sentarnos junto al pozo de Jacob y escuchar de Jesús que nos pide de beber, o para caminar hasta la pobre casa de la hija de Jairo y entrar en ella, y compartir el milagro que levanta y camina. Salí con nosotros, para que sintamos el llamado de Jesús otra vez en las orillas de los mares de nuestra vida, y encontrarlo sentado en la arena asumiendo nuestras pasiones y deseos.

Cantanos otra vez tu Magnificat para desatarnos de nuestros dolores y heridas, para olvidar rencores y asumir nuestras nadas, encontrando a los demás y quedándonos con ellos.

Para poder creer que en la tristeza de un chico que no puede caminar ni jugar, está presente Jesús tendiéndonos la mano para que su aliento sea el nuestro.

Salí con nosotros María para que se abran nuestros brazos cruzados y los cerremos en un abrazo al que no ve, al que no siente y al que no pide, porque se ha cansado de ver, de sentir, de pedir y de esperar. Para unir las soledades de los que caminamos sin rumbo y de los que cantamos sin melodías. Para alejarnos de los poderosos y enaltecer a los humildes, sabiéndonos nosotros necesitados, pobres y sencillos de verdad.

Vení con nosotros, para que puedan caer nuestros maquillajes de grandezas y mirarnos en el espejo del rostro del hermano de Nazaret que sigue estando enfermo, sufriente, y llorando. Que todavía tiene hambre y sed del agua viva. Que no caminemos mirando al lado sin comprometernos, no andamos juntos si no me agarro de la mano del otro. Que podamos entrar de corazón y sentirnos un nosotros para reeditar la vida del Maestro, que vino para que todos tengamos vida y la tengamos en abundancia, en este tiempo donde no siempre, nosotros mismos, sabemos encontrarlo.

Invitanos a no balconear la existencia: la propia y la de los demás. Invitanos a la valentía de anunciar encajados en los múltiples escenarios de nuestra cultura, para sentir que el evangelio está vivo y presente en la vida de nuestros niños, en la cruz de muchos jóvenes y en el silencio de nuestros ancianos.

Volvé a caminar con nosotros y recordanos, Dulce Chiquilla Nazaret, que somos misión, para dar el testimonio sencillo y auténtico, entregando la vida de Jesús que está en nosotros para que otros lo conozcan, lo amen y lo sigan.

Llevanos, Señora del Rosario del Milagro, al pozo donde está Jesús sentado y cansado para que nos dé el Agua Viva que nos llene de confianza en su palabra y nos lleva a donde nos cuesta ir, por miedos y comodidades. Llévanos, señora nuestra, con Jesús del centro a las periferias, de la ventana a la calle, de nuestras casas a los límites que nunca queremos cruzar.

María, madre y amiga nuestra, pide la gracia a Jesús, amigo y compañero que abra nuestros ojos para que podamos en todo verte y en todos descubrirte, y así correr a nuestros hermanos y contarles el gran gozo de haberte encontrado.

Mons. Ricardo O. Seirutti García, obispo auxiliar de Córdoba