"La profecía de ser familia: ¡Aquí estamos envíanos!"
MONTINI, Gustavo Alejandro - Homilías - Homilía de monseñor Gustavo Montini, durante la celebración de la Misa Crismal (Capilla Nuestra Señora de Itatí, Santo Tomé, 31 de marzo 2021)
1. Queridos hermanos. Es una inmensa alegría poder encontrarnos como presbiterio después de mucho tiempo. Me alegró el comentario de varios de ustedes que hacían referencia al deseo de realizar esta celebración y juntos –como cuerpo- renovar las promesas sacerdotales y, junto al Obispo consagrar los santos óleos con los que vamos a administrar los sacramentos durante todo este tiempo venidero.
2. Las redes sociales nos permiten estar unidos en una misma celebración con tantos hermanos dispersos en nuestro extenso territorio diocesano. En medio de las limitaciones sanitarias en las que nos encontramos, los saludamos con mucho afecto y con el corazón cargado de alegría, celebramos juntos esta Misa Crismal en la que muchos de ustedes solían participar de modo presencial.
3. Vivimos tiempos difíciles. Muchos indicios abonan esta afirmación. Pero como bien sabemos por fe, los tiempos duros y complejos son tiempos particulares de gracia. El Señor no nos prometió caminos fáciles, sino difíciles y hoy lo sentimos de modo particular. Ahora los tiempos difíciles de hoy y de siempre, son tiempos de una bendición para todos. Tiempos que reclaman una profunda vida cristiana y por tanto un real testimonio creyente. Quizás por ello el Papa Francisco nos animaba con su mensaje para la cuaresma de este año a que renovemos nuestra fe, esperanza y caridad[1]. Pidamos esta gracia “El Espíritu del Señor está sobre nosotros” (Lc 4,18).
4. Conservamos en nuestra memoria y sobre todo en nuestro corazón el hermoso encuentro vivido hace algunas semanas en Galilea: “nuestro Pentecostés diocesano”, como nos animamos llamarlo. Después de un lindo intercambio comunitario, en Galilea se nos presentó entre otras cosas, el horizonte pastoral que marca –y debería marcar- todo nuestro caminar creyente y pastoral: “La profecía de ser familia: aquí estamos, envíanos”[2]. En esta ocasión que llamaría privilegiada –la misa Crismal- desearía por un momento dirigirme de modo preferencial a los sacerdotes y a los seminaristas. Se trata de una linda ocasión para que intentemos reflexionar qué significa este lema pastoral para nosotros y, sobre todo, cuáles pueden ser las posibles implicancias concretas para nuestra vida sacerdotal.
5. Me detengo en tres propuestas –podríamos reflexionar en muchas más- que este sugerente lema puede dejarnos a nosotros, los pastores de la Diócesis de Santo Tomé:
- Para ser profecía se debe ante todo, ser familia; más allá del vínculo jurídico que se establece entre quienes formamos un mismo presbiterio, por la ordenación sacerdotal nos incorporamos a un cuerpo presbiteral llamado a ser familia[3]. Por el sacramento del orden nuestra familia de referencia primaria es –y será- siempre el presbiterio. Se trata de un don que le corresponde una tarea. Todos tenemos el deber de crear entre los que formamos el presbiterio, un auténtico ambiente de familia. Nuestros vínculos deberán estar signados por aquellas nobles actitudes que adornan la vida de cualquier familia humana. Se trata por tanto de aceptar al otro como uno que no sólo me pertenece, sino como alguien que me enriquece. Significa querernos verdaderamente con todo lo que implica, y generar gestos que alimenten esta realidad. Saber establecer entre nosotros vínculos sanos y profundos. Evitar todo aquello que pueda frivolizar, dañar o lo que es peor, corromper la relación entre nosotros. Nuestra mirada debe ser ante todo teologal para no dejarnos llevar por criterios o perspectivas superficiales de gustos o de simpatías. Nuestra vida presbiteral se funda en que Dios ha querido constituirnos familia, y ha pensado en cada uno de nosotros –incluso con alguna mortificación- para nuestro creciente proceso de maduración humana, cristiana y sacerdotal. Sentirnos familia y crear entre nosotros un espíritu de familia. Aprender a querernos –con todo lo que significa- y ponerlo en evidencia con gestos concretos es una gran profecía frente a una sociedad marcada por el pragmatismo, el utilitarismo sensible y del descarte.
