La Eucaristía, punto de inicio y punto de llegada de toda experiencia sinodal
MONTINI, Gustavo Alejandro - Homilías - Homilía de monseñor Gustavo Montini, obispo de Santo Tomé, en la solemnidad del Corpus Christi (Iglesia Catedral, 18 de junio de 2022)
1. Con mucha alegría, y después de las consabidas dificultades atravesadas, podemos encontrarnos nuevamente y juntos expresar como Pueblo de Dios que peregrina en la Diócesis de Santo Tomé, nuestra fe en Jesús presente en el Santísimo Sacramento del Altar. Parafraseando al salmo responsorial, así como Melquisedec lo ha hecho con Abrahán (Cfr. Sal 109), nosotros reconocemos en la Eucaristía el don más precioso y más preciado con el que Dios ha querido “bendecirnos” a los creyentes. En Ella nos ha dejado “al mismo Jesucristo en su cuerpo, alma y divinidad”[1]. Frente a tanto regalo, surge del corazón el asombro y la adoración.
2. Lo que hemos vivido durante este tiempo no ha sido ni poco ni fácil: la pandemia y sus consecuencias, la catástrofe ambiental con la sequía y los incendios, y qué decir del momento presente, marcado por la incertidumbre social, económica e institucional. La pobreza con todo lo que conlleva, no deja de lastimarnos y desanimarnos. Vivimos una crisis de representatividad que desacredita la democracia y la puede poner en riesgo. A nivel global tristemente somos testigos de diversos brotes de violencia y atentados en distintas partes del mundo, y cómo no mencionar la locura de la guerra, especialmente en Ucrania. Es muy posible que en muchos de nosotros -y de modo justificado-, aparezca esta pregunta ¿dónde está Dios? ¿qué hace? Esta celebración y de modo particular esta solemnidad, no da una respuesta directa a estos interrogantes. Sí nos regala una certeza. Entre nosotros está Jesús, “el Viviente” (Ap1,17b). Aquí está y aquí se ofrece: “esto es mi cuerpo, que será entregado por ustedes” (1Co11,24), “ésta en mi Sangre que será derramada por ustedes” (Cfr. Mc14,24). Dios no siempre responde según nuestras expectativas y nuestros deseos, no nos quita las dificultades y dolores con los que frecuentemente nos encontramos en el camino. Él discretamente se nos acerca y, por obra del Espíritu como en el seno de María (Cfr. Lc 1,26ss), se hace presente en la Eucaristía y transforma en bien todo lo que nos pasa[2]. La certeza de su presencia y la fuerza de su Pascua, alimenta, cura nuestras heridas y dolores, nos regala su luz en medio de la oscuridad, para que nosotros podamos afrontar con fuerza y serenidad la suerte que nos ha tocado vivir.
3. Como pueblo peregrino estamos nuevamente frente a un gesto delicado y amoroso de Dios, que en la encarnación ha decidido unir su vida con la suerte de la humanidad y por ello no nos abandona: “hagan esto en memoria mía” (1Co 11,24.25). Su “aquí estoy” sigue presente en el escenario de la historia en su cuerpo místico (la Iglesia) y en su cuerpo real (la Eucaristía). Esto significa que la humanidad, más allá de los avatares en la que se encuentra, no camina sola. Todo por el contrario, sigue discretamente acompañada –como esposada- por su Señor “hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Santo Tomás de Aquino lo dice de un modo significativo: “para que la inmensidad de este amor se imprimiese más profundamente en el corazón de los fieles, en la última cena, cuando después de celebrar la Pascua con sus discípulos iba a pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó este sacramento como el memorial perenne de su pasión, como el cumplimiento de las antiguas figuras y la más maravillosa de sus obras; y lo dejó a los suyos como singular consuelo en las tristezas de su ausencia”[3].
