Jueves Santo: El Papa preside la Misa Crismal en la basílica vaticana
- 1 de abril, 2021
- Ciudad del Vaticano (AICA)
"Quien abraza el Evangelio lleva siempre una cruz", dijo Fracisco y subrayó que la hora del anuncio de la alegría y la hora de la persecución "van juntas".
“La palabra de Jesús tiene el poder de sacar lo que se lleva en el corazón, que suele ser una mezcla, como el trigo y la cizaña”, recordó el papa Francisco esta mañana en la Misa Crismal celebrada en el Altar de la Cátedra de la basílica vaticana.
A la celebración asistieron un número limitado de fieles y miembros del Consejo Presbiteral de la diócesis de Roma que renovaron las promesas hechas el día de su ordenación.
Durante la misa se consagró el crisma y se bendijo el óleo de los catecúmenos y los enfermos. El diácono vertió sustancias perfumadas en el ánfora que contenía el aceite del Santo Crisma. El Papa, después de soplar sobre la ampolla crismal, pronunció una oración. El diácono luego vertió las sustancias perfumadas en el ánfora que contenía el aceite del Santo Crisma. Todos los concelebrantes, sin decir nada, extendieron su mano derecha hacia el Crisma hasta el final de la oración.
Evangelio y Cruz
En su homilía, Francisco afirmó que “el anuncio del Evangelio está siempre ligado al abrazo de una Cruz concreta”. “La suave luz de la Palabra genera claridad en los corazones dispuestos y confusión y rechazo en los que no lo están”. “Esto -explicó Francisco- lo vemos constantemente en el Evangelio”.
La buena semilla sembrada en el campo da fruto pero también despierta la envidia del enemigo que obsesivamente empieza a sembrar discordia durante la noche. La ternura del padre misericordioso atrae irresistiblemente al hijo pródigo a volver a casa, pero también despierta la indignación y el resentimiento del hijo mayor. La generosidad del dueño de la viña es motivo de gratitud para los obreros de la última hora, pero también es motivo de duros comentarios para los primeros, que se sienten ofendidos porque su dueño es bueno.
La cercanía de Jesús que va a comer con los pecadores conquista corazones como el de Zaqueo, el de Mateo, el de la samaritana, pero también provoca sentimientos de desprecio en quienes se creen justos.
Todos estos ejemplos “nos hacer ver que el anuncio de la Buena Noticia está ligado misteriosamente a la persecución y a la Cruz”.
Por lo tanto, “la Cruz está presente en la vida del Señor al inicio de su ministerio e incluso desde antes de su nacimiento. Está presente ya en la primera turbación de María ante el anuncio del Ángel; está presente en el insomnio de José, al sentirse obligado a abandonar a su prometida esposa; está presente en la persecución de Herodes y en las penurias que padece la Sagrada Familia, iguales a las de tantas familias que deben exiliarse de su patria”.
Esta realidad “nos lleva a comprender que la Cruz no es un suceso a posteriori, ocasional, producto de una coyuntura en la vida del Señor”.
Cuando llegó su hora, Jesús “abrazó la Cruz entera. ¡Porque en la Cruz no hay ambigüedad! La Cruz no se negocia”.
Otra reflexión del Papa se refiere a la acción del demonio: La serpiente, “al ver al crucificado inerme, lo muerde, y pretende envenenar y desmentir toda su obra. Mordedura que busca escandalizar, inmovilizar y volver estéril e insignificante todo servicio y sacrificio de amor por los demás”.
La Cruz nos libera del Maligno
Sin embargo, “con Jesús crucificado las cosas se invirtieron: al morder la Carne del Señor, el demonio no lo envenenó, sino que, por el contrario, junto con el anzuelo de la Cruz se tragó la Carne del Señor, que fue veneno para él y pasó a ser para nosotros el antídoto que neutraliza el poder del Maligno”.
Hay una “Cruz en el anuncio del Evangelio”, pero es “una Cruz que salva”. “Pacificado con la Sangre de Jesús, es una Cruz con el poder de la victoria de Cristo que vence al mal, que nos libera del Maligno”. “Abrazarla con Jesús y como él - dijo el Pontífice - nos permite discernir y rechazar el veneno del escándalo con el que el diablo tratará de envenenarnos cuando inesperadamente llegue una cruz a nuestra vida”. “Esto -añadió al azar- es una época de escándalos”.
No nos escandalizamos, porque Jesús no se escandalizó al ver que su buena noticia de salvación a los pobres no sonaba pura, sino en medio de los gritos y amenazas de quienes no querían escuchar su Palabra. No nos escandalizamos porque Jesús no se escandalizó por tener que curar a los enfermos y a los presos libres en medio de las discusiones y controversias moralistas, legalistas, clericales que suscitaba cada vez que hacía el bien.
No nos escandaliza que Jesús no se escandalizara de tener que dar la vista a un ciego en medio de gente que cerraba los ojos para no ver o mirar para otro lado.
No nos escandalizamos porque Jesús no se escandalizó de que su predicación del año de la gracia del Señor -un año que es toda la historia- provocara un escándalo público en lo que hoy apenas ocuparía la tercera página de un periódico.
Y no nos escandalizamos porque el anuncio del Evangelio no reciba su eficacia de nuestras elocuentes palabras, sino del poder de la Cruz.
Del modo en que abrazamos la Cruz anunciando el Evangelio -con obras y, si es necesario, con palabras- se manifiestan dos cosas: que los sufrimientos que nos causa el Evangelio no son nuestros, sino “los sufrimientos de Cristo en nosotros” y que “no nos proclamamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo el Señor” y somos “siervos por causa de Jesús”. +