El obispo de Posadas, monseñor Juan Rubén Martínez, compartió su reflexión semanal sobre el Evangelio. Con el título "Señor, que pueda ver", llamó a implorar "que todos, como sociedad, nos sintamos necesitados de Dios y le pidamos ver".
Monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, compartió sus reflexiones sobre el Evangelio. Con el título "Señor, que pueda ver". Afirmó que el Evangelio de este domingo "nos sitúa ante la humildad, una virtud indispensable para todo hombre y toda sociedad que se proponga madurar en el diálogo y crecer en la armonía de consensos y disensos, frente a tantas formas de autoritarismo e intolerancia".
"Los cristianos sabemos que necesitamos de la ayuda de Dios y de nuestros hermanos. El Evangelio nos presenta al hijo de Timeo, Bartimeo, un mendigo ciego sentado junto al camino. Al verlo a Jesús imploró «¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!». El Señor lo hizo llamar y le preguntó «¿Qué quieres que haga por ti?». Él le respondió «Maestro, que yo pueda ver»", recordó.
En ese sentido, afirmó: "Sólo desde la virtud de la humildad podemos «ver» más profundamente la realidad. Nuestra propia realidad y la de los demás".
"La humildad -explicó- nos libera de posturas y trajes artificiales que siempre nos esclavizan con imágenes falsas que tenemos que alimentar. Nos libera también de fantasmas que inventamos y no nos permiten ver el corazón de los demás. Muchas veces teñimos nuestra mirada sobre los demás de fantasías y prejuicios, y esto solo nos lleva al odio, a las divisiones y, muchas veces a la violencia.
"Como Iglesia diocesana hemos vivido momentos de gracia, después de haber recibido el don de «Aparecida» y de nuestro primer Sínodo diocesano que fue concretándose en diversas asambleas diocesanas a lo largo de estos años. Con especial satisfacción puedo señalar que algunas de las parroquias han captado la necesidad de revisar el camino de discipulado y misión de los agentes de pastoral y las estructuras pastorales. Muchas de estas estructuras se presentan obsoletas y es necesario adecuarlas y potenciarlas para que nuestras comunidades sean más evangelizadoras y misioneras", reconoció.
Monseñor Martínez prosiguío reflexionando: "Con alegría podemos señalar que aun con las dificultades que siempre encontramos en nuestros corazones, ha penetrado con hondura y humildad en nuestros sacerdotes, consagrados y laicos el pedido que realiza «Aparecida»". «Esta firme decisión misionera debe impregnar todas las estructuras eclesiales y todos los planes pastorales de la diócesis, parroquias, comunidades religiosas, movimientos y de cualquier institución de la Iglesia. Ninguna comunidad debe excusarse de entrar decididamente, con todas sus fuerzas, en los procesos constantes de renovación misionera, y de abandonar las estructuras caducas que no favorezcan la transmisión de la fe. La conversión pastoral despierta la capacidad de someterlo todo al servicio de la instauración del Reino de Vida. Obispos, presbíteros, diáconos permanentes, consagrados y consagradas, laicos y laicas, estamos llamados a asumir una actitud de permanente conversión pastoral, que implica escuchar con atención y discernir lo que el Espíritu está diciendo a las Iglesias, a través de los signos de los tiempos en los que Dios se manifiesta»".
"Este planteo que con humildad y esperanza realizamos, nos impulsa a revisar nuestras estructuras y formas de organización para poder cumplir mejor con nuestra misión. Esto, que es válido para el ámbito eclesial, lo es también para toda otra estructura que pretende servir en diversas formas de organización social, cultural o política", afirmó.
"Esta revisión nos ayudará a detectar, que, además de aquellas estructuras que van resultando ineficaces por los cambios que se producen en el contexto, hay otras que, en lugar de servir al bien común, van tornándose en estructuras que solo sirven a algunos, o bien, son generadoras de formas de corrupción. Debemos pedir a Dios la audacia de tomar la iniciativa para revisar con grandeza y magnanimidad todo esto que no sirve más", sostuvo.
"En el texto del Evangelio de este domingo, el ciego al borde del camino, con humildad le implora a Jesús: «¡Hijo de David, ten piedad de mí!» y le pide aquello que necesita: «Maestro que yo pueda ver». Nosotros también necesitamos pedir a Jesús con humildad: «¡que podamos ver!»", concluyó.+