La preocupación de los apóstoles por la atención de los más pobres y el servicio de las mesas, discernido en el seno de la primitiva comunidad cristiana a la luz de la enseñanza de Jesús, desembocó en el surgimiento del diaconado, que forma parte del ministerio ordenado y del servicio pastoral en la Iglesia, como colaborador del ministerio del obispo y de los presbíteros.
Desde el comienzo, este ministerio estuvo estrechamente emparentado con el servicio; y, de hecho, la expresión “diaconía” significa servicio, y “diácono”, el que ejerce la diaconía, o sea el servidor.
Hoy el diácono realiza su servicio en la Iglesia –precisamente vinculado con el ministerio del obispo y de los presbíteros– estando cerca del altar en la celebración eucarística y en la administración de algunos sacramentos, colaborando en el pastoreo de la comunidad cristiana y siendo una gran ayuda en la gestión de los recursos y de los bienes de la Iglesia.
Como siempre, también hoy la palabra de Dios que proclamamos nos invita a dirigir nuestra mirada hacia Jesús. Y en esta oportunidad se presenta a Él mismo como aquel que no vino para ser servido sino para servir. Y nos remite al gesto más claro y contundente del servicio: dar la vida para que todos tengamos vida en plenitud.
En realidad, venían de una discusión –me imagino que fuerte–: en el grupo de los apóstoles, todos pretendían la “prioridad”, ser primeros, ser tenidos en cuenta. No sabían bien dónde, ni entendían bien en qué ni para qué; pero ¡los primeros! Santiago y Juan, cuya madre se anticipó y pidió los mejores puestos para sus dos hijos: uno a la derecha y el otro a la izquierda de Jesús en su Reino (Mt 20,20- 23); y los otros diez que se enojaron –“se indignaron” dice textualmente el Evangelio– porque aquellos dos los habían primereado (Mt 20,24). Seguramente pretendían lugares o espacios donde fueran honrados, bien considerados, atendidos y servidos.
Nosotros no estamos lejos de las reacciones de aquellos primeros discípulos. Cuántas veces en nuestras comunidades pretendemos esos honores o esas consideraciones: porque hace más tiempo que estoy o porque tengo tal título o tal cargo, porque soy más anciano o el más joven, porque estoy en tal o cual grupo, porque propuse la idea más brillante, o por tantas otras razones… ¡Qué lejos del Evangelio está este modo de proceder…! Es una actitud y un modo de actuar que se repite una y otra vez, y que necesita ser constantemente evangelizado. Necesita que Jesús vuelva a anunciarnos su Evangelio, como “buena noticia”, noticia de salvación, y cuestione nuestras ideas, nuestras convicciones, nuestros sentimientos, nuestras reacciones, nuestras actitudes, nuestro modo de actuar, nuestra conducta.
Es por eso que Jesús vuelve a invitarnos: “el que quiera ser grande, que se haga servidor; y el que quiera ser primero, que se haga esclavo”; y se propone Él mismo como modelo y señala un camino: “como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud” (Mt 20,26-28).
Este tiempo de reflexión sinodal requiere volver a plantearnos la realidad de que somos esencialmente iguales desde el Bautismo, y que si alguno se destaca es porque se ha hecho último y servidor… Es la dinámica de la pirámide invertida de la que habla el papa Francisco, con la base arriba y el vértice abajo: el que tiene un título mayor está más abajo y está llamado a servir a los demás.
Indudablemente es un lenguaje duro el de Jesús; ya se lo habían dicho los primeros discípulos… (cfr. Jn 6,60) La de Jesús es una propuesta exigente: va en serio esto de hacerse último, servidor y, si fuera necesario, hasta esclavo. No es una expresión retórica o pintoresca. Es un ideal que siempre estamos llamados a perseguir, aunque nunca lo alcancemos suficientemente. Quizás en el camino nos dé más de una vez la tentación de aflojar y decir: esto no es para mí; esto no es lo que yo pensaba; esto no es lo que más me gusta…; ya pasó también en el primer grupo de discípulos (cfr. Jn 6,66).
El evangelio suele ser “contracultural”, y nos invita a ir contra la corriente; porque hacerse último, servidor, estar fuera del centro de la consideración de todos no tiene buena prensa en nuestra cultura. La hiper exposición a la que a veces solemos someternos en el uso de las redes sociales es expresión de esto: la pretensión de ser mirados, tenidos en cuenta, atendidos, tener más “me gusta”… Pero el estilo de Jesús es otro; y es el ideal que se nos propone para ser sus discípulos y caminar en su seguimiento.
Y, además, se nos reclama poner signos claros de servicio –hacia adentro de nuestras comunidades y hacia afuera– para testimoniar que somos de Jesús y que nos jugamos para ser parte de su Reino: que la exposición sea para estar a disposición del que me necesite; que el estar primero sea para no esperar que otro lo haga antes; que el mostrarse sea para ofrecerse en las tareas menos gratas, saliendo del lugar de confort y superando la propia inercia; que no se tenga miedo a arremangarse y a ensuciarse en el servicio… Quizás nos resulte difícil, pero es el estilo de Jesús, ¡no hay otro…!
En la Iglesia, en una comunidad cristiana, la vida y el ministerio de los diáconos tiene esta misión: recordarnos permanentemente que Jesús se ha hecho servidor hasta dar la vida y que nosotros estamos llamados a ser grandes haciéndonos servidores; llamados a ser primeros haciéndonos últimos y,si fuera necesario, esclavos de nuestros hermanos. Ese es su carisma, el don que ellos recibieron para ponerlo a disposición de la comunidad y para ser testigos ante el mundo.
La presencia del diácono en una comunidad cristiana va mucho más allá de lo que pueda hacer como actividad ministerial o tarea pastoral –¡que ya es muy importante y necesaria!–, o de la ayuda que pueda prestarle al presbítero o al obispo. Su presencia es para todos un permanente llamado al servicio, a la disponibilidad, a estar y a ser para los otros. Y para la persona del diácono transitorio, es la oportunidad de aprender y ejercitar la virtud del servicio, hasta que cale profundamente en su existencia y se encarne permanentemente en su vida; y allí sí, pueda dar el paso al presbiterado.
El marco del Año Vocacional diocesano que estamos celebrando exige que tengamos especialmente presente esta dimensión evangélica del servicio. Es verdad que es una dimensión propia de toda vida cristiana, pero requerida de un modo particularísimo para todos aquellos que estamos llamados a vivir una especial consagración en la Iglesia, ya sea en el ministerio sacerdotal, en la vida consagrada o en el servicio misionero.
Dirigimos nuestra mirada y nuestra súplica a María. Ella se declaró sierva del Señor en la anunciación (cfr. Lc 1,38) y se mostró servidora de los hermanos al salir al encuentro de Isabel, la mujer ya grande y embarazada que necesitaba de su ayuda (cfr. Lc 1,39ss.). Con ella le pedimos al Señor por vos, Nicolás, para que modele tu corazón diaconal: que, en el ejercicio de este ministerio, el servicio se haga carne en vos, en tu vida, al estilo de Jesús y de María.
Mons. Héctor Luis Zordán M.Ss.Cc,, obispo de Gualeguaychú