Mons. Castagna: 'Reconocer a Cristo ante los hombres' 

  • 9 de agosto, 2024
  • Corrientes (AICA)
"Nos corresponde imitar al Padre y testimoniar a Cristo, en medio de la incredulidad reinante", planteó el arzobispo emérito de Corrientes en sus sugerencia para la homilía dominical.

Monseñor Domingo Castagna, arzobispo emérito de Corrientes, recordó que "Jesús se presenta con su identidad de Dios y Hombre. No busca ser calificado por los poderosos de este mundo".

"El Padre se ocupa de dar testimonio de su Hijo, hecho hombre", sostuvo en su sugerencia para la homilía dominical. 

"Nos corresponde imitar al Padre y testimoniar a Cristo, en medio de la incredulidad reinante", planteó.

Tras subrayar que "Jesús destaca la importancia de reconocerlo ante los hombres", señaló que "la consecuencia es el reconocimiento de Cristo ante el Padre: 'Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo'".

El arzobispo emérito afirmó que "ese reconocimiento incluye la obediencia estricta a sus mandatos, arriesgándose a la persecución y a la muerte".

"El martirio de tantos cristianos, cruento e incruento, exhibe los extremos, en esos acontecimientos, registrados históricamente", ejemplificó.

"Ciertamente, la vida cristiana causa un estado martirial en quienes se disponen a profesarla y practicarla. Jesús no disimula el destino de persecución que padecerán sus discípulos, semejante al suyo. Porque: 'Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí", concluyó.

Sugerencia para la homilía
1. El Pan bajado del cielo. En continuidad con los domingos anteriores Jesús se presenta como el gran revelador del Padre. Viene de parte del Padre, convertido en el Pan bajado del Cielo. Cristo es el Pan que necesita el pueblo para recuperar la salud (y la Vida) que ha perdido por causa del pecado. Concluye este texto con una nueva referencia a la Eucaristía: "El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo" (Juan 6, 51). Todo el mundo, y sus habitantes, necesita a Cristo, hecho alimento esencial: Pan bajado del cielo, "tierno y partido". Ante algunos acontecimientos degradantes cedemos, fácilmente, al juicio y a la condena de sus agentes responsables. Sin embargo, Jesús nos exhorta a imitar al Padre "que hace descender el sol y la lluvia sobre buenos y malos". Es preciso recordar, a quienes sean, que el Padre les ofrece su misericordia, con tal que lo deseen sinceramente. Nuestra tarea evangelizadora está precedida  y acompañada por el testimonio de los creyentes, capaces de despertar la conciencia de los más extraviados.  El ministerio pastoral de la Iglesia está orientado a lograrlo. Lejos de su propósito está imponer, contra la voluntad libre de las personas, lo que entra en el corazón únicamente por el amor. La parábola del "hijo pródigo" describe la senda que deben transitar quienes deseen  volver a Dios: Padre Bueno y tierno.  Si buscan un Dios justiciero implacable y vengador contra quienes delinquen, se llevarán la mayor de las sorpresas.  La descripción del padre, que Jesús ofrece, es la que corresponde al Padre, transmitida en su bella parábola. Es conveniente constituirla en la única, y comportarnos como el humillado y andrajoso hijo de la parábola; sin otro propósito que buscar el calor del abrazo paterno y sentir la caricia de su beso. Gran sorpresa la de aquel joven arrepentido y humillado. La realidad supera lo imaginado. La santidad, como vida creyente, es una fiesta, ofrecida por el Padre, a causa del regreso y recuperación de su hijo menor. Esta es la verdad; la vida humana adquiere su exacta dimensión cuando es reconocida y acogida sin condiciones.

