Miércoles 25 de diciembre de 2024

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La figura del obispo en este tiempo

Homilía de monseñor Víctor Manuel Fernández, arzobispo de La Plata, en la ordenación episcopal de monseñor Federico Guillermo Wechsung (Iglesia catedral, 15 de abril de 2023)

Hoy delante de todos ustedes se realiza algo sublime: se actualiza la sucesión apostólica. En esta ordenación se traspasa un don que ha ido comunicándose de generación en generación y que se remonta al mismo Cristo. O dicho de otro modo, ese don sobrenatural que Cristo dio a sus apóstoles, los apóstoles lo han comunicado a otros y así ha ido traspasando los siglos y los tiempos y llega hasta el día de hoy, de manera que en esta celebración, a través de mí, se comunica a Federico que va a ser con todas las letras sucesor de los apóstoles. De hecho, después de la muerte de Judas, los Apóstoles inmediatamente ordenaron a Matías para que ocupara su lugar.

Este don de Dios recibido en la ordenación, con la finalidad de que cuides a la Iglesia, es algo que tenés que mantener vivo. Porque fácilmente queda sepultado debajo de intereses personales, preocupaciones propias de la autoestima baja, necesidades egoístas y vanidosas. Entonces hay que volver a pedirle al Espíritu Santo que reavive el auténtico sentido de este ministerio, como exhorta la Biblia (2 Timoteo 1,7-9):

“Por esto te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está en ti por la imposición de mis manos. Porque no nos dio el Señor a nosotros un espíritu de timidez, sino de fortaleza, de caridad y de templanza”.

Timoteo había sido ordenado para ser colaborador de Pablo, así como, salvando las distancias, ahora por unos años te tocará ser mi colaborador:

“No te avergüences, pues, ni del testimonio que has de dar de nuestro Señor, ni de mí, su prisionero; sino, al contrario, soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio, ayudado por la fuerza de Dios, que nos ha salvado y nos ha llamado con una vocación santa, no por nuestras obras, sino por su propia determinación y por su gracia”

Y en otra parte insiste: “No descuides el carisma que hay en ti, que se te comunicó por intervención profética” (1 Timoteo 4,14).

Se te confía cuidar la Iglesia, la esposa amada de Cristo, aunque tengas que dar la sangre, pero sabiendo que no es tuya. Por eso dice en los Hechos de los Apóstoles: Tengan cuidado de toda la grey, en medio de la cual el Espíritu Santo os ha hecho obispos para pastorear la iglesia de Dios, la cual Él se adquirió con su sangre” (Hch 20, 28) 

Pero más allá de la sucesión apostólica que hoy se plasma en esta celebración, este es un sacramento que Cristo mismo comunica. Es decir, Cristo mismo te toma, te une a su ministerio, y te hace su obispo. Para eso derrama hoy su Espíritu Santo. Porque no hay don que no se funde en el amor, por eso lo primero que se da es el Espíritu Santo, que es el Amor.

Por eso lo más importante hoy: la receptividad. Dejarse tomar. No caben aquí los consejos sobre mitras, báculos, anillos… Es infinitamente más que eso.

Quisiera destacar que te toca ser sucesor de los Apóstoles en un momento histórico de cambios impresionantes y veloces que afectan especialmente a la Iglesia y la obligan a repensarse.

Algunos siguen hablando del gran poder de la Iglesia en Argentina, en una época en la que percibimos como nunca nuestra propia fragilidad y nuestros límites. Tantas leyes como la del aborto fueron saliendo sin que al poder le importara mínimamente la opinión de la Iglesia. Mientras sectores extremos presionaban diciendo que el embrión humano no es más que un gusano o un montón de células sin valor, desde el gobierno decían: “El Papa tiene que entender que es un tema de salud pública”. Nuestras convicciones sobre el valor inalienable e intocable de toda vida humana no tuvieron incidencia alguna.

Tampoco tenemos manera de controlar lo que se diga de nosotros, aunque sea falso, no sabemos cómo defendernos y cualquier cosa que digamos se considera casi un delito. Tampoco tenemos recursos económicos para tantas cosas que necesitamos hacer, las cuentas de muchos obispados están en rojo hace rato, no tenemos reservas para cubrir las enormes contingencias que se nos pueden presentar. Hace rato que queremos renunciar a las asignaciones del Estado a los obispos, que ahora son unos 60.000 pesos mensuales. Yo renuncié hace rato, pero como bloque nos ha llevado varios años para que recién ahora estemos en condiciones de concretarlo. Un trámite en los organismos públicos nos cuesta tanto tiempo e insistencias como a todos. ¿Dónde está el poder? Al mismo tiempo, mirando la historia de la Iglesia, tenemos conciencia de muchas fragilidades y errores cometidos.

Muchos pensamos que esta situación es providencial. Que nos hace libres, para vivir aferrados sólo al amor de Dios, a la alegría de Jesús, al deseo de vivir y comunicar su Evangelio, pequeños como somos pero infinitamente amados. Ojalá eso se convierta en realidad en nuestros corazones gracias a los golpes y a los límites que hoy nos toca enfrentar.