4. En la Solemnidad que estamos celebrando encontramos una invalorable ayuda para vivir el desafío de un estilo eclesial marcado por la sinodalidad. En la liturgia encontramos no sólo una guía segura sino, una auténtica maestra de sinodalidad[4]. En la celebración Eucarística –como en cualquier acto litúrgico- todos somos absolutamente necesarios. En la Misa todos participamos –o debemos hacerlo-, en forma activa y consciente, cada uno aportando lo propio desde su vocación y situación de vida. La liturgia vivida con profundidad es un buen ejercicio y un buen entrenamiento, para una Iglesia que quiere que todos se sientan parte de ella y que cada uno, aporte lo propio para el bien del conjunto. En este caminar litúrgico, Jesús no sólo nos convoca, sino que con sutileza se nos acerca, nos escucha con atención, nos entrega su palabra y en ella su propia vida, para que todos nosotros podamos encontrar luz y calor, frente a la cruel intemperie en el que muchas veces caminamos.
5. En este marco celebrativo y ayudados por la Palabra de Dios que acabamos de escuchar, podemos encontrar un sugerente itinerario, que lo podríamos llamar Eucarístico, con pautas muy concretas a la hora de pensar, reflexionar y organizar nuestro camino sinodal. Podemos distinguir claramente tres momentos:
a. Al primero lo podríamos llamar, momento místico: El evangelio lo describe con claridad. La gente deseaba encontrarse con Jesús. Gustosa estaba con él y lo escuchaba con atención. Su Palabra tiene un “unción” que provocaba –y provoca- una sutil seducción. Su vida atrae (Cfr. Lc 9,11). El estar con Jesús y encontrarse con el “pan vivo bajado del cielo” (Jn 6,44-51), satisface el hambre presente en todo corazón humano. Es por ello que podemos concluir que, la experiencia sinodal necesariamente debe nacer del encuentro con Jesús y de la atenta escucha de su Palabra. “Sin este fundamento en la vida de la Palabra, corremos el riesgo de caminar en la oscuridad y nuestras reflexiones podrían convertirse en ideología. En cambio, poniendo en práctica la Palabra, construiremos la casa sobre la roca (cf. Mt 7,24-27) y podremos experimentar, al igual que los discípulos de Emaús, la luz y la guía sorprendente del Señor Resucitado”[5]. Sin este apoyo estaríamos edificando sobre arena. La Eucaristía nos ofrece este terreno seguro desde el cual toda la comunidad cristiana debe vivir su experiencia de camino sinodal.
b. El segundo es el momento fraterno: el momento místico del que hicimos referencia, necesariamente nos lleva a reconocernos hijos de un mismo Padre y, por tanto, hermanos entre nosotros. En aquel “despide a la multitud” (Lc 9,12) de los discípulos, Jesús descubre en la comunidad apostólica una cierta despreocupación, o comodidad o quizás cierto temor de lo que podría llegar a pasar en el futuro. No lo sabemos con exactitud. Ahora, esta misma sensación presente en comunidad primitiva puede también aparecer en nosotros, que naturalmente tendemos a pensar más en lo propio olvidando la suerte de los otros. Es lo que lamentablemente sucede a nivel mundial y en nuestra querida Patria, como lo referíamos más arriba. Para no equivocarnos debemos caminar con un horizonte claro. Debemos “esforzarnos para que este camino (sinodal) se caracterice por la escucha y la aceptación mutua. Incluso antes de los resultados concretos, ya son valiosos el dialogo profundo y los encuentros veraces. De hecho, son muchas las iniciativas y las potencialidades de nuestras comunidades, pero con demasiada frecuencia las personas particulares o los grupos, corren el riesgo del individualismo y la auto-referencialidad. Jesus, con su mandamiento nuevo, nos recuerda que «En esto conocerán todos que son mis discípulos, si se aman los unos con los otros» (Jn 13,35) … podemos hacer mucho para que el amor cure las relaciones y sane las heridas que a menudo afectan al tejido de la Iglesia (y de la sociedad), para que vuelva la alegría de sentirnos una sola familia, un solo pueblo en camino, hijos de un mismo Padre y, por tanto, hermanos entre sí, empezando por la fraternidad entre nosotros”[6]. De este modo, y con este principio de fondo, la comunidad cristiana tiene un importante y valioso aporte para realizar a la humanidad, lamentablemente prendada por intolerancias y divisiones, pero en definitiva sedienta de fraternidad.
