En la Argentina hubo una edición de L'Osservatore Romano

  • 8 de abril, 2022
  • Buenos Aires (AICA)
Por los 50, en la Argentina se publicaba semanalmente L'Osservatore Romano, única edición fuera de Roma, con la traducción de Juan Arida.

A comienzos de los años 50, en la Argentina se publicaba una edición semanal del diario vaticano L’Osservatore Romano, que era la única que se editaba en castellano fuera de Roma, hecho que hoy aquí pocos conocen. Las traducciones las realizaba en Buenos Aires Juan Arida, joven periodista que años después desarrolló una trayectoria periodística en el diario Clarín, el semanario El Economista y otros medios.

Más de medio siglo después de ese lejano antecedente, en diciembre de 2016 comenzó a publicarse de nuevo en Buenos Aires una edición argentina en castellano, sobre la versión española que ya se publicaba pero adaptándola a los usos idiomáticos propios de nuestro país y agregando artículos propios a los provenientes del Vaticano.

AICA solicitó a Juan Arida, protagonista de aquella lejana experiencia, que la recordara en un testimonio escrito para esta agencia.

Juan Arida
Arida acaba de cumplir 96 años el 3 de abril de 2022. De vasta cultura, además del castellano, domina el francés, el italiano, el latín y el árabe. De familia libanesa, estudió en el colegio San Marón, de los Misioneros Libaneses Maronitas, en la calle Paraguay 834, en el barrio porteño de Retiro. También sabía algo de griego clásico, que pasados los años fue olvidando, y un poco de portugués, además de haber empezado estudios de alemán, que no pudo continuar.

La Acción Católica Argentina (ACA) se fundó en el país en 1931. Apenas un año después, con seis años, Juan entró en uno de los grupos iniciales de los niños de la Acción Católica, en la parroquia del Santísimo Sacramento, en el barrio porteño de Retiro. Allí fue luego aspirante de la ACA, integró el centro de jóvenes -del que fue delegado de aspirantes, encargado de publicidad y propaganda y, finalmente, presidente- y años después estuvo en la Asociación de los Hombres de la Acción Católica, siempre en la misma parroquia.

En el periodismo, fue editorialista y columnista en el diario Clarín, entre 1960 y 1971, especializado en temas de política internacional. Entre 1972 y 1975 se desempeñó en la Secretaría de Prensa y Difusión de la Presidencia de la Nación.

Luego fue columnista de temas internacionales en el periódico El Economista durante más de dos décadas. Y colaboró ocasionalmente en otros medios, como el semanario católico Esquiú y programas de radio o televisión.

Fue activo participante del Club Gente de Prensa, que reúne a periodistas que procuran mejorar su formación y su actividad profesional en consonancia con las enseñanzas de la Iglesia Católica, y formó parte de su comisión directiva.

Casado con María Cristina Raffo Benegas, tiene dos hijos: Juan y Mariana, y una nieta, Florencia.

Habiendo fallecido en 1950 su padre, Arida acompañó a su madre al Líbano para que visitara a sus hermanas, en 1953. Entonces se desvinculó de su trabajo en L’Osservatore Romano y permaneció con su madre dos años en la tierra de sus mayores. Allí consiguió un trabajo en el consulado y la legación argentina en la capital libanesa, Beirut (nuestro país no tenía aún embajada en ese país). Además de realizar tareas en la legación, estaba a cargo de la atención del público en el consulado.

Publicamos a continuación su testimonio. (Jorge Rouillon)

Edición semanal argentina de L’Osservatore Romano
En 1951, gracias a Jorge Vicién, entré a trabajar en la administración de “Martín Pereyra Yraola e Hijos”, con sede en Florida 878, casi esquina Paraguay. En el 2º piso de ese caserón vivía el mayor de los hijos, José R.A.R. (Rómulo Antonio Rafael, todos tenían cuatro nombres), a quien todos llamaban Don Pepe, y era el gerente general de la sociedad. Aunque otra rama de la familia llevaba el apellido Iraola con I latina y Jorge Vicién le decía a Don Pepe que los apellidos vascos no empiezan con Y griega, él firmaba su apellido así.

Un día pesqué una conversación en el salón de reuniones, entre Don Pepe y el padre Francisco “Paco” Rotger. Hablaban de publicar L’Osservatore Romano en castellano. Tenían todo listo… menos el traductor. Me ofrecí a hacerlo desinteresadamente, porque la idea me fascinaba.

- ¿Italiano o francés?

- Cualquiera de los dos.

Listo. La sala de reuniones se convirtió en el lugar desde dondese manejabatodo, menos la impresión: traducción, corrección de pruebas, armado de las páginas; expedición para los suscriptores, atención a los que venían a retirar una cantidad determinada para vender en la puerta de las iglesias; trato con el chinchudo Domingo Taladriz, el impresor: llevar originales, traer y devolver ya corregidas las pruebas y una vez armado el periódico, retirar de la imprenta (allá por San Juan y Boedo) y traer todo en un taxi; imprimir el nombre de cada suscriptor con la máquina Addressograph que tenía la Obra Cardenal Ferrari, llevar todo al Correo Central (tenían que estar empaquetados por cada línea de ferrocarril por separado, y por orden de distancia); y alguna otra cosita que me puedo estar olvidando.

Adrede puse en bastardilla se manejaba, porque en verdad Yo hacía todo eso. Todo, menos firmar los cheques. Para eso estaban los tres gerentes de Petrus S.R.L.: José Pereyra Yraola, Federico Videla Escalada y Tristán Achával Rodríguez.

Al principio era “El Observador Romano”, para ver cómo salía. Y en un par de meses pasó a ser “L’Osservatore Romano–Edición Semanal Argentina”. Era la única que se hacía fuera del Vaticano.

Los originales escritos a máquina nos llegaban por gentileza de Aerolíneas Argentinas. Escritos en máquinas diversas, lo que habla de varios autores. De las oficinas de AA avisaban por teléfono, y yo iba a buscarlos a Florida y Rivadavia. El padre Rotger seleccionaba el material (siempre un poco más de lo necesario), y dale Juan Arida, a traducir.

Paco Rotger tenía una banca increíble en el Vaticano. Entraba en las oficinas de Pío XII como Pedro por su casa. Hasta le pidió el solideo para regalárselo a Rafael Ayerza, que era el que le costeaba los viajes a Roma.


 
El padre Francisco Rotger, de la Compañía de San Pablo, en 1972, en el centro de una góndola en Venecia,
con el Papa Pablo VI y el cardenal patriarca de Venecia, Albino Luciani, que sería luego el papa Juan Pablo I.

El padre Rotger era de la Compañía de San Pablo, comunidad de laicos y sacerdotes fundada en Milán en 1920 y presente desde 1927 en la Argentina, donde estableció la Obra Cardenal Ferrari, que impulsó, entre otras iniciativas, la escuela de periodismo del Instituto Grafotécnico. En los años cincuenta, la Obra tenía su sede en Maipú 820, casi esquina Córdoba, y en Maipú 812, en un subsuelo con entrada propia, tenía la librería Heroica.

Se podrán imaginar que yo no tenía sábados ni domingos. Lo que más me gustaba era traducir: italiano, francés y latín. Y era el latín de Pío XII, cultísimo y por lo mismo bien difícil. Y como de modesto no tengo nada, debo decir que, por las traducciones, recibí una felicitación del Secretario de la Nunciatura, Mons. Luigi Bongianino.

Todo eso duró casi dos años. Me tuve que ir al Líbano, estuve allí dos años, y le perdí el rastro.

Eso es lo que recuerdo después de 70 años…

Juan Arida aridajuan@gmail.com.+