Mons. Castagna: 'El mundo necesita sintonizar con la Palabra'
- 30 de agosto, 2024
- Corrientes (AICA)
"Para ello tendrá que aceptarla con humildad y con el propósito de referir a Cristo - Palabra eterna - sus principales manifestaciones históricas", afirma el arzobispo emérito de Corrientes.
Monseñor Domingo Castagna, arzobispo emérito de Corrientes, consideró que "el mundo, que se destaca por sus geniales construcciones, necesita recibir la Palabra de Dios y sintonizar con ella".
"Para ello tendrá que aceptarla con humildad y con el propósito de referir a Cristo -Palabra eterna- sus principales manifestaciones históricas", afirmó.
"El ministerio apostólico, como está en la Iglesia católica, se pone al servicio del anuncio de la Palabra de Dios y, de la práctica de la fe, suscitada por ella", sostuvo.
El arzobispo invitó a repetir "la primera y simple predicación de Jesús: 'El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia".
Texto de la sugerencia
1. La Voz que clama en el desierto. Juan Bautista prepara la llegada y el ministerio de Jesús. El anuncio del Profeta Isaías resuena en las sinagogas de Israel. El anunciado por el Profeta, y pre cursado por el Bautista, se presenta, con toda su juventud, ante un pueblo que espera la llegada del Mesías. Su mismo primo y Precusor, lo destaca e identifica, junto al rio Jordán. El Espíritu Santo desciende sobre Él, y el Padre testimonia su naturaleza divina y su misión entre los hombres. Así debemos considerarlo al referirnos a Cristo. Escucharlo incluye obedecerlo, y caminar decididamente en su seguimiento. Juan se presenta ante el pueblo, para convocarlo a la conversión y a la penitencia. Para corregir la confusión, que intenta convertirlo en el Mesías, recuerda lo que dice de él Isaías: "Mira, yo envío a mi mensajero delante de ti para preparar el camino" (Marcos 1, 2). En la otra parte del texto, del mismo Profeta, se produce la presentación que hace el Bautista de sí: "Una voz grita en el desierto: "Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos" (Ibídem). La grandeza de Juan Bautista, como la de José, está en someterse a la voluntad de Dios Padre. La firmeza de la fe constituye un común denominador entre los santos. Como fruto de la misma se produce la fidelidad a la verdad. La consecuencia de esa fidelidad -en Jesús y en los santos- es el aislamiento que intentan imponer quienes no soportan la verdad. Recordemos la reacción de muchos seguidores de Jesús ante el anuncio de la Eucaristía: "dejaron de acompañarlo". El Señor no deja de predicar la Verdad aunque una parte importante de su auditorio no le crea. Para entender las enseñanzas de Jesús será preciso hacer propia la humildad del mismo Maestro. Siempre asume un humilde segundo lugar, siendo el verdadero protagonista de la Verdad que expone. En el rio Jordán, se alista con los penitentes, no teniendo necesidad de hacer penitencia. Juan, otro humilde, manifiesta que su misión es meramente precursora; se resiste a bautizar a quien será el autor del verdadero Bautismo. Finalmente obedece a Dios, al someterse humildemente a la voluntad de Jesús. Éste, siendo niño y adolescente, se someterá a quienes -en el hogar de Nazaret- representan a su Padre: María y José.
