Ordenación sacerdotal de Ramón Leandro Roldán
URBANC, Luis - Homilías - Homilía pronunciada por monseñor Luis Urbanc, obispo de Catamarca, en la ordenación sacerdotal de Ramón Leandro Roldán (Iglesia catedral, 27 de octubre de 2023)
Queridos hermanos:
Nos hemos congregado, con corazón agradecido al Dueño de la mies, para la ordenación sacerdotal de nuestro hermano Leandro Roldán. Muchas gracias, Leandro, por tu sí. Muchas gracias, Miriam y Ramón por el hijo que acogieron, educaron y hoy entregan a la Iglesia, maduro y dispuesto para servir a los hermanos, participando del sacerdocio eterno de Jesucristo para perpetuar su acción salvífica. Muchas gracias a sus hermanos y hermanas. Muchas gracias a la comunidad parroquial de Santa Rosa de Lima que lo vio crecer, acompañó y modeló, de un modo particular al p. Santiago Sonzini que fue un padre espiritual para Leandro. Que el Señor los siga bendiciendo y cuidando.
Y a todos ustedes que participan de esta celebración los invito a que sigan pidiendo al Espíritu Santo el resurgir de vocaciones al servicio del Reinado de Dios en este mundo tan convulsionado y hambriento de la paternidad y misericordia divinas.
Querido Leandro, tú has elegido los textos bíblicos para tu ordenación sacerdotal. No tengo dudas que ellas expresan tus convicciones y certezas. Del profeta Jeremías quisiste destacar que Dios «antes de formarte en el vientre materno, ya te conocía; que, antes de que salieras del seno, ya te había consagrado y te había constituido profeta para las naciones» (Jer 1,5). Ahora bien, en tu caso, no puedes decir: «¡Ah, Señor! Mira que no sé hablar, porque soy demasiado joven» (Jer 1,6). Tú ya tienes mucha juventud acumulada… Ha llegado la hora, soñada y trabajada durante largos y ricos años, de ir «adonde Él te envíe y decir todo lo que Él te ordene. Y sin temor delante de tus interlocutores, porque el Señor estará contigo para librarte y fortalecerte» (Jer 1,7-8). Para ello, hoy, «el Señor toca tu boca y pone sus palabras en tu corazón» (Jer 1,9), por medio de la imposición de mis manos, la oración consagratoria y la unción con el Crisma. A la vez, todo el presbiterio te acogerá en su seno como un hermano más por medio de la imposición de manos y del abrazo sacerdotal. Por favor, reconoce en el presbiterio tu nueva y definitiva familia con sus luces y sus sombras. Aprende cada día a quererla, respetarla, cuidarla y purificarla. Sé con tus hermanos sacerdotes un verdadero ejemplo para todos y consuelo para los afligidos, sufrientes, marginados y pobres.
Tararea, cada día: “El Señor es mi Pastor, nada me puede faltar, en verdes praderas me hace descansar y repara mis fuerzas” (Sal 22,1-3).
Leandro, jamás olvides que la transformación sustancial que hoy realizará el Espíritu Santo de tu persona, no es mérito tuyo ni una conquista heroica de tus esfuerzos o la concreción de un plan ideado por ti, sino obra de la libre y misericordiosa Gracia que llama y consagra a quien quiere.
Recuerda siempre el rico mensaje de la segunda lectura que te invita “a no desanimarte cuando surjan las dificultades, ya que has sido investido misericordiosamente del ministerio apostólico; y nunca, por temor o conveniencia, calles la verdad del Evangelio, sea procediendo con astucia mundana o falsificando la Palabra de Dios” (2Cor 4,1-2). “Porque no te predicas a ti mismo, sino a Cristo Jesús, el Señor, ya que no eres más que servidor de la gente por amor de Jesús... consciente de que llevas este tesoro en una vasija de barro, para que se vea bien que este poder extraordinario no procede de ti, sino de Dios” (2Cor 4,5.7).
Leandro, el que te dijo: ‘¡Sígueme!’ es Jesús, el Buen Pastor, el que da su vida por las ovejas (Jn 10,11). Sólo en Él tienes al modelo que imitar. Siempre contempla su figura, su modo de actuar, sobre todo en su obediencia a la voluntad de su Padre. Los consejos evangélicos, de pobreza, castidad y obediencia encuentran en el Buen Pastor su fuente inspiradora, puesto que sin ellos no podría ser el pastor ejemplar.
Así como Jesús conoce a sus ovejas, tú debes conocerlas. Las ovejas no te pertenecen, son de Él. Tu hermosa y envidiable misión es hacer que ellas conozcan y amen a Jesús (Jn 10,14). Por eso, para que tu tarea sea fecunda, meritoria y gratificante, haz de cuidarlas, amarlas, sanarlas, guiarlas y consolarlas. Lo que no te pertenece tienes que cuidarlo más y mejor que si fuera tuyo, porque “al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más” (Lc 12,48).
El Papa Francisco no se cansa de repetir que tenemos que ser una ‘Iglesia en salida’, porque “Jesús tiene otras ovejas que no son de este corral y que también las debe conducir para oigan su voz; así, todos formemos un solo rebaño, con un solo pastor” (Jn 10,16). ¡Que no te falte el celo misionero en el ejercicio del ministerio pastoral! No te conformes con solo mantener lo que ya se hizo, sino apela a la creatividad del Espíritu Santo que tantas veces nos lleva por caminos impensados, pero necesarios para poder llegar a todos, ya que por todos Cristo derramó su sangre en el altar de la Cruz.
Que la Virgen del Valle siga siendo tu Madre, inspiradora de una generosa entrega al servicio de los hermanos y consuelo en las pruebas.
Procura inspirar en el santo cura Brochero tu ministerio sacerdotal en generosidad, creatividad, espiritualidad, amor a la Purísima y fidelidad.
Mons. Luis Urbanc, obispo de Catamarca