- Para ser profecía debemos ser una familia “unida”. No somos un órgano colectivo como consecuencia de la suma de nuestras individualidades. Estamos llamado a ser un sólo cuerpo y que funcione de modo orgánico. Ésa es nuestra realidad más profunda y también, nuestra vocación. Si bien nuestra personalidad, como nuestros talentos y carismas son únicos, todo está en función a la integración armónica del único cuerpo. Es una unidad querida y a la vez suplicada al Espíritu cada día cuando en nuestra Eucaristía diaria pronunciamos en la plegaria eucarística la segunda epíclesis[4]. Esta unidad se manifiesta de modo concreto: nuestra oración por cada uno de los que componemos el presbiterio, el eco positivo y la participación real en nuestros órganos de comunión previstos por la legislación de la Iglesia: el Consejo Presbiteral, el Consejo Pastoral Diocesano, los decanatos, las áreas pastorales diocesanas, los eventos propuestos en cada uno de sus niveles, etc. En definitiva, se trata de cultivar una especie de sintonía fina –más allá de nuestros gustos o pareceres personales- con las diversas iniciativas o prioridades pastorales propuestas para la totalidad del cuerpo. No debemos comportarnos como aduanas, sino como facilitadores de todo aquello que potencialmente puede enriquecer la totalidad del cuerpo. Vivir la unidad es una inmensa profecía frente a un mundo que exalta el individualismo, que es afecto al populismo (que es sinónimo de personalismos), y que tristemente, con una creciente fragmentación, desvaloriza todo lo que tiene que ver con lo comunitario o lo institucional.
- Para ser profecía debemos cultivar la disponibilidad. “¡Aquí estamos, envíanos!”. Se trata de buscar juntos el querer de Dios para tener esa apertura ejemplar que ha tenido el profeta Isaías al pronunciar con esas sencillas palabras, su inmensa disponibilidad. En Galilea hablamos de ello, y de la necesidad de avanzar hacia una decidida conversión pastoral, para que la Iglesia diocesana -personas y estructuras- sea auténtico canal por el cual el amor y la salvación de Dios manifestada en Jesús, alcance “sin mancha ni arruga” (Cfr. Ef. 5,27) a todos nuestros contemporáneos. Pero esta conversión pastoral, lo dijimos, es imposible sin una verdadera conversión personal que busque de modo creciente cambiar el corazón y se manifieste en un real cambio de actitudes, de prácticas y de costumbres. Una mirada positiva de la pandemia con todas las limitaciones que contrajo, es que necesariamente nos ha forzado realizar cambios creativos obligándonos a modificar ciertas prácticas personales y pastorales instaladas porque “siempre se hizo así”[5]. En esta dirección desearía proponerles con sencillez y sinceridad que revisemos, tres realidades propias de nuestro ministerio: 1) El ejercicio de la autoridad que solamente puede ser entendida desde el servicio sencillo y humilde[6], “no como los que gobiernan las naciones” (Lc 22,24-27). 2) El ejercicio de la evangelización con todo lo que comporta, comprensible solamente desde una perspectiva colegial y comunitaria[7]. 3) Finalmente la obediencia[8] que además de ser comunitaria por ser apostólica, debe ser comprendida no solamente como un decir que sí a lo que me pide la autoridad, sino como aquel que responsablemente se hace cargo –valga la redundancia- del encargo confiado. La diferencia entre sujeto docilis y el sujeto docibilis. “Como quieras, cuando quieras, y del modo como lo quieras” decía San Agustín. La disponibilidad vivida en esos términos, es una inmensa profecía frente a un mundo cada vez más autorreferencial, autómata y autónomo.
6. La renovación de las promesas sacerdotales que haremos a continuación, van en esta misma dirección. Nos recuerdan la necesidad –y también la decisión primera- de pedir la gracia en este momento de nuestra historia personal y comunitaria, de una constante conversión del corazón, y de todo lo que nace de él: la mirada, los pensamientos, las palabras, las actitudes y también las costumbres.
