Miércoles 25 de diciembre de 2024

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90 años de la muerte de Hipólito Yrigoyen

Homilía de monseñor Víctor Manuel Fernández, arzobispo de La Plata, en la misa por los 90 años de la muerte de Hipólito Yrigoyen (9 de julio de 2023)

Es muy bello contemplar lo que nos muestra este Evangelio de hoy. Cristo nos dice: “vengan a mí los que están cansados y agobiados”. Como ven, no se presenta como alguien que viene a controlarnos o a juzgarnos sino a darnos descanso en medio de las luchas y los cansancios de la vida. La fe, cuando es sana y verdadera, es descanso, alivio y fuerza para seguir caminando. Cuando es inadecuada, fanática o enfermiza, nos puede arruinar la vida.

Pero las lecturas bíblicas de hoy también nos presentar un valor casi despreciado en el mundo de hoy: la humildad, tan apreciada por los grandes maestros espirituales de todos los tiempos.

Lo que pasa es que a veces se la entiende mal, como una actitud interna de retraimiento o de negación de sí que lleve a la persona a escapar de exigencias públicas y de grandes empresas, que la lleva a encerrarse con un rostro oscuro. Así, tras la apariencia de un valor se encierra una forma sutil de individualismo cómodo.

Sin embargo, la auténtica humildad se vive en medio del torbellino de las relaciones humanas, en la discusión, en la planificación de grandes objetivos comunitarios, en una actividad social muy exigente, etc.

¿Para qué sirve la humildad? Te libera de la obsesión por tu apariencia y así podés ahorrar un montón de energías que podés usar para el bien.

Si tenés un corazón humilde podés escuchar a los demás con atención e interés, aceptando que los demás puedan tener una visión de la realidad más clara que la propia.

Pero fíjate que una sana humildad también te permite decir una verdad con convicción, sin ocultarla por temor a ser rechazados. Vos estás convencido, y decís esa verdad con buen tono, sin temor a quedar mal.

Si sos humilde, también podés proponer algo que te parece justo aunque eso no sirva para la propia fama. Podés emprender un diálogo hasta el fondo, sin el temor de quedar mal parado.

Pero además podés relativizar una opinión propia cuando los demás te muestran que no es tan clara, y entonces siempre podés aprender algo nuevo.

Vemos entonces que, bien entendida, la humildad tiene un altísimo impacto social, y es lo que vemos en los más grandes personajes de la historia.

Hoy, en este día de la Patria, venimos a pedirle ayuda a Dios para que derrame en los dirigentes y en todos nosotros, este espíritu. Pero coincide con que esta semana se celebran los noventa años de la muerte de Don Hipólito Yrigoyen.

Para alimentar nuestra convicción democrática como Nación, cabe recordar a los grandes hitos de nuestra vida democrática. Uno de ellos es Don Hipólito Yrigoyen, de quien se cumplen 90 años de su muerte.

Don Hipólito no sólo se preocupaba por defender la democracia sino por mejorarla. Porque cuando uno quiere cuidar algo el asunto no es conservarlo sino mejorarlo.

Era una democracia todavía incipiente, muy imperfecta, limitada. Y Don Hipólito entendía que había que dar un paso indispensable: el voto popular. Luchó por eso y mejoró las instituciones democráticas. Y fue el primer presidente argentino elegido no por una oligarquía sino por el voto popular.

En realidad, él sigue siendo una fuente de inspiración para dos grandes preocupaciones de toda Nación. Por un lado, inspira a quienes defienden las instituciones de la democracia y por el cultivo de los valores cívicos. Pero también inspira a otros para dar voz también a los despreciados y para defender los derechos sociales. De hecho fue una fuerte inspiración para Eva perón, por ejemplo.

Ojalá también hoy podamos sostener esta preciosa síntesis sin dejarnos cautivar por extremos dañinos.

Si quisiéramos, podríamos encontrarle algunos defectos y errores a Don Hipólito. A todos les podemos encontrar algo. Pero no queremos caer en la ideología de la cancelación, que desde un supuesto pedestal de perfección cancela, anula a cualquiera que tenga un defecto o un error.

Al celebrar esta Misa por el eterno descanso de Don Hipólito, en realidad estoy seguro que interpretamos un deseo de él. No sé si todos los que están aquí son creyentes. Pero él sí lo era, y un creyente practicante. Su madre le transmitió su fe y por eso se llamaba Hipólito del Sagrado Corazón. Él tenía un amigo sacerdote con quien hablaba sobre su fe. E incluso se consagró a Dios. Por eso pidió que cuando murieran lo vistieran con un hábito blanco de de terciario dominico. Por eso digo que en este acto religioso estamos honrando su voluntad.

De paso, recojamos la pasión de Don Hipólito por la Patria, por la vida democrática, por la participación, por la lucha en pos del bien de todos. Y así como Don Hipólito dejó la vida democrática mejor que como la encontró, preguntémonos qué podemos dejarle a nuestra Patria tras nuestro paso por esta vida.

Mons. Víctor Manuel Fernández, arzobispo de La Plata