Solemnidad de la Bienaventurada Virgen del Milagro
CARGNELLO, Mario Antonio - Homilías - Homilía de monseñor Mario Antonio Cargnello, arzobispo de Salta en la solemnidad de la Virgen del Milagro (13 de septiembre de 2020)
Queridos hermanos:
Comenzamos el Triduo en honor del Señor y la Virgen del Milagro. Este primer día, el 13 de septiembre, lo dedicamos a honrar a nuestra Santísima Madre del Milagro.
El pueblo de Salta y sus devotos todos en distintos lugares del mundo, reconocen en la Virgen a la que todo lo puede rezando: “omnipotencia suplicante” la llamamos.
En este año, bajo el lema “Somos tuyos, somos de María, somos hermanos” hemos querido ponernos bajo su protección, honrar al Señor y a la Virgen y compartir con los hermanos la luz y la fuerza que brotan de la fe, don de Dios. Hoy, debemos pensar que somos de María.
La Iglesia nos ofrece como ofrenda de la Palabra de Dios en la primera lectura un texto del Libro de Judith. En la Novena, cuando rezamos la oración preparatoria después del acto de contrición, nos dirigimos a la Santísima Virgen diciéndole: “Tú, cual otra hermosa Esther, mudando de colores te presentaste ante el Rey de los Cielos para pedir por tu pueblo”.
Judith y Esther son dos figuras del Antiguo Testamento, dos mujeres en las cuales la tradición espiritual cristiana supo y sabe ver figuras que anticipaban el lugar de María en la historia de la Salvación, cerca de Jesús.
Judith libera, entrando en el corazón del ejército enemigo, al pueblo en un gesto audaz. Esther, quien también es una mujer simple, huérfana de padre y madre y era cuidada por su tío, con su simplicidad va logrando -guiada por la Providencia- entrar en el corazón de todo el sistema de la autoridad y del Gobierno de los medos y de los persas, llegando al lado del Rey para ser convertida en una Reina. La Palabra de Dios la presenta como una mujer que sabía granjearse con su simplicidad la simpatía de quienes la rodeaban y que supo cargar sobre sus hombros, venciendo temores, interceder por su pueblo y salvarlo del exterminio al que quiso someterlos Amán, segundo del Rey. Es la “mujer” que, con esa gracia de ser mujer, siguiendo las palabras del Papa San Juan Pablo II diríamos con el “genio femenino”, logra ser protagonista en la historia de la Salvación, ella toca el corazón humano, lo transforma y transforma lo que hay de malo en el corazón: la ira, la prepotencia, incluso la injusticia, la maldad o la traición. Ella logra transformarlo en bien para su pueblo. María es eso. ¡Qué bueno descubrirla como mujer sencilla y simple, como le gustaba a Santa Teresita de Jesús! tejiendo en el corazón nuestro y en el corazón de nuestro pueblo vínculos de bien, de fraternidad, de salud, de comunión y de paz.
¡Cómo necesitamos Madre querida del Milagro que hoy entres en cada hogar! La pandemia, como el mar sometido a la fuerza de los vientos, va sacando lo que está sucio por dentro, así como saca lo mejor. Emergen con fuerza pecados, egoísmos, rivalidades, estupideces; pero, también emerge la generosidad de tanta gente, desde los que nos cuidan en la salud, la seguridad y los servicios esenciales, los que velan por nosotros, hasta los que en los hogares cuidan a sus hijos, velan por el cuidado de sus seres queridos y están atentos. Lo hacen discretamente trabajando en silencio, preparando la comida, atendiendo la salud.
¿Quién puede cambiar el corazón? Solo la sabiduría de la Mujer, del genio femenino puede reconstruir esta sociedad herida que está lista para ser sanada, que está dispuesta a ser sanada. Será sanada si sabemos abrir el corazón como tú María, abriste el tuyo a nuestro Dios y si sabemos acoger a tu Hijo, a Jesús, quien es Dios y hermano nuestro y dejando que Él sea nuestro educador. ¡Tú fuiste su Madre y Maestra y, asimismo fuiste su primera discípula!
¡Cómo te necesitamos Madre del Milagro! Este Milagro es tuyo y de Jesús. Lo que quisimos preparar no lo podemos hacer porque la enfermedad también golpea a la gente de nuestra Catedral y la fuerza disminuye, porque la situación no lo permite y debemos cuidar a nuestra gente. Tú sabes que en el corazón de tu pueblo todos están mirándote y quieren celebrar contigo y claman por tu abrazo, por tu ternura. Celebramos un Milagro más profundo que nunca, porque lo que no podemos manifestar externamente, se expresa con una bandera o en una flor y deja lugar a una fiesta en el corazón que se abre para convertirse en Jesús y para decirte: “Entra Madre, enséñanos a seguir la voluntad del Padre”. Quisiste servir la mesa de este Milagro, la Mesa de la Eucaristía, poniendo en el Altar tanto dolor. ¡Danos fuerza para transformar ese dolor en un amor profundo a ti y a Jesucristo, porque somos de Jesús y somos tuyos Madre y por eso somos hermanos! Que ese amor a ti Madre y a Jesús, se traduzca en una verdadera fraternidad solidaria, que deponga las actitudes de enfrentamiento. ¿Cómo se puede lucrar queriendo crecer en poder en este momento de tanto dolor? ¿Cómo se puede pensar en ganar dinero en medio de tanta amenaza de muerte? ¿Cómo se puede no descubrir que todos necesitamos de Dios, de Jesús, del Dios con nosotros y de ti Madre?
Esta Fiesta del Milagro es más fiesta que nunca, porque quien ha puesto estilo son el Señor y la Virgen.
Queridos hermanos, así entramos en este Triduo, lo hacemos sin miedo, por eso renovamos nuestra esperanza. Aunque no podemos estár juntos físicamente, espiritualmente nos tendemos la mano porque el Milagro es Eucaristía y, la Eucaristía es Comunión y el Pueblo de Dios tiene que estar y el deseo de estar nos une. Estoy convencido que cuando las aguas del mar se serenen, será el año viene o este año -eso lo dirás tú Señor-, el Milagro será más fuerte que nunca, porque nos encontrará más hermanos. La gente buena que lo ha expresado de diferentes maneras, desde la Puna hasta nuestro Chaco y desde los límites con Bolivia, hasta Tucumán y Catamarca ha expresado esa comunión en el amor a la Virgen… Eso es lo que va a triunfar, porque la gente que celebra el Milagro desde distintos lugares de la tierra lo hace con amor. Eso va a quedar después de este arrasadora experiencia de la pandemia.
¡Sigues estando, María, delante del Sagrario y aquí en la Eucaristía, lejos de cualquier apetito insano de poder absoluto para ser nuestra servidora, Madre y Señora, Virgen del Milagro!
Mons. Mario Cargnello, arzobispo de Salta