Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor 2023

BUENANUEVA, Sergio Osvaldo - Homilías - Homilía de monseñor Sergio Buenanueva, obispo de San Francisco, en la solemnidad del Corpus Christi (Iglesia catedral, 10 de junio de 2023)

“Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.” (Jn 6, 57).

Este fin de semana, la fiesta del Corpus Christi coincide con la colecta anual de Caritas. Una muy feliz coincidencia.

La Eucaristía es el sacramento del amor de Cristo (de la caritas Christi).

Cada vez que celebramos la Misa, Jesús, el buen samaritano, se detiene, se acerca a nosotros, cura nuestras heridas y, sobre todo, carga con nosotros. Se hace cargo de cada uno de nosotros y de toda la humanidad.

Jesús, Pan vivo bajado del cielo, lleva en su cuerpo resucitado y eucarístico la Vida que recibe del Padre. Y es la Vida que transmite a quienes somos sus comensales: a quienes comemos su Cuerpo y bebemos su Sangre.

Y, con su vida, nos comunica también su misión.

“Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.” (Jn 6, 57).

Todos somos invitados al banquete eucarístico. Todos sin distinción ni discriminación. Solo que, invitados a esta fiesta, tenemos que entrar a la espaciosa sala del banquete con el vestido de fiesta (cf. Mt 22, 12), es decir, con una fe viva por el amor, con corazón deseoso de conversión y de apertura a su Evangelio.

Celebrar la Eucaristía nos lleva a vivir eucarísticamente. A vivir con “coherencia eucarística” toda nuestra vida y, por eso, a dar pasos de conversión para imitar en la vida lo que celebramos en la liturgia.

Podríamos decirlo de esta manera sencilla y directa: así en la vida cotidiana como en la Eucaristía dominical.

Jesús, el buen samaritano, se nos da como alimento. Quiere iluminar nuestra mente, abrir nuestros ojos y liberar nuestras manos para que seamos también nosotros pan para nuestros hermanos y hermanas.

El lema de la colecta de este año nos pone en ese camino: "Mirarnos, encontrarnos, ayudarnos".

Estos tres verbos tienen un “ritmo eucarístico”. Esto es así, tanto en la vida cotidiana como en la misma celebración litúrgica.

En la celebración de la Eucaristía -la dominical, por ejemplo- nos dejamos alcanzar por la mirada del Señor resucitado y, con los ojos de nuestra fe, buscamos reconocer su Presencia salvadora. Al acercarnos a comulgar, se nos muestra la santa Hostia para que con los ojos contemplemos el signo sacramental y con nuestros labios confesemos nuestra fe en Él.

Y así, volvemos a la vida, para reconocer al Señor en cada hermano y hermana que se cruza por nuestro camino, especialmente en los más pobres, los enfermos, los que cargan con el peso de la vida. Lo saben bien los ministros de la comunión que llevan el Pan eucarístico por los hogares.

El gesto de separar una suma de dinero para ofrecerla como don en la colecta de Caritas participa también de esta dinámica eucarística.

El problema agudo de la pobreza en Argentina, la falta de desarrollo y de educación no se solucionan con una colecta. Ni con muchas. No somos ingenuos.

El desarrollo integral de los pueblos supone la convergencia y la sinergia de varias fuerzas que se tienen que desplegar para poner en marcha un ciclo virtuoso de crecimiento. Es un movimiento que normalmente sube desde abajo, desde la sociedad civil, desde los mismos pobres, desde la capacidad e ingenio de los emprendedores, los que arriesgan sus bienes y el mayor capital con que cuenta una sociedad: las personas, sus talentos y capacidad de riesgo.

Y la acción inteligente y discreta del estado, cuya función principal no es ahogar los impulsos de la sociedad, sino encauzarlos hacia el bien común, velando para que los intereses sectoriales -de las corporaciones, por ejemplo- no actúen en desmedro del interés de todos.

Cuando esto acontece, el proceso virtuoso puede adquirir un ritmo verdaderamente esperanzador.

La colecta de Caritas busca animar en nosotros, especialmente en quienes nos reconocemos discípulos de Jesús, la respuesta concreta, personal y pronta a las necesidades que, aquí y ahora, tienen nuestros hermanos y hermanas más pobres.

Caritas es la Iglesia. Somos todos. Con nuestro aporte monetario sostenemos las acciones de Caritas, en primer lugar, en nuestras comunidades parroquiales; pero, también en los diversos programas de promoción y educación que, a lo largo y a lo ancho de nuestro país, Caritas lleva adelante.

Constituyen un granito de arena, pero en la dirección correcta: generar trabajo digno y acompañar la educación de nuestros niños, niñas y adolescentes. Y, en todo esto, conjurando la indiferencia con la virtud de la solidaridad.

Mirarnos, encontrarnos y ayudarnos. Ese es el programa. Esa es la gracia que nos regala la Eucaristía cada vez que nos reunimos para celebrarla como familia. Ese es el dinamismo eucarístico de nuestra vida.

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Para concluir, me gustaría anunciar que, después de este tiempo que arrancó con las restricciones de la pandemia, próximamente pondremos nuevamente en marcha la Capilla de Adoración permanente de nuestra catedral.

Este espacio de gracia para nuestra ciudad y nuestra diócesis volverá a estar abierto a los adoradores, tanto habituales como ocasionales.

Para volver a ponerla en marcha, en los próximos meses realizaremos una misión que nos ayude a comprender mejor el sentido y el valor de esta preciosa forma de orar que es la adoración eucarística.

¡Ojalá que de cada una de nuestras comunidades surjan los adoradores que el Padre quiere -al decir del Señor- es decir, adoradores en espíritu y en verdad!

Mons. Sergio Buenanueva, obispo de San Francisco