2. Juan hace audible la Palabra. La misión de Juan el Bautista cobra un relieve propio y asombroso. Se convierte en la voz de la Palabra. Su importancia se manifiesta al hacer "audible" la Palabra, o sea, a que el pueblo reconozca en Cristo, al Mesías Salvador. Es conmovedor ver a Juan moverse, ante los ojos asombrados de quienes acuden a él, para, al llegar Jesús, desaparece humildemente. El destino de los santos es la desaparición en la pobreza y el olvido. La cumbre de la santidad es la cruz, para morir desnudo en ella como Él, humillado como Él. La recompensa es estar a la derecha del Padre, con Jesús, María y todos los santos. Es el Cielo, prometido a quienes aman a Dios: "Nosotros anunciamos, como dice la Escritura, lo que nadie vió ni oyó y ni siquiera pudo pensar, aquello que Dios preparó para quienes lo aman" (1 Corintios 2, 9). Juan Bautista es un prototipo, del que cada cristiano debe aprender. Es así que, en ellos, el mundo se encuentra con una imagen auténtica de Cristo. Para hacer presente lo que no se ve ni se hace oír, sino por la fe. Hoy, como en tantos momentos de la historia, Jesús resucitado, quiere estar entre los hombres para transmitirles su paz, que el mundo no puede dar. Paz, que es fruto de la armonía que se establece entre el consentimiento de la voluntad humana con la voluntad del Padre. La religión no constituye un cúmulo de preceptos de difícil observancia y de ritos prolijamente pergeñados. Jesús nos enseña que la verdadera religión es un cordial encuentro con Dios Padre -en Él- regulado principalmente por el amor. El mundo necesita recuperar la dimensión trascendente de su vida. Jesús vino a despertar la conciencia de su presencia atribulada en el espacio nocturno de Getsemaní. Hagamos mención de su oración, en la soledad del huerto, rodeado de unos amigos vencidos por el sueño y la tristeza. Es entonces cuando va ascendiendo a la cumbre de su misión redentora, que será alcanzada el día siguiente. Cristo ha ganado el derecho de ser nuestro Rey, pagando un alto precio con el derramamiento de su sangre. La Iglesia celebra ese misterio de amor. Lo debe exponer mediante su Palabra autorizada y la celebración de la Eucaristía. Lo hace enfrentando la incredulidad imperante y la debilidad de fe de los mismos cristianos. Amar a Dios es amar a Cristo. La vida cristiana fundamenta la fidelidad a Dios en el primer mandamiento, y en el segundo, semejante al primero.
3. Juan termina su misión y Jesús inicia la suya. El bautismo de Jesús, en el rio Jordán, constituye la ocasión de presentarse como el cumplimiento de las profecías y de las expectativas del pueblo. Es el Padre quien lo identifica: "Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección" (Marcos 1, 11). Es el Hijo de Dios encarnado y ejecutor del plan divino de salvación de los hombres. Ese es Cristo, para ocupar su puesto, preparado por Juan, próximo a desaparecer en una mísera celda. De inmediato Jesús inicia su misión: "Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia" (Marcos 1. 14). En el plan de Dios se produce un cambio de guardia: Juan termina su misión y Jesús inicia la suya. En Cristo toda profecía llega a su plenitud que, en Juan, halla su anticipo inmediato. Los Profetas anuncian la Palabra de Dios, Jesús es la misma Palabra de Dios encarnada. Cuando anuncia el acercamiento del Reino, trasciende sus propias palabras, el Rey del Reino de Dios es Cristo, por lo tanto -en Él- el Reino ha llegado. La predicación de Jesús está impregnada del anuncio de la llegada definitiva del Reino. A través de bellas parábolas Jesús habla del Reino de Dios y de las disposiciones para ser parte de él. La condición principal para entrar en el Reino de Dios es la conversión. Ya lo había anticipado Juan el Bautista. Jesús la hace objeto de su primera incursión misionera. Sus primeros seguidores deben adoptar un cambio que responda exactamente a la exhortación del Divino Maestro. El comportamiento de aquellos primeros discípulos se manifiesta atravesado por hondas contradicciones. Pedro es el ejemplo de actitudes, inspiradas por el Padre, y otras, promovidas por el Maligno. El mismo Apóstol está dispuesto a morir por su Señor, y, de inmediato lo niega, vencido por el miedo y la cobardía. No obstante, el Señor no desiste de sacarlos buenos, hasta capaces de enfrentar el martirio. Los santos Apóstoles se constituyen en el fundamento sólido de su Iglesia. Aunque la eficacia salvadora de la misma no depende de la santidad de los ministros sagrados, la fidelidad de los mismos constituye el testimonio de esa sobrenatural eficacia. La ingenuidad de muchos cristianos inspira la súplica para obtener muchos sacerdotes, olvidando pedir lo principal: que sean santos. La historia de la Iglesia demuestra que un sacerdote santo es más benéfico que centenares sacerdotes mediocres.
4. El mundo necesita sintonizar con la Palabra. Aquella predicación inaugural de Jesús, se hace actual y urgente, en los labios de la Iglesia, que todos los bautizados integran. Es preciso prolongarla, enfrentando una actualidad cargada de desafíos. Podemos comprobarlo echando una simple mirada a los acontecimientos que nos ocupan y preocupan. El mundo, que se destaca por sus geniales construcciones, necesita recibir la Palabra de Dios y sintonizar con Ella. Para ello tendrá que aceptarla con humildad y con el propósito de referir a Cristo -Palabra eterna- sus principales manifestaciones históricas. El ministerio apostólico, como está en la Iglesia Católica, se pone al servicio del anuncio de la Palabra de Dios y, de la práctica de la fe, suscitada por Ella. Repitamos la primera y simple predicación de Jesús: "El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia".+