Fiestas en honor de Nuestra Madre del Valle
URBANC, Luis - Homilías - Homilía de monseñor Luis Urbanc, obispo de Catamarca, en la misa solemne del septenario en honor de la Virgen del Valle (Domingo 18 de abril de 2021)
Queridos Devotos de la Virgen del Valle:
¡Ave María, Purísima!
Nos ha tocado nuevamente celebrar nuestras honras a la querida Madre del Cielo, no como nos hubiera gustado, pero sí, como Dios ha permitido que sucediera: sin cercanías, sin expresiones visibles de gestos y sentimientos, sin encuentros y acogida de peregrinos, pero más que seguro que en nuestros hogares hemos preparado altares, hemos rezado el Santo Rosario, hemos escuchado las Misas y oraciones del septenario, hemos tratado de encontrarnos en la virtualidad con familiares, amigos, devotos y peregrinos, para expresarnos nuestras realidades y pesares, dándonos aliento para seguir adelante en medio de esta pandemia que no da tregua.
Quedará grabada en nuestra memoria la atípica celebración, conmemorando los 130 años de la coronación pontificia de esta sagrada imagen, que se nos viene haciendo esquiva, por tercera vez consecutiva, para venerarla y contemplarla de cerca, confiándole, a través de ella, a nuestra Madre Santísima todas las vivencias alegres, tristes y dolorosas, que hacen a nuestro peregrinar hacia la Morada Eterna.
¡Qué bueno que lo hacemos en el marco de la Liturgia Pascual, cuyo punto culminante y crucial es la Resurrección de Jesucristo, fundamento de la fe cristiana que profesamos, y de estar honrando a la Virgen María como madre nuestra y de la humanidad toda, sin distinción de credo o nación!
Los textos de la Palabra de Dios que han sido proclamados nos hablan con particular elocuencia acerca de este Misterio de Salvación.
En la primera lectura (Hch 3,13-15.17-19), el apóstol san Pedro dice a sus paisanos: “¿de qué se asombran? ¿Por qué nos miran así, como si fuera por nuestro poder o por nuestra santidad, que hemos hecho caminar a este hombre?” (He 3,12). ¡No!... es fruto de la potencia de Jesús Resucitado, de la fe de los Apóstoles que son sus testigos. De este modo el milagro hay que entenderlo como un signo o testimonio más a favor de la Resurrección de Jesús por cuanto no han sido los Apóstoles los autores del prodigio, sino Jesús mismo vivo y glorificado por Dios Padre, al que un grupo de judíos humillaron y rechazaron. Más allá del error cometido por el pueblo y sus jefes, aún hay oportunidad de salvarse. Por eso, Pedro exhorta vivamente al arrepentimiento y a la conversión para ser absueltos de los pecados. De este modo, la curación milagrosa pasa a ser también signo del perdón de los pecados, que es lo que obtenemos por la fe en Cristo Resucitado.
En la segunda lectura (1 Jn 2,1-5), el apóstol san Juan deja bien en claro que la voluntad de Dios en relación a los cristianos que han renacido por el Bautismo es que no pequen. Pero, en el caso de que sucediera, como de hecho pasa, nos invita a confiar en la "defensa" que ejerce Jesús por nosotros ante el Padre.
El conocimiento de Dios, en san Juan, tiene un carácter de comunión progresiva con lo conocido. Por tanto, conocer a Dios equivale a "estar en él" o "permanecer en él". Entonces, el cumplir los mandamientos es la señal de estar en Dios y con Dios, de conocerlo de verdad. Quien no observa los mandamientos no está en Dios y con Dios; está en la mentira, en el engaño.
Puesto que el cumplimiento de los mandamientos es la expresión de la vida nueva que surge de la comunión con el Padre y con el Hijo, en el Espíritu Santo, éste será uno de los criterios claves para que cada uno pueda discernir si está, o no, en comunión con Dios (cf. 1 Jn 3,24; 5,2).
El texto del Evangelio de san Lucas (24,35-48), consta de 2 partes: el reconocimiento (24,36-43) y la enseñanza de Jesús (24,44-49).
*El relato de reconocimiento empieza con la aparición de Jesús quien saluda ofreciendo la paz, lo que es común con otros relatos de apariciones del resucitado. La primera reacción de los discípulos ante Jesús resucitado es de "temor y temblor", pues creen ver un espíritu. Jesús interpreta esta reacción como “turbación y duda” y la despeja mostrándoles sus manos y sus pies e invitándoles a ver y tocar, acotando que "un espíritu no tiene carne ni huesos"(Lc 24,39).
