Mons. Castagna: 'La diversidad que construye la unidad'
- 24 de mayo, 2024
- Corrientes (AICA)
"La Santísima Trinidad es perfecta unidad en la diversidad", destacó y advirtió: "El intento por imponer un discurso único es un atentado contra la diversidad, constructora de la auténtica unidad".
El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Castagna, recordó que “la Santísima Trinidad es perfecta unidad en la diversidad de las Personas que la constituyen”.
“El intento por imponer un discurso único es un atentado contra la diversidad, constructora de la auténtica unidad”, advirtió en la sugerencia para la homilía.
“El mensaje evangélico reconstruye la unidad de quienes son víctimas de la dispersión. El pecado, en sus múltiples manifestaciones del mal, rompe la unidad creada por Dios. Afecta las mejores relaciones: con Dios y con las demás personas”, aseguró.
El arzobispo consideró que “mientras no se remueve la causa de la dispersión la auténtica reconciliación será imposible” y lamentó que no lo entiendan quienes “ejercen un abusivo protagonismo social y ponen continuos obstáculos a la amistad social y al buen entendimiento entre las diversas personas, instituciones y pueblos”.
“Las guerras, siempre injustas, constituyen las consecuencias inevitables del desencuentro y del egoísmo”, planteó y agregó: “Para excluirlas definitivamente de la vida de los pueblos necesitamos promover la civilización del amor”.
“Únicamente Jesús puede lograrlo. Lo hace, como lo hizo: mediante la ofrenda de su vida en la cruz”, concluyó.
Texto de la sugerencia
1. El Misterio trinitario de Dios. Expirado el Tiempo Pascual, la Iglesia retoma la escena de la Ascensión. Es allí donde encuentra la formula trinitaria y la constituye en la revelación del Misterio de Dios. El mandato misionero, con que el Señor resucitado inviste a su Iglesia, en aquellos discípulos y seguidores, revela la intención redentora y su dimensión universal: “Vayan y hagan discípulos entre todos los pueblos, bautícenlos consagrándolos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo”. (Mateo 28, 19-20) Los “pueblos”, están integrados por hombres y mujeres, en quienes Dios se ha propuesto plasmar su imagen: “Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y mujer los creó” (Génesis 1. 27). Tanto la creación como la redención del hombre, indican el destino trascendente de la persona humana. La misión de la Iglesia consiste en revelar al mundo la necesidad de restablecer esa imagen en cada persona humana, mediante el sacramento del Bautismo. El occidentalismo cristiano ha consagrado la práctica de administrar el Bautismo en una muy temprana edad. Se ha constituido, para los países cristianos, en una obligada identificación del ser humano. Esa práctica, en sus orígenes justificada por el compromiso y vivencia de fe de los padres cristianos, ha decaído en un rito casi formal, sin gravitación en las vidas de los bautizados. En el siglo pasado se sugirió una “pastoral de recuperación”, encaminada a que, quienes han recibido el Bautismo, obtuvieran o recuperaran, la plena conciencia de su identidad bautismal. La Iglesia se ha empeñado, con una catequesis supletoria, a que, quienes solicitan el Bautismo para sus hijos, restauren en sus propias vidas el valor del sacramento. Pero, no alcanza para suscitar la fe en la mayoría de las familias solicitantes. Se debe volver a la primitiva estrategia: la predicación y el testimonio de santidad. Ningún curso obligatorio suple a estas apostólicas condiciones. La pastoral actual debe ajustarse a esta estrategia. No existe otro camino para presentar el Evangelio al mundo actual, en su novedad siempre actual y eficaz.