c. Finalmente, nos encontramos con el tercer momento que lo llamaremos, momento misionero. Jesús no quiere que sus discípulos sean buenos funcionarios o simples ejecutores que busquen el propio bien estar, como quienes desde fuera observan el acontecer de la vida y de la historia. Quiere que se involucren, que pongan sus manos y vidas al servicio de los demás. Es por ello que los convoca a una desafiante tarea misionera. Les dice, de modo contundente “denles de comer ustedes mismos” (Lc 9,13). Lo vivido y lo experimentado no puede quedar en nosotros como quien disfruta para sí lo sucedido. Por el contrario, debe impulsarnos a salir, debe ser transmitido y enseñado a la humanidad. Sin darse cuenta, sabemos que el mundo anhela encontrarse con Jesus[7]. Es por ello que debemos “cuidar que el viaje (sinodal) no nos lleve a la introspección, sino que nos estimule a salir al encuentro de todos. El Papa Francisco, en la Evangelii Gaudium, nos ha entregado el sueño de una Iglesia que no teme ensuciarse las manos implicándose en las heridas de la humanidad, una Iglesia que camina en la escucha y al servicio de los pobres y de las periferias. Este dinamismo en “salida” hacia los hermanos, con la brújula de la Palabra y el fuego de la caridad, cumple el gran designio original del Padre: «que todos sean uno» (In 17,21).”[8]
6. Según el relato y el contexto bíblico, la experiencia de la multiplicación de los panes –la Eucaristía diríamos hoy-, ha sido para los apóstoles un gran aprendizaje y un nuevo inicio. También puede y debe serlo para nosotros, comunidad cristiana. La Eucaristía –entendida como itinerario sinodal-, necesariamente debe llevarnos a una fuerte experiencia mística, a un afanoso trabajo fraterno y a una vigorosa tarea misionera, para así, ofrecer al mundo dividido y muchas veces intolerante, nuestro propio aporte de fraternidad[9].
7. Según narra el Evangelio de Lucas, finalizada la multiplicación de los panes, Jesús se va a orar en compañía de la comunidad apostólica. En este marco de confianza y soledad, se genera un profundo diálogo entre Jesús y los apóstoles. Fue precisamente en ese diálogo íntimo donde Pedro reconoce a Jesús como “el Mesías de Dios” (Lc 9,20). Todo ello nos indica que lo vivido en el “caminar sinodal” –que no ha sido poco- necesita de un corte y de una pausa para ser digerido y dialogado con Jesús. Debe ser meditado y rumiado. Es el ámbito del silencio y de la adoración. Es el terreno de la acción del Espíritu y de su inspiración. El lugar donde todo encuentra su armonía y su sentido. Es el lugar de la serenidad de y la paz. Es por ello que podemos concluir diciendo que, la Eucaristía es punto de inicio y el punto de llega de toda experiencia sinodal.
8. A Jesús presente entre nosotros, y a nuestros patronos Nuestra Señora de Itatí y Santo Tomás Apóstol que nos cuidan desde el cielo, encomendamos el camino sinodal de toda la Iglesia y, de modo especial el nuestro. Que así sea.
Mons. Gustavo Montini, obispo de Santo Tomé
Notas:
[1] Catic nº 1374: El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la Eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella "como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos" (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae 3, q. 73, a. 3). En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están "contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero" (Concilio de Trento: DS 1651). «Esta presencia se denomina "real", no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen "reales", sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente».
[2] Cfr. Francisco, Momento extraordinario de oración en tiempos de pandemia, Atrio de la Basílica de San Pedro, 27 de marzo 2020, “Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo”.
[3] Santo Tomás de Aquino, Opúsculo 57 en la fiesta del Cuerpo de Cristo, lectura 1-4.
[4] Mons. Gustavo Montini, La liturgia nos enseña a ser una Iglesia sinodal, homilía de la Misa Crismal, Santo Tomé 13 de abril 2022, punto nº 3.
[5] Secretaría General del Sínodo y Congregación del Clero, Carta a los sacerdotes para el jueves santo, Roma, 19 de marzo 2022.
[6] Ib. Cfr. Carta a los sacerdotes para el jueves santo, 19 de marzo 2022.
[7] Ib. Cfr. Carta a los sacerdotes para el jueves santo, 19 de marzo 2022.
[8] Ib. Carta a los sacerdotes para el jueves santo, 19 de marzo 2022.
[9] Ib. Carta a los sacerdotes para el jueves santo, 19 de marzo 2022: “Sabemos que el mundo actual necesita urgentemente la fraternidad”.