Un joven senegalés, tras el encuentro con el Papa: 'Acarició mis cicatrices'
- 5 de julio, 2024
- Ciudad del Vaticano (AICA)
Ibrahima relató su emoción por lo vivido junto al pontífice. Dijo que le contó su historia de torturas en las cárceles libias y le entregó su libro, escrito "para dar voz" a los que no sobrevivieron.
El Papa Francisco acarició las cicatrices de Ibrahima, cerró los ojos, se emocionó y prometió rezar por los que yacen en el fondo del mar, por los hombres, mujeres y niños que siguen encerrados en las cárceles libias, por los que atraviesan el desierto del Sahara en busca de un lugar seguro.
También elevó una plegaria por los pobres de todo el mundo, por los que, especialmente en África, no tienen ninguna posibilidad de conseguir una gota de agua o un plato de comida; y por aquellos que mueren bajo las bombas.
Ibrahima Lo, que ahora tiene 23 años, tenía 16 cuando salió de Senegal en 2017, rumbo a Europa. Él, junto a la gambiana Ebrima Kuyateh, y Pato, marido de Fati y padre de Marie, muertas de sed en el desierto -el cual ya se había reunido con el Papa en noviembre de 2023-, fueron recibidos por Francisco el martes 2 de julio por la tarde en Casa Santa Marta, acompañados, entre otros, por el padre Mattia Ferrari, capellán de Mediterranea Saving Humans, y el fundador de esta ONG, Luca Casarini.
"Me emocioné cuando me llamaron porque el Papa quería vernos, conmovido y emocionado", cuenta Ibrahima. "Normalmente se lo ve de lejos, rodeado de mucha gente y, en cambio, yo estaba con él en una habitación y podía tocarlo con la mano. Me dijo: 'Ibrahima, te he visto, ¿cómo estás?, ¿dónde vives?'", contó.
"Le di mi libro, le conté mi historia y le pedí que rezara por los que sufren, que rezara también por mi amigo, que cuando estábamos en Libia, en la cárcel, soñaba con llegar a Italia para ser futbolista. Pero no lo consiguió, acabó en el mar, y el Papa me dijo que rezaría. También le conté que soy musulmán, pero que me hice scout porque creo en la fraternidad", agregó, y puntualizó que, en otro momento, el Papa le dijo: "'Todos somos hermanos y todos somos hijos de Dios'. Esto me impresionó mucho", expresó Ibrahima.
Las cicatrices que dan fuerza
Ibrahima vive en Venecia y es autor de dos libros; el último, que salió a la venta el 15 de junio, es Nuevo viaje - Mi voz desde las orillas de África a las calles de Europa, mientras que el primero se titula Pan y agua. De Senegal a Italia pasando por Libia, que incluye los testimonios de hombres, mujeres y niños, de los que consiguieron llegar al final de su periplo y de los que no. Un libro que describe esas cicatrices tocadas por el Papa, las cuales dan fuerzas a Ibrahima para seguir adelante y contar su experiencia, la de un joven que, en seis meses de viaje, habiendo salido de Senegal, sólo pasó tres semanas en libertad, ya que el resto del tiempo estuvo en cárceles libias, siendo golpeado y torturado cada día.
"Una vez que esos libios vinieron a la celda y nos dijeron que para salir de la prisión tendríamos que pagar un dinero que no teníamos, nos ordenaron que les diéramos el número de teléfono de alguien que pudiera pagar por nosotros. Cuatro de nosotros -dos nigerianos, un gambiano y yo- no teníamos a nadie", y los captores libios mataron a los otros tres ante los ojos de Ibrahima. La defensa de este chico de sólo 16 años contra las palizas de sus verdugos fueron sus manos: lo único que pudo hacer fue levantarlas para proteger su cabeza, y son ellas las que llevan hoy las cicatrices que fueron acariciadas por el Papa.
Moussa, Farah y los que no sobrevivieron
Ibrahima, en Senegal, sólo tiene una tía. La decisión de marcharse a Europa le viene desde la orfandad, con el sueño de convertirse en "periodista, para dar voz a los que no la tienen". E incluso en un viaje tan duro, consiguió hacer amigos, la gente que se encontró por la calle, con la que intercambió contactos de las redes sociales. "Pero muy poca gente me contestó, lo que significa que no consiguieron llegar", cuenta con pena.
El recuerdo que siempre llevará consigo es el rescate, el suyo y el de todas las personas que iban en la lancha neumática con él. Ese fue el preciso momento en que cesó el miedo. "Era el miedo que teníamos por lo que estaba detrás, no delante, porque teníamos miedo de que nos devolvieran a los libios; y, en ese momento, hubiera sido mejor morir en el mar que volver a Libia para experimentar un sufrimiento sin fin". Ibrahima recuerda que, junto con el suyo, hubo otro rescate, pero de sólo cuatro personas: el otro centenar o más que iban en aquella lancha neumática subieron al barco de la ONG en "sacos negros, y fue entonces cuando me di cuenta de que no lo habían conseguido".
Como no lo consiguieron Moussa o Farah; el primero era 'mi amigo, que soñaba con ser futbolista', ella, en cambio, Farah, 'era una mujer orgullosa: cuando estábamos en Libia, los libios la sujetaban y la arrastraban a la fuerza'.
El Papa habló a Ibrahima y Pato de las cicatrices, las del cuerpo y las del corazón, para las que, según repitió el joven senegalés, "no hay medicina, ni médico, ni siquiera un hospital", porque son enfermedades que los muchos Ibrahima llevarán siempre consigo.+