2. Restaurar la imagen de Dios. La Solemnidad de la Santísima Trinidad constituye la ocasión de volver a lo que, en la práctica, se ha abandonado: restablecer la imagen de Dios en cada persona, y en sus relaciones mutuas, particularmente en las familias. Es el propósito del Salvador, formulado en la exhortación a la conversión y -logrado- en el perdón de los pecados. En el nombre de la Trinidad los cristianos se persignan, y recurren al signo de la Cruz para orientar las acciones más importantes de sus vidas. En nombre de la Trinidad son bautizados, e invocándola son sepultados. Es lamentable que Dios, Uno y Trino, haya sido progresivamente expulsado de la vida personal y social. O tristemente convertido en una cábala sin sentido, frecuentemente utilizada, con una compulsiva señal de la cruz, por algunos astros del espectáculo y del deporte. Necesitamos que Dios, revelado por y en Jesús, como Dios Uno y Trino, recupere su verdadera identidad y su expresión inequívoca en la Creación y en la Redención. Esta Solemnidad, al concluir el Tiempo pascual, se destaca por su contenido de verdad. Es preciso que se la tenga presente en la vida ordinaria, y, allí, que su proyección recobre su importancia pastoral y teológica. Para ello, los bautizados deben renovar su relación con Dios: el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Jesús así lo entiende en sus largas horas dedicadas a la oración. Como Hijo del hombre, cultiva la oración “con el Padre” durante prolongados tiempos, en la soledad del desierto y del monte. Es entonces cuando las Personas divinas manifiestan su esencia familiar, modelo de toda unidad humana. En esa carne nuestra que el Verbo, por acción del Espíritu Santo, toma de María Virgen, se revela la perfecta unidad. Se constituye en camino a la concreción de la unidad entre los hombres y, de esa manera, abre una fuente de gracia para quienes quieren beber de ella. Cristo consolida las principales expresiones de la unidad: la familia y la Patria. El comportamiento de Jesús revela el verdadero sentido de la autoridad. Consiste, en la composición de dos términos: autoría y unidad. Así la autoridad se convierte en “autoría de unidad”. Cristo vino a restaurar la unidad, hecha añicos por el pecado. Su ministerio consiste en llevar a cabo la unidad: con su Padre y entre los hombres. Así aprendemos que la unidad es amor, o no es unidad. Al adoptar el mandamiento nuevo del amor, y vivenciarlo, se restaura la unidad obstaculizada por el odio y la injusticia.
3. La diversidad que construye la unidad. La Santísima Trinidad es perfecta unidad en la diversidad de las Personas que la constituyen. El intento por imponer un discurso único es un atentado contra la diversidad, constructora de la auténtica unidad. El mensaje evangélico reconstruye la unidad de quienes son víctimas de la dispersión. El pecado, en sus múltiples manifestaciones del mal, rompe la unidad creada por Dios. Afecta las mejores relaciones: con Dios y con las demás personas. Mientras no se remueve la causa de la dispersión la auténtica reconciliación será imposible. Parecen no entenderlo así quienes ejercen un abusivo protagonismo social y ponen continuos obstáculos a la amistad social y al buen entendimiento entre las diversas personas, instituciones y pueblos. Las guerras, siempre injustas, constituyen las consecuencias inevitables del desencuentro y del egoísmo. Para excluirlas definitivamente de la vida de los pueblos necesitamos promover la civilización del amor. Únicamente Jesús puede lograrlo. Lo hace, como lo hizo: mediante la ofrenda de su vida en la Cruz. Enseña, de parte del Padre, que “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos”. (Juan 15, 13) En otra oportunidad, autocalificándose “Pastor”, afirma -lo que luego vivirá- :“Yo soy el Buen Pastor. El Buen Pastor da su vida por las ovejas”. (Juan 10, 11) El ideal de todo cristiano, en el seguimiento de Jesús, es llegar a la perfección del amor. Su principal exhortación se refiere al mandamiento nuevo del amor. Un verdadero desafío en el mundo convulsionado por contradicciones que dañan todo proyecto de reconciliación y de paz. La misión de la Iglesia es promover la reconciliación, para que la paz sea perdurable. Es una misión humanamente difícil, Cristo, el “Dios entre nosotros”, une, en su Cuerpo martirizado, a los más distantes. Es verdadero “pontífice”: el constructor de puentes. La reconciliación, que promueve la Iglesia, y que la asistencia permanente del Espíritu posibilita, no es simulación o negación de la verdad. Existe una especie de “diplomacia” mendaz que intenta quedar bien con todos, sin exigir conversión a nadie. El Evangelio es, todo él, verdad insobornable. Las formas deben ser como las que Jesús emplea en su relación con sus oyentes. Su sorpresiva severidad, con algunos de sus contradictores, no es mal trato sino una especie de cirugía, a veces dolorosa, que se aplica en servicio de la vida y para salvar del fantasma de la muerte. Sacude a los escribas y fariseos para que abandonen la hipocresía, que los desacredita ante Dios y ante el pueblo.
4. El Señor Jesús nos revela la identidad de Dios. Jesús habla explícitamente de la Santísima Trinidad con ocasión del mandato misionero y de su Ascensión a la derecha del Padre: “Vayan y hagan discípulos entre todos los pueblos, bautícenlos consagrándolos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir lo que yo les he mandado. Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo”. (Mateo 28, 19-20) Toda la enseñanza de Jesús desemboca en el Bautismo. Es una catequesis pre bautismal ejemplar. Es preciso recuperar la centralidad de la Trinidad en nuestra vida. Es en su intimidad donde nuestro amor se hace reconciliación con Dios y con los otros, y nos convierte en familia. Es preciso que Dios Uno y Trino nos recupere para la unidad, la que nos cuesta tanto reconstruir. Finalmente, su promesa de permanencia “hasta el fin”, garantiza la fe que profesamos desde el Bautismo y que nos consagra a la Trinidad Santísima.+