Corpus Christi
GARCÍA, Eduardo Horacio - Homilías - Homilía de monseñor Eduardo García, obispo de San Justo en la solemnidad del Corpus Christi (1 de junio de 2024)
Jesús se reúne a celebrar la última cena en un contexto paradójico. Por un lado, hay alegría por el encuentro íntimo con los amigos; por otro, hay tristeza porque es despedida ante la muerte que no se hace esperar. Es paradójico: celebra “la vida” en esa pequeña sala, mientras afuera, en las calles, la vida estaba amenazada de muerte. Su vida estaba amenazada por haberse puesto del lado de tantas vidas amenazadas: las vidas amenazadas al costado del camino de los ciegos, paralíticos, leprosos; la vida amenazada de los pecadores, de los hambrientos, de los que, a su modo, luchaban por una vida más justa sin opresión religiosa ni política.
Sin embargo, en este contexto de vida amenazada, Jesús no se detiene. Como lo hacía el cabeza de familia en cada pascua, pronunció la bendición y partió el pan sin levadura, el "pan de aflicción". Todo igual, pero con la novedad de que en ese pan se concentra la intensidad de su vida misma: el Hijo de Dios. Después de comer, también como jefe de familia, levantó la "copa de bendición", en acción de gracias, y pasándola, recogió la memoria de la alianza del Dios fiel en Sinaí; pero ahora, es su sangre con la que Dios hace alianza, esa sangre que bombeó su corazón apasionado y consagrado por el reino de su Padre que quiere que los hombres tengan la vida buena de los hijos de Dios.
"Esto es mi cuerpo... es mi sangre" : afirma la continuidad de una historia de revelación, de promesas, de misericordia de Dios para con su pueblo y la novedad de que, por su sangre, con su sangre y en su sangre, esa alianza queda sellada de una vez para siempre, pero ahora, no sólo para algunos de un pueblo elegido sino para todos los hombres.
Entregar la sangre para la cultura de Jesús es entregar la vida, y su sangre personal derramada marca una novedad radical en las relaciones entre los hombres y Dios. Desde aquel momento, lo que nos liga es el amor servicial. Lo que nos redime no es ni su muerte, ni su sangre, ni ningún culto exterior, sino la entrega por amor al Padre haciendo suya la causa de los que sufren para mostrar que Dios abraza a todos, todos, todos.
"Esto es mi cuerpo... es mi sangre, ese gesto recoge todo lo que Él ha hecho: ha ido rompiendo su vida como pan, ha muerto como un roto más en el santo altar de la vida para compartir su fe en el amor inquebrantable del Padre que abraza lo que lo que la vida injusta, insolidaria e insensible se empeña en romper.
"Esto es mi cuerpo... es mi sangre" "hagan esto en memoria mía" no significa tan sólo "repitan mecánicamente una y otra vez esta celebración como una fórmula mágica a través de la cual Dios se va a hacer presente", sino "hagan el mismo gesto de entrega que yo hice al entregarme realmente y no sólo simbólicamente". "Hagan esto…” es un grito que reclama pasar de la eucaristía simbólica a la eucaristía real, del amor simbólico y declamado al amor con rostros, nombres y apellidos, historias, lágrimas y frustraciones, luchas y esperanzas. No sólo hace válida nuestra eucaristía el cumplimiento fiel de los cánones y rúbricas, sino el amor encarnado por sobre todas las cosas hecho gesto.
Cuando comulgamos con un amor atento a las necesidades de los que más sufren, comulgamos infaliblemente a Cristo, que se escondió en ellos y se identificó con ellos: "todo lo que hagan al más pequeño de mis hermanos lo hacen conmigo".
En cada comunión con Jesús anunciamos el modo de ser cristiano que consiste en una existencia vivida, como vida por los demás, en entrega a la causa de Dios, que es su Reino, y de los que Él ama especialmente no por un amor sensiblero o demagógico, sino porque son los que mundo en su ambiciones y estructuras de poder, menos ama – y hay muchos a los que el mundo no ama- . Por todos y por ellos se entregó para que no tengamos una mirada ausente y superficial de la vida. Todo esto lo hizo Jesús, y la Cena Eucarística es su memorial y su actualización permanente, porque Él sigue dándose y entregándose para la vida en abundancia de todos a través de nosotros: los que recibimos su Cuerpo y su Sangre como sublime transfusión de su sangre y su pasión.
“Hagan esto en memoria mía, nos dice: ¡miren lo que hice y cómo lo hice!”. No nos dice “mediten”, “escriban”, “interpreten”, “hagan congresos”, sino, sencillamente “hagan esto”.
Celebramos hoy la festividad del Cuerpo y de la Sangre de Jesús, también en un contexto de vida amenazada por un individualismo social mezquino, por una insensibilidad que se nos metió bajo la piel al ritmo de cuidate, por corrupciones históricas arraigadas al compás de música de cuerdas, vida amenazada por la violencia cotidiana del choreo indiscriminado, amenaza por la violencia de la falta de pan, techo, educación y trabajo, por la violencia de los mercaderes de muerte de guante blanco y los de zapatillas de nuestros barrios. No podemos adorar el cuerpo y la sangre de Jesús sacramentales sin adorar el gesto de Jesús de ofrecerse para una vida buena y digna para todos los hijos de Dios.
Los verdaderos adoradores adoraran en espíritu verdad. Adoremos con el corazón a Jesús y adoremos con nuestras manos, con nuestra inteligencia, con nuestro tiempo, con nuestras capacidades; con nuestra entrega generosa, para que este mundo concreto, este país concreto, esta comunidad concreta vivan desde la justicia del reino, hoy y aquí. Necesitamos que la hostia que hoy adoramos en custodias brillantes sea la expresión de una vida comprometida en la custodia cotidiana de la vida que cuidamos a pesar de estar amenazadas.
Como ayer, y como mañana Jesús hoy nos dice a san Justo: “Hagan esto”
Mons. Eduardo García, obispo de San Justo
1 de junio de 2024