Santísima Virgen del Rosario
PUIGGARI, Juan Alberto - Homilías - Homilía de monseñor Juan Alberto Puiggari, arzobispo de Paraná, en solemnidad de la Santísima Virgen del Rosario (Catedral de Paraná, 7 de octubre de 2020)
Queridos hermanos:
En un año muy especial y de una manera impensada estamos celebrando esta fiesta tan querida de Nuestra Patrona y Fundadora.
Nuestros corazones están llenos de distintos sentimientos, pedidos, pero sobre todo de gratitud a Nuestra Madre; por eso permítanme este año, más que una homilía en la que hablamos de ella, hablarle a ella, en nombre de todos ustedes
Querida Madre del Rosario, Nuestra Señora del Evangelio, de la Redención y de la Gracia:
Una vez más, venimos como pueblo, como Iglesia, junto a ti. En estos tiempos inciertos, marcados por el cansancio, las distancias, y el sufrimiento. Necesitamos renovar nuestra mirada, reencender nuestra esperanza. Y te buscamos a vos, Maestra de vida. En tu mirada queremos aprender a contemplar, para ser capaces de abrazar compasivamente nuestra historia, contemplar hacia dónde debemos ir.
En tu Anunciación percibimos, nuestras anunciaciones de nuevos nacimientos para estos tiempos. Al mirarte, y al ver la obra realizada en vos, nuestra esperanza se acrecienta y nos recuerdas que el poder divino sigue escogiendo “lo débil, lo poco llamativo, lo que no es, para confundir a los que creen ser” (1Cor 1,27).
Cuando Dios interviene para cambiar la suerte de un pueblo, no cuentan nuestros “cualidades”, sino su absoluta gratuidad. Cómo en la historia de Israel, todo acontece a partir de la impotencia absoluta de un pueblo humillado. El Señor cambia su suerte sacándolo de una situación de muerte y lo conduce a una tierra fecunda que mana leche y miel. Poder del Señor ejercido una vez más, sobre el vacío y la pequeñez.
El Señor puede seguir haciendo, en esta nueva situación del mundo, lo que hizo en tantas oportunidades. La esperanza orienta nuestras miradas a las posibilidades omnipotentes de Dios, no a las nuestras, y el hacer memoria encierra una fuerza capaz de despertar anhelos y sueños ya dormidos. De pronto, todo cambia de perspectiva y de significado: la impotencia pierde su poder de muerte para convertirse en ocasión de irrupción de Dios, dador de vida y fecundidad. Queremos ser instrumentos tuyos, Madre, para cambiar este mundo que cada vez más por alejarse, del Padre, va hacia su destrucción.
Todo el Antiguo testamento está animado por la paradoja del poder del débil, de la exaltación del pobre, de la fecundidad de la estéril, y esta paradoja alcanza su forma más contradictoria en la “locura de la cruz”, esa “debilidad de Dios más fuerte que los hombres” (1 Cor 1,23). El evangelista Juan nos conmueve al presentarte al pie de la Cruz, la Mujer fuerte con una fe y una esperanza absoluta, totalmente abandonadas a Dios. Tu Virginidad, tu nuevo “Fiat” Madre, nos engendras como hijos tuyos. GRACIAS
María, “llena de gracia”, no lo sabías hasta que el ángel te lo reveló. Abrir la mirada interior y aprender a reconocerle, porque ya está entre nosotros. Entre nosotros está siempre, pero no lo percibimos, o no nos atrevemos a reconocerle. Solo los que tienen la mirada penetrante, ejercitada en el Silencio, pueden percibirlo. La vida se juega entre el Silencio y la Palabra. Hay tiempo para silenciar y tiempo para hablar. Supiste aceptar silenciosamente situaciones que no comprendías tanto, como supiste discernir cuando era tiempo de preguntar, de intervenir, o de proclamar. Madre que seamos valientes para escuchar y proclamar el Evangelio.
Esperamos, no lo que vendrá de un futuro. Nosotros esperamos que se manifieste lo que ya está presente y aún no somos capaces de percibir. Todo está aquí, esa es nuestra certeza. Tu fe es haber ya puesto la mirada en la certeza de una Presencia. Tu “si”, Madre, es haber puesto la mirada en la unión con él. Esa es tu verdad y esa es simplemente nuestra tarea. De lo demás se irá encargando él. El propósito principal de Dios es dar vida, y no estará satisfecho hasta que engendre en nosotros a su Hijo. Tampoco nuestro corazón estará satisfecho hasta que el Hijo nazca en él. No le pongamos obstáculos, no le estorbemos, dejémosle hacer.
Madre, no quedaste ensimismada en la grandiosidad de lo que te envolvía. Expandiste tu corazón y saliste al encuentro de Isabel, de la experiencia que otros estaban haciendo de Dios en medio de esterilidades. Señora de la Visitación, de la Prontitud, Señora del Camino, vas donde la vida se está gestando, se está dando a luz, deseosa de encontrarte allí dónde el misterio se abre paso floreciendo en nueva humanidad. Que seamos, como vos, nuevos mensajeros que exultan y saltan de gozo porque ya no pueden contenerse ante la Buena Nueva que deben anunciar con su vida y con sus palabras.
Cuando llegaste a lo de tu “parienta”, ya había transcurrido seis meses de su embarazo. ¿Qué se ha ido gestando en estos meses, en nosotros y entre nosotros, al ser invitados como humanidad a un nuevo útero? ¿Somos más parientes? Una mirada contemplativa no sabe de distancias, es una mirada que acrecienta la “conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos”. Tu actitud nos enseña a “amar a los demás como a nosotros mismos”; amarlo como parte de nuestro mismo ser, a nunca dejar de amar a todos, a nadie excluir del corazón. Ayúdanos a ser solidarios.
