Tedeum del 25 de Mayo

POLI, Mario Aurelio (cardenal) - Homilías - Homilía del cardenal Mario Aurelio Poli, arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina en el tedeum del 25 de mayo de 2023

Evangelio: Juan 17, 19-26;
Salmo 15, 1-2. 5. 7-11.

El Evangelio proclamado es el alma del Te Deum, y siempre es Buena Noticia: es la palabra del Dios «amante de la vida» de todos (cfr. Sab 11, 24), «y es útil para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para hacer siempre el bien» (2Tm 3, 16-17). La oración que reza Cristo antes de su pasión invoca a Dios llamándolo «¡Padre!». Es el mismo Dios que contiene el Preámbulo de la Constitución Argentina: un Padre Bueno, Clemente y Misericordioso. Por eso, el mismo Cristo nos enseñó a intimar con Él: rezar como quien habla con un amigo, con la misma confianza con que un hijo abre su corazón a su padre o su madre. En ese encuentro orante la novedad radica en que en el seno del Dios trinitario se da un llamado urgente a la unidad: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). 

Si bien esta exhortación estaba dirigida a las primeras comunidades de creyentes ante el peligro de las fragmentaciones, el supremo valor de la unidad no excluye a nadie, y su proyección en la historia sobre las aspiraciones humanas siempre será un ideal a lograr. Su origen trascendente permitió superar divisiones y enfrentamientos entre semejantes, como ha acontecido en nuestra historia nacional. La poesía icónica por excelencia de los argentinos grabó en la memoria popular esa consigna: «Los hermanos sean unidos, ésa es la ley primera»[1]. Hoy, el Te Deum eleva esta oración para agradecer a Dios por la generación que consumó la Revolución de Mayo. En un tiempo de desconcierto y confusión, se mantuvieron unidos en un ideal que les permitió superar diferencias y perseverar firmes en la convicción de asumir la representación de un pueblo ya maduro, para regir sin tutelas una patria independiente y soberana. El 25 de Mayo no es un feriado más para los argentinos. Es el acontecimiento constitutivo de nuestra identidad; obliga volver a recordarlo, es decir, pasarlo por el corazón. Si no recordamos agradecidos de dónde venimos, difícilmente podremos avanzar hacia dónde queremos ir como Nación.

Su legado llega hasta nosotros después de recorrer un sinuoso camino dos veces centenario, que conoció aciertos y fracasos, encuentros y desencuentros, hasta marcar un hito fundamental cuando primero juramos observar la Carta Magna de la Independencia y luego, la Constitución Nacional esperada, donde elegimos el sistema republicano y democrático para ordenar nuestra convivencia como pueblo. Eso nos permitió superar el gran drama de la guerra fratricida, conocer tiempos de progreso y convivencia pacífica, entre otros tantos logros. Son páginas vivas de nuestro acervo cultural y de permanente cátedra docente que nos advierten que la deseada unidad prevalece sobre el conflicto[2].

Cuando nos preparamos para celebrar el bicentenario de esta gesta matriz, «recordamos que nuestra patria es un don de Dios confiado a nuestra libertad, como un regalo que debemos cuidar y perfeccionar. Podremos crecer sanamente como Nación si reafirmamos nuestra identidad común. En esta búsqueda del bienestar de todos, necesitamos dar pasos importantes para el desarrollo integral. Pero cuando priman intereses particulares sobre el bien común, o cuando el afán de dominio se impone por encima del diálogo y la justicia, se menoscaba la dignidad de las personas, e indefectiblemente crece la pobreza en sus diversas manifestaciones»[3].

Aun con todos los límites de un sistema en manos humanas, nuestro régimen democrático ha probado ser el más óptimo ordenador de la vida civil, garantizando libertades, favoreciendo procesos de inclusión y promoviendo derechos sociales; no obstante, no se ven desplegadas todas sus virtudes y bondades. No puedo dejar de mencionar, como demuestran recientes estudios de campo, la sensible desigualdad que existe en un amplio sector de la población más vulnerable. Es de información pública que seis de cada diez niños, niñas y adolescentes argentinos son pobres y ese porcentaje se visualiza más crudamente si consideramos que alcanza a 8.200.000 menores de edad, de los cuales hay más de 4.200.000 con carencias alimenticias[4]. Al mismo tiempo cabe señalar que entre los niños, niñas y adolescentes pobres, 2 de cada 10 sufren privaciones graves5. Si pensamos que en esa franja etaria son aproximadamente 11.556.000 alumnos del nivel inicial, primario y secundario en la escuela pública, estatal y privada[5], la educación, –uno de los derechos fundamentales de la infancia, y a mi entender, piedra basal de la democracia–, enfrenta graves desafíos. Ellos son el valioso presente, y en ellos –si atendemos sus necesidades–, es posible imaginarnos un porvenir venturoso para el país que todos deseamos.