7. Ahora bien, en el contexto social y eclesial en el que nos encontramosDios, nos ha llamado a vivir la profecía de ser familia no desde cualquier lugar, sino desde una vocación muy clara y específica. Somos presbíteros, y de la comunidad cristiana llamada a ser familia hemos sido convocados por Dios a ser padres, como cariñosamente la gente nos llama. No se trata de una vocación cualquiera, ni tampoco de un rol improvisado y fácil. “Nadie nace padre, sino que se hace… Todas las veces que alguien asume la responsabilidad de la vida de otro, en cierto sentido ejercita la paternidad respecto a él”[9]. Es un arte que se aprende con el tiempo y con mucho amor. Como bien le gustaba decir a San Agustín, “un oficio de amor” (“amoris ufficium”). El mundo está sintiendo el peso de una sociedad que ha descuido a la familia. Todo está homologado. No hay roles ni referencias claras. En nuestro ministerio, con mucha frecuencia, nos encontramos con personas que se encuentran a la deriva, y cuya orfandad no sólo desorienta, sino que genera mucha angustia con sus duras consecuencias: las ansiedades, la violencia y las adicciones. La providencia de Dios ha querido regalarnos un magnífico modelo con quien cotejarnos y dialogar nuestra paternidad. Estamos celebrando el año de San José. La carta del Papa Francisco confeccionada durante la pandemia, presenta de modo ejemplar el rol paterno de San José, y se constituye para nosotros en una referencia segura y hasta obligada a la hora de pensar –y revisar- nuestra vocación a ser padres y a cultivar un corazón de Padre (Patris Corde). Ser tales, es una inmensa profecía para la sociedad de nuestro tiempo[10].
8. Además de lo mencionado, que no es poco, agrego que frente a los difíciles momentos por los que atravesamos, marcados lamentablemente por una creciente incertidumbre sanitaria, social, económica y cultural, nuestra gente tiene necesidad de que seamos profetas de esperanza. “De esa esperanza cuya ancla penetra más allá del velo, allí mismo donde Jesucristo entró por nosotros como precursor” (Heb. 6,19). Para ello se hace necesario acrecentar nuestra confianza en Dios, buscar con honestidad y en familia ser fieles a nuestra vocación, cultivar nuestra mirada contemplativa y vivir auténticamente la pobreza. Los animo a modo de regalo pascual, a que durante este tiempo puedan leer y rezar aquellas palabras proféticas pronunciadas por el Cardenal Pironio en las “meditaciones para tiempos difíciles”[11]. En ellas encontrarán claves muy sencillas e iluminadoras para vivir con esperanza teologal, la profecía de ser familia en los tiempos en que nos encontramos.
9. Nos encomendamos a nuestros patronos, Nuestra Señora de Itatí y Santo Tomás Apóstol, y en este año de modo especial a San José “Patrono de la Iglesia Católica”. Amén.
Notas:
[1] Francisco, mensaje del Santo Padre para la cuaresma 2021, Roma 11 de noviembre 2020.
[2] Diócesis de Santo Tomé, “La profecía de ser familia: ¡aquí estamos, envíanos!”, subsidio pastoral 2021.
[3] Congregación del Clero, el don de la vocación presbiteral (RFIS), ed. Ágape, CABA 2017, nº 79 “A partir de la ordenación presbiteral, el proceso formativo prosigue dentro de la familia del presbiterio”.
[4]Primera epíclesis se pronuncia sobre las formas eucarísticas, para que se conviertan en el Cuerpo y Sangre de Cristo. La segunda epíclesis se pronuncia sobre la Iglesia reunida, el cuerpo místico para que viva su vocación a la unidad: plegaria Eucarística II, “Te pedimos humildemente que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y la Sangre de Cristo”.
[5] Francisco, Evangelium Gaudium, Oficina del Libro CEA, CABA 2013, nº 33.
[6] San Juan Pablo II, Pastores Dabo Vobis, Ed. Paulinas, CABA 1992, nº 21ss.
[7] Congregación del Clero, La conversión pastoral de la comunidad parroquial al servicio de la misión evangelizadora de la Iglesia, Roma, 20 de julio 2020, nº 27. 37-39.101-107. 108-114.
[8] San Juan Pablo II, Pastores Dabo Vobis, Ibid., nº 27.
[9] Francisco, Carta Apostólica Patris Corde, 8 de diciembre 2020, Roma, nº7.
[10] Francisco, Carta Apostólica Patris Corde, 8 de diciembre 2020, Roma, “En la sociedad de nuestro tiempo, los niños a menudo parecen no tener padres. También la Iglesia de hoy en día necesita padres”, nº7.
[11] Cardenal Pironio, Meditación para tiempos difíciles, Ed. Patria Grande, Buenos Aires, diciembre 1985.