2. Cristo, modelo de nuestro comportamiento filial. Jesús nos transmite lo que recibe de su Padre. Es Dios, como el Padre y el Santo Espíritu, pero que, mediante la Encarnación, se somete al Padre como el Hijo más obediente y sumiso.  Es causante de nuestra salvación y modelo de nuestro comportamiento filial y fraterno. El empeño pastoral de la Iglesia se orienta al logro de una Vida Nueva. Es la que Jesús inaugura estando en el mundo; será preciso mantener una relación constante con Él.  Únicamente de Él podemos aprender lo que necesitamos saber para ser partícipes de su Vida divina. Al atender su enseñanza, y observar - en su comportamiento - cómo plasmar lo que de Él aprendemos, nuestro lugar en la historia contemporánea cobra su propio relieve. El lenguaje humano, que nos asiste, no alcanza para expresar lo que pretendemos ofrecer a nuestro mundo sordo y mudo. Oscurecemos lo que debemos brindar a quienes están tan hambrientos de verdad. Somos complicados, el mal nos confunde e impide que logremos formular -para nosotros mismos- la Palabra que Dios nos ofrece. Nuestra vida depende de hacerla propia, en un sincero y generoso consentimiento. ¡Qué lejos estamos de lograrlo! San Juan, en el prólogo de su Evangelio, describe dramáticamente el rechazo a la Palabra. El mundo actual se encuentra en esas lamentables condiciones. Por ello, necesita que el Apóstol -en cada uno de nosotros- le predique el Evangelio, como verdadera Palabra del Padre. Solo así logrará recuperar el sendero a la Verdad y a la Vida. El anuncio debe ser claro e inconfundible. Sus expositores necesitarán adherirse a él, sin condicionamientos oportunistas. Son los santos quienes están en las mejores condiciones para la tarea evangelizadora.  Porque son quienes se empeñan en vivir siempre en obediencia al Padre. La exhortación de Jesús a sus discípulos es reiterativa: hacer la voluntad del Padre, como Él. El mundo no tiene en cuenta la voluntad de Dios para ordenar su vida, y excluye su conocimiento en la construcción de sus principales estructuras. ¿Gravita esa divina voluntad en nuestros acontecimientos más importantes? Parece que no. La Iglesia, y todos sus miembros, están urgidos en confrontar con el Evangelio el compromiso que los vincula con el mundo. Es oportuno y excelente decisión, aplicar la voluntad del Padre, transmitida por Cristo. El tradicional "examen de conciencia" no es más que una oportuna confrontación de nuestro comportamiento con la voluntad del Padre.

3. El auxilio de la gracia de Cristo. Hemos creado estereotipos al margen de las expresiones legítimas de la voluntad de Dios. El mundo, inspirado por el demonio, excluye apriorísticamente lo que Dios quiere de él, en el ordenamiento y proyección de su vida. La presentación del Evangelio, exige conversión, y el sostenimiento de la misma, mediante la penitencia. El choque entre la voluntad del Padre y lo que el mundo pretende, cobra, en algunos momentos, muy dramáticas expresiones. La gracia de Cristo viene a nosotros, como auxilio, si lo deseamos de corazón. El Apóstol Pablo, y todos los santos, atestiguan la eficacia transformadora de la gracia: "por la gracia de Dios soy lo que soy". El comportamiento moral, que inspira el Evangelio y se opone al que el mundo promueve y justifica, es inseparable de la Palabra de Dios. La predicación no debe ocultar la integridad de la Verdad Revelada y, con el valor de los grandes evangelizadores, proclamarla sin temor. El virus del error se introduce subrepticiamente entre quienes se profesan y consideran cristianos. El Evangelio constituye un llamado a la conversión, incluso para quienes lo exponen por oficio. La predicación y la catequesis están al servicio exclusivo de la presentación del Evangelio. En el ámbito que corresponde a su exposición, está el proverbial "examen". ¿Nuestra vida es testimonio del Evangelio que, como Iglesia, debemos ofrecer al mundo? La respuesta lo comprende todo, hasta el mínimo detalle de nuestra vida. Se ha producido una triste mimetización con lo peor del mundo. La Palabra de Dios debe resonar sin disimular sus radicales exigencias. La vida santa de los cristianos es insustituible en el cumplimiento de la misión que Jesús les ha encomendado. No podemos reemplazar la fuerza del carisma con proyectos, de prolija elaboración, aparentemente exitosos. Sin desmerecer la actividad de los mejores intelectuales, recordamos que la eficacia sobrenatural de la palabra evangélica procede del Espíritu, y de los carismas que Él suscita. Nos contagiamos de los criterios del mundo y nos dejamos regir por ellos. Grave error e insensata decisión. Nos entreveramos con ellos, de manera casi natural, y comenzamos a confundir los valores que la misma Iglesia nos ofrece. Lo malo se convierte en bueno y la mentira en verdad. Es preciso regresar y escuchar la Palabra sin interferencias que la deformen.

4. Reconocer a Cristo ante los hombres. Jesús se presenta con su identidad de Dios y hombre. No busca ser calificado por los poderosos de este mundo. El Padre se ocupa de dar testimonio de su Hijo, hecho hombre. Nos corresponde imitar al Padre y testimoniar a Cristo, en medio de la incredulidad reinante. Jesús destaca la importancia de reconocerlo ante los hombres. La consecuencia del mismo es el reconocimiento de Cristo ante el Padre: "Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo" (Mateo 10, 32). Ese reconocimiento incluye la obediencia estricta a sus mandatos, arriesgándose a la persecución y a la muerte. El martirio de tantos cristianos, cruento e incruento, exhibe los extremos, en esos acontecimientos, registrados históricamente.  Ciertamente, la vida cristiana causa un estado martirial en quienes se disponen a profesarla y practicarla. Jesús no disimula el destino de persecución, que padecerán sus discípulos, semejante al suyo. Porque: "Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí".+