Mons. Castagna: "Hagan de todos los pueblos discípulos míos"
- 27 de mayo, 2022
- Corrientes (AICA)
El arzobispo emérito de Corrientes recordó que "el mandato misionero, formulado por Jesús el día de la Ascensión, supone la confirmación de su presencia en la vida y actividad de sus discípulos".
El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, recordó que “el mandato misionero, formulado por Jesús el día de la Ascensión, supone la confirmación de su presencia en la vida y actividad de sus discípulos”.
“La fe les permitirá saber que Cristo encabeza la misión y que, por su Espíritu, inspira las iniciativas que conducen a su Iglesia en las diversas y complicadas etapas de su historia”, afirmó en su sugerencia para la homilía dominical.
Al volver al “tema obligado de la fe”, el prelado señaló que “durante aquellos cuarenta días Jesús resucitado enseñó a creer y a responsabilizarse de la transmisión del Evangelio al mundo”.
“Hoy vivimos, como entonces, dependiendo del Magisterio de Cristo. Lo hacemos reconociendo que dicho Magisterio se expresa, asistido por el Espíritu, en el que la misma Iglesia desempeña hoy”, concluyó.
Texto de la sugerencia
1. La fe y una nueva relación con Cristo. Jesús prepara a sus discípulos para que mantengan con Él una nueva relación, en base a la fe. Sus seguidores aprenden a creer. Durante cuarenta días logran leer, en los signos que Él les presenta, su presencia salvadora. De esa manera se convierten en sus testigos y -los Apóstoles- en auténticos maestros de la fe. De ellos aprendemos lo que debemos creer, y son ellos quienes nos enseñan el modo de lograrlo, como lo aprendieron entonces del mismo Jesús resucitado. El tiempo de la fe, inaugurado entonces, es nuestro tiempo. La gracia de Cristo resucitado hace posible hoy que seamos creyentes y vivamos por la fe en Él. Es preciso estar atentos a la Palabra que escuchamos o leemos. Afortunadamente se ha producido un gran acercamiento a la Palabra de Dios, en sus diversas y legítimas expresiones. A partir del Concilio Vaticano II se destacó, en la Liturgia renovada, la centralidad de Cristo como Palabra encarnada y sacramentada.
2. La Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo. La Ascensión no es un momento de despedida, sino de cambio en la visión de su presencia real, principalmente al celebrar la Sagrada Eucaristía. Desde esa “presencia” cobran relieve otras expresiones. La Iglesia, Santa en su Cabeza y medios de santificación, es calificada por el Apóstol San Pablo: “Cuerpo Místico de Cristo” que, animada por el Espíritu Santo, es peregrina y celestial (1 Corintios 12, 12-13). Por consiguiente la Iglesia es Cristo, Maestro y Pastor, que se revela como la Palabra de Dios encarnada, y celebra la Pascua para todos, perdonando los pecados y llevando la Salvación a su momento histórico culminante. Es triste que se la desnaturalice atribuyéndole funciones que no le corresponden e impidiéndole cumplir la misión que Cristo le asignó: “Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. (Juan 20, 21) En circunstancias inexplicables, dentro de la misma Institución eclesial, se producen algunas confusiones que desdibujan la imagen que Cristo atribuyó originalmente a su Iglesia. El Santo Espíritu, que vela por su auténtica identidad, suscita personas y acontecimientos que vuelven las cosas a su lugar. Nos referimos a sus santos y a decisivos acontecimientos institucionales, como son las definiciones del Magisterio pontificio, los Concilios y los Sínodos Episcopales.
3. La Iglesia: para que Cristo sea conocido y amado. La Ascensión de Cristo a los cielos no es ausencia o alejamiento de la vida del mundo. Si Él mismo suplica a su Padre no sacar a sus discípulos del mundo, mantiene su presencia y conducción junto a quienes hoy integran la Iglesia; lo hace como su Cabeza, preservándolos del Maligno. La historia bimilenaria de la Institución eclesial es clara expresión de esta verdad. Cuando se opta por la huida del mundo, se produce un debilitamiento en el influjo evangelizador que la Iglesia debe generar. Su presencia viva y testimonial es imprescindible para que Cristo sea conocido y amado. La fe ejercitada durante los cuarenta días previos a la Ascensión debe constituir una praxis habitual en los actuales creyentes. Lejos de una concepción intimista, que encierra a sus miembros en templos y organizaciones piadosas, es su deber gravitar en la sociedad. De todos modos, le está vedado fundar la eficacia de su misión en la aparatosidad de campañas publicitarias. La predicación, en labios del Apóstol San Pablo, es un medio pobre, hasta desestimado por quienes son considerados los gestores y líderes de la cultura: “En efecto, ya que el mundo, con su sabiduría, no reconoció a Dios en las obras que manifiestan su sabiduría, Dios quiso salvar a los que creen por la locura de la predicación”. (1 Corintios 1, 21)
4. Hagan de todos los pueblos discípulos míos. El mandato misionero, formulado por Jesús el día de la Ascensión, supone la confirmación de su presencia en la vida y actividad de sus discípulos. La fe les permitirá saber que Cristo encabeza la misión y que, por su Espíritu, inspira las iniciativas que conducen a su Iglesia en las diversas y complicadas etapas de su historia. Volvemos al tema obligado de la fe. Durante aquellos cuarenta días Jesús resucitado enseñó a creer y a responsabilizarse de la transmisión del Evangelio al mundo. Hoy vivimos, como entonces, dependiendo del Magisterio de Cristo. Lo hacemos reconociendo que dicho Magisterio se expresa, asistido por el Espíritu, en el que la misma Iglesia desempeña hoy.+