En la Misa Crismal, Mons. Buenanueva animó a caminar en fraternidad
- 26 de marzo, 2021
- San Francisco (Córdoba) (AICA)
El obispo de San Francisco, monseñor Sergio Osvaldo Buenanueva, presidió el 24 de marzo en la catedral, la Misa Crismal.
En proximidad de la Pascua, la comunidad diocesana de San Francisco tuvo el 24 de marzo la celebración de la Misa Crismal, presidida por el obispo, monseñor Sergio Osvaldo Buenanueva en la catedral de San Francisco de Asís.
En su homilía, el obispo retomó el comienzo del Salmo 133, 1: “¡Qué bueno y agradable es que los hermanos vivan unidos!”. Y aclaró: “Aunque no pertenece a la liturgia de la Misa Crismal, me ha parecido oportuno invitarlos a rezar con él”.
“Sí. Es muy bueno, además de reconfortante y consolador, saborear la comunión fraterna. Es bueno, además, subrayarlo hoy, que podemos reunirnos para esta liturgia tan significativa para la vida diocesana. Todos tenemos presente la situación del pasado año con sus restricciones. ¡Cómo sentimos no poder reunirnos para celebrar juntos, en la cercanía de la Pascua, la Misa Crismal!”, recordó.
“La comunión fraterna que celebra, expresa y comunica la liturgia de la Misa Crismal es la de toda la Iglesia diocesana. Por supuesto, también de su Presbiterio. Pero la fraternidad apostólica del obispo y los presbíteros, como todo lo que significa el sacramento del orden, no se entiende sino como servicio a la fraternidad que brota del bautismo: la comunión de los hermanos y hermanas que se reúnen, convocados por el Espíritu, a escuchar la Palabra y a alimentarse del Pan del Resucitado, la Eucaristía. Y, así confortados, comunicar a los hermanos la esperanza y la alegría del Evangelio”, expresó.
“Con pocas palabras, este salmo forma parte de aquel grupo de quince oraciones que llamamos: los ‘Salmos de la subida’, que acompañaban a los judíos piadosos en su peregrinación hacia la ciudad santa de Jerusalén. Están incorporados a la liturgia cristiana porque también los discípulos de Cristo somos peregrinos”, explicó.
Peregrinar, señaló, “es caminar juntos, pero también cantar la esperanza que nos anima. Tenemos una meta que da sentido y orienta nuestra marcha. Por eso, caminamos y cantamos al Dios que también camina con nosotros. Cantamos a coro, como los israelitas al pasar el Mar Rojo y celebrar el regalo de su libertad”.
“El crisma y los óleos que estamos a punto de consagrar y bendecir nos comunican, cada uno a su modo, ese don suave y perfumado de la comunión fraterna que viene a nosotros del corazón de la Trinidad”, afirmó.
“La unción del Espíritu del Hijo nos trabaja silenciosa y discretamente para que lleguemos a ser hijos e hijas del Padre, miembros vivos de una familia de hermanos. El Espíritu Santo teje pacientemente, en nosotros y con nosotros, la trama delicada de la fraternidad”, continuó el prelado.
Ese, consideró, “es el misterio de la ‘Iglesia-familia’ que hemos destacado tantas veces en nuestro camino pastoral diocesano. Nos hemos sentido iluminados por este ícono y animados a dejarnos transformar por él en nuestros sentimientos, actitudes y opciones”.
Y refiriéndose a las sequías, consideró que una de las peores que podemos experimentar “es la del corazón que se cierra y endurece, volviéndose hosco y amargo, murmurador y quejoso. Parece no dejar espacio en él para el Dios de la vida, que nos unge con el óleo de su alegría y de su paz. Por supuesto, tampoco deja espacio para la fraternidad. Todo en él es discordia, exasperación y polarización.”.
“El pecado encierra, entristece y divide. La gracia del Espíritu Santo abre, consuela y compone”, advirtió. Y refiriéndose a la fraternidad, afirmó: “Desde hace sesenta años caminamos juntos la fraternidad del Evangelio como Iglesia diocesana”.
“María, Francisco de Asís y Brochero son también, para nosotros, iconos luminosos de esta fraternidad que viene del corazón de Dios. A esa escuela de comunión fraterna nos confiamos una vez más para que ellos nos eduquen en esta hora que estamos viviendo.”.
“Que cada comunidad cristiana de esta preciosa red que es nuestra Iglesia diocesana sea, de veras, y sobrellevando todos nuestros innegables límites humanos, una verdadera fraternidad: hermanos y hermanas que se reúnen, se buscan, oran juntos y celebran; se escuchan y se animan, se esperan y se perdonan”, deseó, y extendió ese deseo para el presbiterio y los futuros diáconos permanentes, demás ministros y servidores del Evangelio.
“Sigamos, entonces, caminando juntos la fe, la fraternidad y la misión. Nuestra mirada esté fija -como en la sinagoga de Nazaret- en Jesús, en el Cristo pascual”, animó. “
“El camino sinodal que nuestra Iglesia diocesana viene recorriendo desde su nacimiento pasa ineludiblemente por cada una de nuestras comunidades cristianas y por la vida de cada bautizado-confirmado. Nos hace sujetos conscientes y corresponsables de la misión”, consideró.
“Especialmente en este fuerte cambio de época, con el emerger de tantos desafíos y urgencias, la acción del Espíritu no solo no está ausente, sino que se hace creativamente más intensa y renovadora. Tenemos que contemplarlo juntos, a riesgo de dejarnos ganar por el derrotismo y la desesperanza. Porque tenemos que secundar su obra, pues está sembrando la semillas del Reino de Dios”, sostuvo.+