129° aniversario de la Coronación Pontificia de la Imagen de Nuestra Madre del Valle
URBANC, Luis - Mensajes - Homilía de monseñor Luis Urbanc, obispo de Catamarca en la misa solemne por el 129° aniversario de la Coronación Pontificia de la Imagen de Nuestra Madre del Valle, en el marco del Año Jubilar Diocesano y Año Mariano Nacional por los cuatro siglo
Queridos devotos de la Virgen del Valle:
Ayer hemos celebrado, como Iglesia que peregrina en Argentina, la memoria obligatoria de la “Bienaventurada Virgen María del Valle”, y hoy culminamos los homenajes que le hicimos a lo largo de este septenario, para conmemorar los 129 años de la coronación pontificia de su sagrada imagen, con esta celebración Eucarística y esta tarde con una atípica procesión en torno a la plaza.
La reflexión quiero empezarla con las 2 primeras estrofas de la oración que todos los días rezamos en este Año Mariano Nacional: “María, Madre del Pueblo, esperanza nuestra, hermosa Virgen del Valle, ayúdanos a renovar nuestra fe y nuestra alegría cristiana. Tú que albergaste al Hijo de Dios hecho carne, enséñanos a hacer vida el Evangelio, para transformar la historia de nuestra Patria”.
Para poder renovar la fe y la alegría cristiana, es necesario reconocer y aceptar la verdad de los hechos sobre los que se basan la fe, la esperanza y la caridad; y es, justamente, lo que san Pedro dice con voz potente a sus interlocutores el día en el que recibieron la efusión del Espíritu Santo: «Judíos y vecinos de Jerusalén, entérense bien y escuchen atentamente mis palabras: A Jesús el Nazareno, varón acreditado por Dios ante ustedes con milagros, prodigios y signos que Dios realizó por medio de Él, como muy bien lo saben, ustedes lo mataron, clavándolo a una cruz por manos de hombres inicuos. Pero Dios lo resucitó, librándolo de los dolores de la muerte, por cuanto no era posible que ésta lo retuviera bajo su dominio. A este Jesús Dios lo resucitó, de lo cual todos nosotros somos testigos. Exaltado, pues, por la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, lo ha derramado sobre nosotros. Esto es lo que están viendo y oyendo»(Hch 2,14.22-2432-33).
Y en la 2° lectura, el apóstol Pedro vuelve a subrayar la importancia de cambiar la conducta inútil propia de la incredulidad: “compórtense con temor durante el tiempo de su peregrinación, pues ya saben que fueron liberados de su conducta inútil, heredada de sus padres, no con algo corruptible, oro o plata, sino con una sangre preciosa, la de un cordero sin defecto ni mancha, Cristo, al que Dios lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, de manera que la fe y la esperanza de ustedes estén puestas en Dios”(1Pe 1,17b-19.21).
Entonces cómo no cantar con el salmista: “Bendeciré al Señor, que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré” (Sal 15,7-8).
El texto del Evangelio, de los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35), se volvió paradigmático, no sólo del mismo Evangelio, sino de la vida de la Iglesia con su celebración central, la Eucaristía, fuente y cumbre de la vida cristiana.
Mientras éstos van caminando y discutiendo, Jesús se acerca y se pone a caminar con ellos, pero ellos no podían reconocerlo.
Jesús, de una, se hace cercano y comparte el camino con ellos. Llegado el momento oportuno, les pregunta de qué hablan. Esto los descoloca y les hace manifestar en el rostro la tristeza que les oprime el corazón. Entonces uno de los 2, Cleofás, le contesta con un tono algo agresivo. Sin embargo, Jesús mantiene la calma y se muestra dispuesto a escuchar, a que le cuenten su versión de lo que ha pasado en Jerusalén en esos días.
Ante la insistencia de Jesús los 2 discípulos le cuentan todo lo que ha sucedido, su versión de los hechos. Y nos encontramos con que a grandes pinceladas le describen los momentos y acciones más importantes de Jesús, terminando con su crucifixión. Pero añaden la visita de las mujeres a la tumba vacía y el testimonio de unos ángeles que anuncian que está vivo. También refieren la incredulidad de los Apóstoles ante el testimonio de las mujeres y que Pedro corre a verificar lo dicho por ellas, pero que a Jesús no lo ve. Por tanto, lo dicho por los discípulos de Emaús recapitula en cierto modo todo el Evangelio, incluso lo inmediatamente anterior (cf. Lc 24,1-12).
Ahora bien, esto que los discípulos de Emaús le cuentan a Jesús, coinciden con lo que Pedro y Pablo predican como kerigma, o sea, el primer anuncio de la salvación (cf. He 2,22-24; 3,13-15; 4,10-12; 10,37-41; 13,27-31). Lo llamativo es que mientras Pedro y Pablo hacen de este kerigma un anuncio gozoso de salvación, los discípulos de Emaús lo dicen apesadumbrados, sin entusiasmo, como no pocas veces lo hacemos nosotros, de allí que no somos creíbles. Es que está incompleto, les falta la fe en la resurrección, que da sentido a todo. Se han quedado en el anuncio de la muerte de Jesús, sin llegar a creer en la resurrección. Y como dice San Pablo: "si Cristo no resucitó, la fe de ustedes es inútil y sus pecados no han sido perdonados, en consecuencia, los que murieron con la fe en Cristo han perecido para siempre. Si nosotros hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solamente para esta vida, seríamos los hombres más dignos de lástima" (1Cor 15,17-19).
Preguntémonos ¿en qué consiste nuestra fe, con qué criterios y certezas nos conducimos en el día a día, qué lugar ocupa la resurrección de Cristo y por ende la nuestra a la hora de hacer nuestra escala de valores y nuestras opciones de vida, la Eucaristía es realmente el ámbito en el que nos encontramos verdaderamente con Jesucristo Resucitado y con los hermanos con los que compartimos la misma fe, cultivamos la misma esperanza y alimentamos el mismo amor, el encuentro con Jesús nos moviliza para ir al encuentro de los hermanos más necesitados y socorrerlos?
Amada Madre del Valle, gracias por habernos acompañado a lo largo de estos 400 años, con el único fin de llevarnos a tu Hijo Jesús, el Redentor y Restaurador del género humano, la Palabra viva y eficaz del Padre Celestial, el Buen Pastor que nos conduce a los sustanciosos campos del amor, la verdad, la libertad, la fraternidad y la vida.
Concédenos la gracia de ser pacientes en medio de las dificultades, alegres y esperanzados en las horas de tribulación y oscuridad, agradecidos en los triunfos y en la superación de los problemas, y perseverantes en la oración y en las tareas diarias.
Gracias Madre porque nos tiendes tus brazos y nos acoges con tu tierna mirada.
¡Virgen bendita del Valle, ruega por nosotros!
Mons. Luis Urbanc, obispo de Catamarca