Carta pastoral

BUENANUEVA, Sergio Osvaldo - Carta pastoral - Carta pastoral de monseñor Sergio O. Buenanuva, obispo de San Francisco (12 de septiembre de 2023, memoria del Dulce Nombre de María)

A los fieles católicos de la Diócesis de San Francisco
Queridos hermanos:

Hoy quiero hablarles de nuestra querida y sufrida Argentina. Ante todo, busco en la Palabra de Dios las palabras que decirles. Repasando el Evangelio, vuelvo a las bienaventuranzas. Los invito a escucharlas con la apertura interior de la fe. Que María nos preste su alma de discípula.

  • Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
  • Felices los afligidos, porque serán consolados.
  • Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
  • Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
  • Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
  • Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
  • Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
  • Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
  • Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron. (Mt 5, 3-12)

Les propongo pensar juntos cómo vivir las bienaventuranzas del Evangelio en el contexto de los actuales procesos sociales y políticos que vive nuestro país. También hasta allí ha de llegar la luz del Evangelio. Yo les ofrezco solo algunos apuntes, nacidos del corazón y puestos por escrito.

Como dice el Catecismo de la Iglesia, las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesús. Me animo a añadir: y también de todos aquellos hombres y mujeres que han encontrado en el Señor la luz de la vida. Pienso en Brochero, en Ceferino, en Mamá Antula, en las beatas cordobesas Tránsito y Catalina, en el obispo Esquiú, en Angelelli, en Wenceslao Pedernera, en Enrique Shaw, en Pironio… y en tantos otros, santos de la puerta de al lado, que han sembrado las bienaventuranzas en la tierra generosa de nuestro hermoso país.

Evocarlos nos da esperanza y renueva el compromiso de seguir adelante con la misión que el Señor nos ha confiado. Es una corriente de vida que nos lleva a la bienaventuranza del cielo, pero que, ya desde ahora, fecunda la tierra y el tiempo que el Señor nos ha regalado. 

Hoy vivimos un tiempo complejo. Hace cuarenta años recuperábamos nuestra democracia. No puedo dejar de hacer memoria de la jornada electoral del 30 de octubre de 1983. Voté entonces por primera vez. Ese recuerdo está asociado a intensas emociones y decisiones. Quisiera que los más jóvenes se asomaran un poco a aquel tiempo fuerte de nuestra patria. Estoy convencido de que fue un momento en el que pudimos dar un salto de calidad en nuestra vida ciudadana.

De todas formas, es lógico que, al mirar el rostro de nuestros hijos y nietos, sintamos un poco de vergüenza. Rompiendo un ciclo fatal de golpes y dictaduras, hemos podido sostener la institucionalidad de la república consagrada por nuestra Constitución Nacional. No es un logro menor. Sin embargo, en todos estos años, y por diversos factores y responsabilidades, no hemos logrado poner en marcha un proceso virtuoso de crecimiento que mejore la vida de las personas, sobre todo, de las clases medias y de los más pobres.

El deterioro social avanza como también una dolorosa (y peligrosa) frustración. Sabemos que las cosas tienen que cambiar, pero nos pesa saber que hay demasiados intereses para que todo siga igual en una democracia más corporativa que participativa, proclive a la corrupción. En buena medida, luchamos con nosotros mismos, con los vicios y picardías de nuestra cultura política.

Como discípulos no tenemos alternativa al Evangelio: somos hombres y mujeres de fe y, por tanto, nos interpelan Jesús, sus bienaventuranzas y el rostro de los pobres, de los niños e incluso -como enseña el papa Francisco- el grito de nuestra casa común.

Argentina necesita un cambio profundo en el alma de todos nosotros: necesitamos paz y perdonarnos, reconciliarnos y apostar por la amistad social. No tenemos por qué pensar lo mismo, ni tener la misma interpretación de nuestra historia, ni compartir idénticas soluciones a los problemas comunes. Basta con que nos reconozcamos semejantes, hermanos e iguales. Y que ese reconocimiento modere de verdad nuestros debates. No podemos darnos el lujo de seguir apostando a la polarización, pasando de la legítima crítica de las ideas al agravio de las personas.

Estamos viviendo un arduo año electoral, una vez más, subordinado a los intereses de la política más que a las necesidades de los ciudadanos. No nos dejemos vencer por el enojo. Los ciudadanos tenemos que pensar con lucidez qué decisiones tomar a la hora de elegir a quienes encomendaremos la gestión de gobierno.

La Iglesia y sus pastores no debemos decir a quien votar o a quien no. Si lo hiciéramos, aún de manera velada, estaríamos cediendo a una forma de clericalismo que suscita fastidio y un legítimo rechazo porque invasivo de la conciencia. Lo que sí debemos hacer es ofrecer a todos la rica enseñanza de la doctrina social para orientar nuestra conducta ciudadana. El voto es un acto eminentemente personal, fruto de un discernimiento cuidadoso a conciencia. En este sentido, los aliento a pensar bien nuestra opción y a acudir a votar.

En ocasiones nos cuesta aceptar las opciones de los demás. En vez de enojarnos y lanzar condenas, tenemos que tratar de comprender qué está pasando en los sentimientos, esperanzas y decepciones de nuestros semejantes. ¿No necesitamos dar un salto de calidad en este aspecto de nuestra cultura política? La construcción del bien común es una tarea ardua. Lo será mucho más si no mejoramos en este sentido nuestra convivencia. Requiere liderazgos inspiradores, trabajo colectivo, paciencia y perseverancia. Para este esfuerzo común hemos de apelar a los más hondos valores religiosos, espirituales y éticos de nuestro pueblo.

Hace poco, volví a publicar unas orientaciones que preparé para las elecciones de 2019. Puede resultar útil repasarlas. Aquí solo recuerdo lo que afirmé sobre el valor de la democracia. Y con ello concluyo esta carta: “La Iglesia aprecia la democracia, pero no la idealiza. No deja de señalar que una «auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana.» (CA 46). Alienta, por eso, a los fieles a cuidar la cultura democrática del país, sobre todo, aportando los valores espirituales que la sustentan. También es un aporte cuando ejerce una oposición crítica a leyes que considera injustas. En este sentido, no puede faltar -y no va a faltar- el punto de vista católico en los grandes debates de la sociedad argentina. Sumará su voz, con respeto de las reglas democráticas, a las voces presentes en nuestra sociedad.” (nº 13).

Volvamos al Evangelio, releamos las bienaventuranzas, recemos por nuestra patria Argentina y dispongámonos a cuidar entre todos el clima de convivencia ciudadana. La semilla ha sido sembrada, nos toca cuidar su crecimiento.

Que la Virgencita nos cuide a todos. Con mi aprecio y bendición.

Mons. Sergio O. Buenanueva, obispo de San Francisco