Fiesta de Nuestra Señora de Itatí
LARREGAIN, José Adolfo OFM (Franciscano) - Homilías - Homilía de monseñor José Adolfo Larregain, obispo auxiliar de Corrientes, para la fiesta de Nuestra Señora de Itatí (9 de julio 2021)
Queridos hermanos y hermanas: estamos en la casa, y en su día, de nuestra Tierna Madre de Itatí. Celebramos las fiestas patronales –por segundo año consecutivo en pandemia y con restricciones- que coincide con los festejos por el día de la Independencia: damos gracias a Dios por un nuevo aniversario de la gesta de 1816. La Independencia hoy también es tarea a continuar y a llevar a plenitud. Necesitamos una liberación integral para nuestro pueblo, queda mucho camino por recorrer, es una obra a seguir construyendo.
Nuestros antepasados se hicieron cargo de la realidad histórica que les tocó vivir. Los congresistas de Tucumán se independizaron del rey pero no de su Dios y de su culto, fue un hecho político pero también profundamente religioso: de 33 congresistas 13 eran sacerdotes. El Congreso de Tucumán mostró la influencia del interior (sacerdotes y laicos), que nunca separó la historia de las tradiciones y la fe. Recordamos que la provincia de Corrientes no mandó delegados al Congreso de Tucumán, porque ya había declarado la independencia en el Congreso de Arroyo de la China, junto a la Banda Oriental y las provincias del litoral. Era el sector que seguía a Artigas, buscando anticipadamente los ideales de la libertad e independencia. Este congreso, en Concepción del Uruguay, es considerado como el primer congreso independentista en las provincias del ex virreinato del Río de la Plata.
Las lecturas de hoy nos ubican en la importancia de nuestra hora y nos confronta con la nuestra. El relato del Génesis (3,9-15.20) nos lleva a entender que la gran tentación del ser humano y su perdición es ponerse a sí mismo, como medida única de todas las cosas y colocar su propio interés como norma suprema prescindiendo de Dios. Cada vez que el ser humano ha actuado así a lo largo de la historia, los resultados siempre fueron y siguen siendo el sacrificio injusto de otros seres, la aparición del mal bajo distintas formas de egolatría, placer, despotismo, dominación, etc. San Juan nos sitúa en una de las escenas más conmovedoras: la hora del Señor. También será la hora de su Madre, del Discípulo amado, de las mujeres que son testigos. No es solo un acto de piedad filial de Jesús hacia su Madre, sino una verdadera revelación de su maternidad espiritual. El discípulo amado asume un carácter representativo: somos todos los cristianos.
Hoy en nuestra hora, nos podemos preguntar: ¿qué significa seguir construyendo nuestra independencia? Es tender la mano a los pobres, tomar conciencia de que los que más tienen más deben aportar, es entender que “este sistema mata” (Francisco a los Movimientos Populares). Los pobres hoy forman un amplio abanico de situaciones y realidades, día a día aparecen nuevas formas que la pandemia hace emerger del antes, durante y después. Es impactante el aumento de la pobreza. Corremos el peligro de no transformar esta dolorosa realidad en una oportunidad que nos permita salir mejores. Tenemos que estar atentos –como nos dijo el papa Francisco: “al riesgo de superar la pandemia y recaer en un virus todavía peor: el del egoísmo indiferente” (19/4/2020), al salvarnos solos y olvidar la dimensión fraterna.
Las malas noticias son tan abundantes en las páginas de los periódicos, en los sitios de internet y en las pantallas de televisión, que nos convencen que el mal reina soberano. No es así. Es verdad que está siempre presente la maldad y la violencia, el abuso y la corrupción, pero la vida está entretejida y sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo. Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos”, nos recordaba el papa Francisco con ocasión del Año de San José. Todos pueden encontrar en san José —el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta— un intercesor, un apoyo y una guía en tiempos de dificultad. San José nos recuerda que todos los que están aparentemente ocultos o en “segunda línea” tienen un protagonismo sin igual en la historia de la salvación. A todos ellos va dirigida una palabra de reconocimiento y de gratitud.
Tender la mano y asumir nuestra hora es la buena noticia que nos hace descubrir, en primer lugar que dentro de nosotros existe la capacidad de realizar gestos que dan sentido y hacen plena la vida. ¡Cuántas manos tendidas se ven cada día! Lamentablemente, sucede cada vez más a menudo que la prisa nos arrastra a una vorágine de indiferencia, hasta el punto de que ya no se sabe más reconocer todo el bien que cotidianamente se realiza en el silencio y con gran generosidad. Así sucede que, sólo cuando ocurren hechos que alteran el curso de nuestra vida, nuestros ojos se vuelven capaces de vislumbrar la bondad de los santos de la puerta de al lado, «de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 7), pero de los que nadie habla. Hoy le damos gracias a Dios por todos ellos y nos hacemos eco del Salmo: “¡Bendito sea el Nombre del Señor desde ahora y para siempre!” (Sal 112)
Es muy importante tener presente en nuestra hora el altruismo del cual nos habla Fratelli Tutti: ejercer la caridad política. La caridad política se entiende como el servicio al prójimo a través de las instituciones que deben estar orientadas al bien común, con especial preocupación por los pobres. Esta dimensión de la caridad ayuda a superar la división o separación entre caridad y justicia, puesto que en ella están tanto el amor como la justicia. La lucha por la justicia humana es el nivel mínimo de la práctica de la caridad.
Queremos poner en tus manos Tierna Madre nuestra hora y la Patria: “en tu silencio y entre tus manos, caben las penas del poriahú. Vivimos todos crucificados, quédate cerca de nuestra cruz”.
Mons. José Adolfo Larregain, obispo auxiliar de Corrientes