La reacción de los discípulos es ahora la incredulidad, pero no como rechazo a creer sino como dificultad para aceptar algo demasiado hermoso y sorprendente que les causa extrema alegría y asombro. Algo así como cuando decimos que “es demasiado lindo para ser cierto”. Ante esto Jesús realiza la acción de comer un trozo de pescado asado delante de ellos. Aquí la intención es manifestar que el Resucitado es realmente un ser corpóreo. Al tomar alimento Jesús se comporta como la niña despertada de la muerte: ¿acaso, no había dicho a sus padres que le diesen de comer (Lc 8,55)?".
Jesús hace todas estas cosas para despejar las dudas de sus discípulos y mostrar que el Crucificado es ahora el Resucitado.
*La parte que refiere la enseñanza de Jesús, relaciona al Crucificado que ha resucitado con lo que preanunciaron las Escrituras, a la misión de los discípulos y al envío del Espíritu Santo, prometido por el Padre.
Como hizo antes con los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,26-27), Jesús les hace ver que todo lo sucedido ya Él lo había predicho durante su ministerio público y que todo sucedió conforme a las Escrituras, esto es, al designio de Dios. Por eso, les abrió la inteligencia para que comprendan las Escrituras, en particular, la necesidad de su pasión, muerte y resurrección. Por tanto, sólo Jesús resucitado puede darnos la clave correcta para la interpretación de las Escrituras. Antes del Misterio Pascual sus mentes estaban cerradas, siendo esto una disculpa para su incomprensión, para su abandono de Jesús durante la pasión y su posterior incredulidad. Pero luego de este “don de la apertura mental”, tienen la misión de ser testigos de que el Crucificado ha Resucitado, según el plan previsto por Dios y atestiguado en las Escrituras.
Al mismo tiempo Lucas nos dice que son los apóstoles los que tienen la inteligencia, la comprensión auténtica y verdadera de la Escritura. Por eso, es necesario escuchar ahora a la Iglesia, ya que la comunidad cristiana nace en torno a esta enseñanza de los apóstoles y sus sucesores (Hch 2,42).
El texto del Evangelio culmina con claridad meridiana haciendo decir a Jesús Resucitado sus últimas palabras a los Once apóstoles y a los que estaban reunidos con ellos: “Así, está escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre, debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto” (Lc 24,46-48).
En todos los relatos de aparición, Jesús se introduce en la vida de los discípulos de un modo sencillo y discreto, y muchas veces no lo reconocen de entrada. Con esto se nos quiere decir, en primer lugar, que Jesús está presente en nuestra vida, aunque no lo reconozcamos de entrada; en segundo lugar, que llegar a una verdadera fe pascual supone un proceso de purificación de la mirada por la fe. Por ello, es preciso arriesgarnos a iniciar el camino con la certeza de que el Señor encontrará los modos de ayudarnos a reconocer su Presencia, al igual que hizo con los apóstoles.
Pidamos, como dice el Papa Francisco comentando estepasaje (15-4-2018) “la gracia de creer que Cristo está vivo, ¡ha resucitado! Esta es nuestra fe, y si nosotros creemos esto, las demás cosas son secundarias. Esta es nuestra vida, esta es nuestra verdadera juventud. La victoria de Cristo sobre la muerte, la victoria de Cristo sobre el pecado. Cristo está vivo. «Sí, sí, ahora recibiré la comunión…». Pero cuando tú recibes la Comunión, ¿estás seguro de que Cristo está vivo ahí, ha resucitado? «Sí, es un poco de pan bendecido...». No, ¡es Jesús!... ¡Cristo está vivo, ha resucitado! Y, si nosotros no creemos esto, no seremos nunca buenos cristianos, no podremos serlo”.
Querida Madre del Valle, ayúdanos a encontrar la Presencia de Jesús Resucitado en el tesoro de las Escrituras, íntimamente unida a la Tradición Apostólica que nos las explica para que las comprendamos correctamente, integralmente, y que podamos encaminar nuestras vidas detrás de Él.
Que sepamos aceptar la cruz como parte del plan de Dios Padre y como camino necesario para llegar a la resurrección.
Que busquemos en las Escrituras Sagradas las luces que iluminen nuestros miedos, dudas y oscuridades.
Que sepamos cuidar nuestros cuerpos como templos del Espíritu Santo, pues tienen un destino de resurrección, como el de Jesús. Que lo recibamos y cuidemos como un regalo maravilloso de Dios, destinado, en unión con el alma, a expresar plenamente la imagen y semejanza de Él, aquí y en la eternidad. Amén.
Mons. Luis Urbanc, obispo de Catamarca