La Buena Nueva, el Evangelio, del que somos testigos es la exultación gozosa de un Dios que ya está Presente. Alégrate porque Dios está. Ese es el motivo que va a sostener nuestra alegría y esperanza. Quien vive de su Presencia, se siente a gusto en todos los lugares y con todas las personas. Quien anda mal, se siente mal en todos los lugares y entre todas las personas. No estar en sintonía con Dios, con el misterio último de la realidad, nos hace parecer tristes, cansados, oscuros, desanimados; enojados y peleados con la realidad… esa realidad que es, justamente, el “lugar” dónde Dios se está manifestando. Lo que ‘me tocavivir’ es parte de este misterio, que lo tengo que atravesar para poder comprender y sintonizar con tantos hermanos que viven lo mismo.
Madre, nuestra fe en donde está anclada nuestra esperanza, madura y se manifiesta en el modo como vivimos lo que hoy nos toca atravesar, en el modo como abrazamos esta vida concreta, no otra. ¿Dónde está nuestra mirada? ¿En la cotidianidad y cercanía de nuestros hermanos de rostros concretos y manos abiertas, o en la alienación autorreferencial que nos distancian, enfrentan y angustian nuestro corazón? ¿De qué nos alimentamos cada día?
Venimos, Madre, a amasar con vos el Pan nuestro de cada día y a alimentarnos de él.
Y María cantó. ¿Cómo se puede cantar, Madre, cuando los tiempos no son tan buenos? ¡¿De dónde nace este canto? De vivir en sintonía con un Dios que nunca te abandona. ¿Dónde se poya mi alegría? En su fidelidad, en la certeza de su Presencia.
Este canto es Pascual, porque pasa de la turbación a la alabanza, de la humillación a la dignidad. Aceptar cuando hay que aceptar, luchar cuando hay que luchar, cantar cuando hay que cantar. Como quien aprendió que lo mejor de su vida, más que esfuerzo es un don. María, tu sabes de lo que es capaz el Espíritu. Ahora se nos invita a nosotros a vivir un nuevo Pentecostés. Dejarnos alterar la vida por la Palabra nacida del Silencio.
Pedimos que, en nuestra Iglesia, irrumpa un soplo vital que traiga nueva vida. “Lenguas” de fuego que se posan sobre “cada uno”. Y todos “llenos”, de un Espíritu que es Santo... Y como el primer Pentecostés hablar distintos idiomas, el adecuado para que el hermano pueda comprendernos. Soltando nuestros idiomas incomprensibles, a veces anquilosados de frases dichas que no han brotado del Silencio. No es fácil hablar el idioma del Espíritu, porque supone que nos dejemos llenar, y antes, vaciar… Llenos de nosotros mismos estamos cómodos. Dios nos pide aprender hablar otro lenguaje, el del amor, para estos hermanos que no nos entienden. El lenguaje de saber escuchar, contemplar.
Qué bien nos viene, en este tiempo, el ‘lenguaje de los barbijos’ que cubren nuestros labios y abren nuestros ojos. Es el lenguaje nuevo de la contemplación el que queremos aprender. Lenguaje de miradas atentas, abarcativas, receptivas; de ojos sonrientes y compasivos, dónde todo hermano se sienta cobijado, abrazado, no juzgado y menos condenado. El lenguaje de saberse en casa, de sentirse en hogar, de miradas incondicionales en las que nos atrevamos a expresar lo que vive nuestro corazón.
Aprender a decir, en el lenguaje de los hermanos de hoy, las maravillas de Dios. Para eso, poder tener identificadas en nosotros esas maravillas que Dios ha ido actuando a lo largo de nuestra historia. La inmensidad de su desbordante misericordia que ha mirado nuestra pequeñez y miseria, y no ha apartado su rostro de nosotros.
Como lo hemos hecho más en este tiempo, ayúdanos a perseverar y crecer, en ese camino humilde y sencillo del Santo Rosario “para sumergirnos en los Misterios de Cristo, para contempla su rostro, sus gestos, escuchar sus palabras, seguir sus pasos” (M.A.T.)
Madre te pedimos, haciendo eco, de los que te pidieron tantos de tus hijos, en Tú visita a todas las parroquias de Paraná, pero con tu gracia a toda la Arquidiócesis, intercede ante Tu hijo para que aleje la pandemia, fortalece a los que sufren como consecuencia de ella, bendice a los que trabajan, personal de sanidad, de seguridad y a tantos otros que ponen lo mejor de sí para servir a sus hermanos.
Consuela a los que están angustiados, solos, triste, con dificultades económicas o laborales.
Conduce con al cielo, a los que fallecieron y consigue para los enfermos la salud que anhelan.
Madre queremos tener memoria y recordar lo que nos comprometimos frente a tu imagen venera, al concluir el Sínodo:
Queremos ser una Iglesia que anhele la santidad,
que sea una comunidad evangelizadora, eucarística y misericordiosa,
profundamente creyente, celebrante, orante, misionera y en salida hacia las periferias existenciales,
una comunidad que cada día, de Tu mano, como en Caná, trasforme el agua de la rutina y del conformismo, en el vino nuevo de la alegría de quien es discípulo- misionero.
Madre del Rosario, acércate aún más a nosotros, …únenos a Ti en la tierra y llévanos contigo al cielo.
Madre, Nuestra Esperanza, termino con la palabra que más escuché de tus hijos en toda la mañana: GRACIAS
Mons. Juan Alberto Puiggari, arzobispo de Paraná