Pero esto tiene que iluminar tu forma de imaginar tu episcopado Federico. Si querés que sea feliz, sano, fecundo, renuncia de entrada a toda pasión por mitras, sotanas filettatas, báculos, pleitesías, muestras de poder mundano, buena imagen pública. Todo eso lo único que haría es hundirte en un mar de sufrimiento interior y de sensación de fracaso.

Más bien pedí que el Espíritu Santo en este día fortalezca tu confianza. La vas a necesitar, porque bien dijo San Agustín que el Episcopado es un peso, una carga pesada. Y si lo era en aquella época, más aún lo es ahora. Es imposible tener todo bajo control, todo cerrado con moñito, todo ordenado y asegurado, y tenés que vivir con una buena cuota de incertidumbre y humildad.

Que el Señor te conceda sencillamente ser receptivo ante el don del Espíritu Santo que esta noche se derrama, es dejarte tomar y dejarte bendecir. Eso para vos, pero también para nosotros, porque el don que Dios te da es para derramarlo en los otros.

A su vez, a partir de la ordenación estrechás más que nunca tus lazos con la Iglesia, de tal modo que cualquier sufrimiento de la Iglesia será tuyo, cualquier humillación de ella será tuya. No te podés separar y decir: “Ah eso a mí no me toca”. “Ah ese es un tema de la Iglesia pecadora, yo no tengo nada que ver!. “Ah pregúntele al Papa o al Arzobispo”.

No te ordenás para mostrarte, para salvarte vos, para mostrar que sos diferente al resto, para ser adulado. Te ordenás para que la suerte de la Iglesia sea la tuya. Porque Cristo te la encomienda, y él ha dicho que la Iglesia es su esposa amada. Si aceptaste ser obispo, cuidar a la Iglesia de Cristo será tu desvelo, cueste lo que cueste, sea políticamente correcto o no, guste o no guste, caiga bien o caiga mal a los oídos de la sociedad o de los medios.

Y te ordenás porque te lo propuso el Papa Francisco, y te lo propuso para que lo acompañes en el camino que él presenta en Evangelii gaudium, de regreso al corazón del Evangelio, de vuelta a lo esencial, de fervor misionero, de sentido social.

Por eso, el amor a la Iglesia tiene que ser también amor a la tierra, al pueblo, a las personas, ayudar a que la Iglesia pueda conversar con el mundo, sea capaz de sintonizar en aquello que pueda haber en común, porque el Espíritu Santo siembra cosas buenas en todas partes con una enorme libertad divina.

Mañana mismo empieza la áspera rutina, bajamos del monte de la transfiguración y las alegrías del ministerio se mezclan con angustias, contradicciones, reproches, cansancios, rutinas, incertidumbres, inseguridades, momentos duros.

¿Pero acaso no es así la vida de los laburantes, que no saben si el mes que viene tendrán trabajo, que temen por sus hijos y a veces les da miedo que salgan a la calle, que no saben cómo ayudar a sus seres queridos? Uno muchas veces deja de ser llorón cuando empieza a mirar las cargas de los demás. Por eso cuando un sacerdote me expresa sus agobios, trato de ayudarle a ver que no son más pesados que los de una enfermera, un médico de guardia, un asistente social, una madre…

Claro que todo se vuelve más pesado si uno pone como objetivo el éxito, el reconocimiento, la gratitud de los demás, o la obsesión por cumplir determinados objetivos y que todo cierre perfectamente. Cuando uno se pone esos objetivos, está condenado a sufrir, a dormir mal de noche, a enfermarse.

Para aliviar el peso necesitás confiar en los caminos inescrutables de Dios, y pedir la gracia de la confianza total. Creé intensamente en lo que le dijo Jesucristo a San Pablo: “Te basta mi gracia, porque mi fuerza se manifiesta perfectamente en tu fragilidad”. O, repetí, como dice el mismo Pablo “Yo sé en quién he puesto mi confianza”. Esa confianza es contracultural, es una locura, no parece lo más conveniente según los criterios de este mundo, pero es parte de la locura del Evangelio. Y confiando en el misterio de Dios tenés la certeza de que, por la gracia de Dios aun de los fracasos, cruces y humillaciones Dios sacará algo bueno de vos para su pueblo.

Y serás fecundo porque te has dejado amar por Dios y le has permitido al Espíritu Santo que lleve tu vida. Por eso decía san Pablo: “Nos gloriamos aun en las tribulaciones, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado”. Pase lo que pase tu certeza es la de ser infinitamente amado, y no hay nada más importante, más intenso y más seguro que eso. “Permanezcan en mi amor” dice Jesús”, y así “darán mucho fruto”. No son éxitos, es la fecundidad que el mundo no puede reconocer ni valorar.

Ya te habrán dicho: “¡Qué bien Federico!”. Eso pasa fugazmente como la hierba del campo y se lo lleva el viento como un soplo. Sin embargo nos alegramos igual, pero por algo menos personal: a partir de hoy habrá más gracia para cada uno de nosotros, habrá más gracia para la arquidiócesis de La Plata, habrá más gracia para el mundo. ¡Gloria a Dios!

Mons. Víctor Manuel Fernández, arzobispo de La Plata