Necesitamos aceptar que toda democracia padece momentos de conflictividad. En esas situaciones complejas, alimentar la confrontación buscando culpables en el pasado o en el presente, puede parecer el camino más fácil, sembrando desconfianza y alimentando más enfrentamientos. Pero el modo más sabio y oportuno de prevenirlas y abordarlas es procurar consensos a través del diálogo[6]. Debemos admitir con humildad, que si hablamos de un debilitamiento y descrédito de nuestra democracia, sus causas hay que buscarlas en la suma de responsabilidades compartidas de todos. 

Casi como una obsesión, los miembros de los credos presentes que confesamos al único Dios verdadero, somos portadores de buenas noticias para la humanidad y no profetas de calamidades. Por eso nuestra mirada es esperanzadora y siempre estamos prontos para elevar oraciones por la paz, la justicia y el bienestar de nuestro pueblo, con la mirada en los más vulnerables. Ante un nuevo proceso electoral para elegir a quienes aspiran conducir la Nación, vemos una inmejorable oportunidad para que los candidatos manifiesten su vocación de servicio y aprovechen sus palabras para hacer docencia democrática, con propuestas claras y realistas, sin descalificar a los que compiten; con un lenguaje nuevo que promueva la solidaridad y devuelva al pueblo la confianza y el deseo de participar en la construcción de un destino común. 

El argentino que hoy preside la Iglesia, trazando algunas líneas de la mejor política que espera la gente, nos dice: «Una gran nobleza es ser capaz de desatar procesos cuyos frutos serán recogidos por otros, con la esperanza puesta en las fuerzas secretas del bien que se siembra. La buena política une al amor la esperanza, la confianza en las reservas de bien que hay en el corazón del pueblo, a pesar de todo». Por eso «la auténtica vida política, fundada en el derecho y en un diálogo leal entre los protagonistas, se renueva con la convicción de que cada mujer, cada hombre y cada generación encierran en sí mismos una promesa que puede liberar nuevas energías relacionales, intelectuales, culturales y espirituales. Vista de esta manera, la política es más noble que la apariencia, que el marketing, que distintas formas de maquillaje mediático. Todo eso lo único que logra es sembrar división, enemistad y un escepticismo desolador incapaz de apelar a un proyecto común»[7].

¡Te Deum! Aquí estamos Señor, Padre de los pobres, para darte gracias por la Patria y el pueblo que peregrina en esta tierra bendecida. Danos la pasión por la unidad fecunda. Que los padecimientos de los que menos tienen no nos sean indiferentes. «Concédenos la sabiduría del diálogo y la alegría de la esperanza que no defrauda»9. Abre nuestro corazón y nuestra mente para mantenernos firmes en el compromiso por el bien común, sin excluir a nadie. Haz que no abandonemos nunca el ideal de construir una Nación fraterna, donde la amistad social supere toda división, para que podamos convivir en justicia y solidaridad.

Card. Mario Aurelio Poli, arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina


Notas:
[1] El gaucho Martín Fierro de José Hernández, 1872.
[2] Véase la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, donde el Papa Francisco desarrolla cuatro criterios para acompañar los procesos humanos y sociales, en particular: nn. 226-230.
[3]Hacia un bicentenario en justicia y solidaridad (2010-2016), documento de la 96ª Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Argentina, Pilar, 14 de noviembre de 2008, 11.
[4] Observatorio de la Deuda Social Argentina = ODSA - UCA, informe del 15 de mayo de 2023. 5ODSA – UCA, informe de la 1° edición, abril 2023, pág. 25.
[5] Observatorio de Argentinos por la Educación, informe 2023.
[6] Cfr. Hacia un bicentenario en justicia y solidaridad (2010-2016), 12 y 17.
[7] Carta Encíclica Fratelli tutti, del Santo Padre Francisco, sobre la fraternidad y la amistad social, nn. 196-197. 9 Oración por la Patria, CEA.